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lunes, 5 de marzo de 2012

A favor de que se cumplan las leyes por:Juvenal González González



3/03/2012
Nada destruye más el respeto por el gobierno y por la ley de un país, que la aprobación de leyes que no pueden ponerse en ejecución.
Albert Einstein
En un pertinaz spot, el Senado de la República presume de las leyes que ha aprobado a favor de los migrantes, de la obligatoriedad de la prepa, del primer empleo para los jóvenes, del respeto a los derechos humanos, contra la trata de personas, et al. Con campirana autocomplacencia establecen que, al aprobar tan plausibles leyes, ellos ya cumplieron y, al hacerlo, desquitaron sus desquiciantes sueldos y privilegios.
No es así, las leyes aprobadas no se acompañan de los presupuestos necesarios y suficientes para asegurar su cumplimiento, ni de las consecuencias y sanciones para los responsables de su inobservancia; ergo, no pasan de ser buenos propósitos. Así lo constata el reciente informe de la Auditoría Superior de la Federación, el cual, además de exhibir la monumental incapacidad del gobierno para ejercer honesta y correctamente los presupuestos asignados, nos dice entre otras linduras que, dado el cúmulo de carencias en el nivel de bachillerato, se requieren varias décadas para cumplir la nueva legislación.
Peor ocurre con el ejecutivo federal porque sus “logros” se reducen a la lluvia de spots. En Felipelandia es suficiente con vociferar y repetir hasta la náusea, por ejemplo, que con el Seguro Popular ya se logró dar cobertura de salud a todos los mexicanos y que, gracias a sus milagrosos servicios, la mayoría de los niños con cáncer ya pueden curarse, ¡guau! ¡eres grande magazo!
Los ejemplos descritos debieran bastar, en primer lugar, para prohibir la publicidad oficial. Es una inmoralidad evidente que los gobiernos gasten los recursos públicos en mentiras y autoelogios. Se les debe obligar a que se sujeten estrictamente a los tiempos oficiales, cuyo uso debe reglamentarse para que se conviertan en un canal de información veraz y oportuna, en mensajes que coadyuven a la formación de mejores ciudadanos y no en publicidad engañosa que solo beneficia a los gobernantes.
México es un país de leyes… que no se cumplen, entre otras cosas, porque los encargados de hacerlas cumplir son los primeros en darles la vuelta y, siguiendo su ejemplo, los mexicanos se han convertido en expertos violadores de leyes. Cada quien las interpreta y aplica de acuerdo a su gusto y conveniencia.
La temporada electorera que transcurre ofrece, un día sí y otro también, un opíparo bufet de ejemplos. Todo mundo mete mano negra: los gobernantes, la telecracia, las encuestadoras, la iglesia, y así no se puede. No hay autoridad que valga cuando jugadores y espectadores se empeñan en burlar al árbitro. Eso permite que los empresarios del duopolio mediático y sus empleados, principales damnificados de la nueva ley electoral y siguen supurando por la herida, no cesan en su campaña para demoler la legislación que les mermó la cartera. Uno de sus principales voceros, Leo Zuckermann, la califica sin ambages como “ley estúpida” aprobada por unos “legisladores estúpidos”, así o más prepotentes. Y son los mismos que crucificaron a López Obrador por mandar al diablo a las instituciones que incumplieron la ley y defraudaron la confianza del electorado en 2006.
Y siguen por el mismo camino. Calderón sabe, como lo sabía Fox, que es intocable. Haga lo que haga y diga lo que diga para favorecer a la candidata de su partido, no pasará de las “enérgicas” llamadas de atención. Como lo ha hecho siempre, pisotea la ley y luego finge demencia. Típico de los mochos que van a la iglesia a darse golpes de pecho y “arrepentirse” de sus pecados, pero en cuanto salen vuelven a las andadas.
El fair play brilla por su ausencia. Como en el futbol, a quienes engañan al árbitro, fingen faltas, provocan a los rivales -escupitajos incluidos- hacen tiempo cuando les conviene, “ablandan” a patadas a los adversarios, meten goles con la mano y un sinfín de cochinadas, no se les llama tramposos sino “cancheros” ajá. Ante la falta de consecuencias el mal ejemplo cunde y se desvirtúa el carácter del juego. La violencia se apodera de las canchas, las tribunas y las calles. La tragedia se blande en cada contienda.
Luego resulta intolerable que quienes se hicieron de la vista gorda y solaparon las marranadas, se transmuten en plañideras y se desgarren las vestiduras. Ningún juego, ninguna competencia son dignos, disfrutables y respetables cuando las reglas se violan, cuando las trampas y los tramposos se convierten en protagonistas impunes.
Si las leyes y las reglas no funcionan hay que cambiarlas, pero mientras eso no ocurra se deben de respetar. El problema de fondo no es si aprueban muchas o pocas leyes, ni siquiera si son buenas o malas, sino en la honorable disposición a cumplirlas y la capacidad y la autoridad moral para hacerlas cumplir.
Esa es una cultura que se forma y arraiga a través del tiempo. En ese proceso, el ejemplo de padres, maestros, líderes sociales y autoridades de todos los niveles juegan un rol fundamental. Por desgracia la ambición y la mezquindad van ganando de calle la partida.
Cheiser: En agosto de 2008, durante el primer Consejo Nacional de Seguridad Pública presidido por el comandante Calderón, Alejandro Martí exigió: "Señores, si piensan que la vara es muy alta, si piensan que es imposible hacerlo, si no pueden, renuncien, pero no sigan ocupando las oficinas de gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada, que esto también es corrupción". Y cuando despertó los inútiles seguían ahí. ¡Y quieren seguir!

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