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domingo, 11 de marzo de 2012

Acertijos PARTE DE GUERRA (V) Por: Gilberto Haaz Diez



*El supremo arte de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar. Camelot.

PARTE DE GUERRA (V)

Llega fin de semana. La ciudad se mueve con un orden policial. Amanece más temprano. La gente duerme con placidez porque tanto las fuerzas federales, estatales, municipales y la gloriosa Marina Armada de México buscan hasta debajo de las piedras a los malos. Anoche mismo que salí del cine, el taxista que me trasladaba me hablaba de un retén a la salida de la ciudad, por el rumbo de la ARA, una panadería. Hay detenciones. Hay arrestos. Se interroga. Se investiga. “Se usarán muchos esquemas de inteligencia”, dijo el secretario Bermúdez ante empresarios, a quienes dio garantías de que esta ciudad recobraría lo que antes era, una ciudad tranquila y en paz. A las salidas de los Antros, los ojos avizores estarán atentos. En las noches todos los gatos son pardos, pero ver a la Marina operando en el sigilo y en el profesionalismo, es algo que a los orizabeños da confianza. “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”, por parafrasear ese gran discurso de Salvador Allende que nos viene al dedo. Nuestras calles recobran poco a poco esa quietud, esa calma en la que vivíamos. Los hijos secuestrados volverán a casa. Y aquello será recordado como un espanto que nos ocurrió en ese terrible año en que vivimos muchas cosas feas y malas, en una sociedad atemorizada. No nos merecíamos estas cosas que están pasando.
Bermúdez dejó estos datos:
Para denuncias anónimas, el 089.
Marina: 018008324771, (229) 9 23 93 61, (229) 9 23, 93 63, (229) 9 22 96 80, (229) 9 22 996, (229) 9 22 99 16; Correo electrónico: ccod.virm@sedena.gob.mx

EL VICE BIDEN

En la antigüedad, en la era cuaternaria, cuando gobernaban los dinosaurios en el edificio de Insurgentes Norte (PRI), se creía y se especulaba que los candidatos al gobierno de México eran palomeados por el presidente de Estados Unidos. No era cierto. Si eso hubiera sido, muy seguro hubieran impedido el paso a muchos de ellos que salieron respondones y malosos políticamente. No era así. Los presidentes mexicanos luego se burlaban de los americanos, como lo hizo López Portillo con el cacahuatero Jimmy Carter. El vicepresidente Joseph Biden, segundo en  el orden al bat, cargo donde se dormita todas las mañanas y noches, porque no hay nada qué hacer, sólo hay chamba si se muere el titular, como le ocurrió al texano Lyndon Johnson, que a la muerte de Kennedy se sentó en el Salón Oval de la Casa Blanca, sitio que no era de él, porque llegó un texano con botas vaqueras y puntiagudas cuando se había ido lo mejor de Boston, los de la saga de Camelot. Biden llegó a México a saludar al presidente Calderón, que ya se va, y aprovechó el viaje para ir a tentar los camotes a esos tres que nos quieren gobernar. Bueno, hay un cuarto al bat, pero cuando le dijeron al gringo si vería a Quadri, preguntó: “¿Quién carajos es Quadri?”. O lo que es lo mismo “¿Who madres is Quadri?”.

UNO POR UNO

Por orden alfabético penetraron al hotel Four Season, donde, de vez en cuando se hospeda Othón González Ruiz, el dueño del portal el golfo punto info. Uno caro y bueno. Chepina a la cocina le prometió guerra sin cuartel contra los narcotraficantes. Peña Nieto, el único que no necesitó traductor y atarantó al americano porque paraba oreja para entenderle su inglés de Atlacomulco, le dijo que su gobierno no le daría tregua y combatiría a los narcos, una obligación del Estado. El Peje salió regañón, ya saben ustedes cómo es, argumentó que los 478 millones de dólares que nos dan para el apoyo, apenas si alcanza, cosa que tiene razón.

AQUEL ENCUENTRO (85 AÑOS DE GARCIA MARQUEZ)

‘Mi Hemingway personal’. Gabriel García Márquez.
“Lo reconocí de pronto, paseando con su esposa, Mary Welsh, por el bulevar de Saint Michel, en París, un día de la lluviosa primavera de 1957. Caminaba por la acera opuesta en dirección del jardín de Luxemburgo, y llevaba unos pantalones de vaquero muy usados, una camisa de cuadros escoceses y una gorra de pelotero. Lo único que no parecía suyo eran los lentes de armadura metálica, redondos y minúsculos, que le daban un aire de abuelo prematuro. Había cumplido cincuenta y nueve años, y era enorme y demasiado visible, pero no daba la impresión de fortaleza brutal que sin duda él hubiera deseado, porque tenía las caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas sobre sus bastos. Parecía tan vivo entre los puestos de libros usados y el torrente juvenil de la Sorbona que era imposible imaginarse que le faltaban apenas cuatro años para morir. Por una fracción de segundo —como me ha ocurrido siempre— me encontré dividido entre mis dos oficios rivales. No sabía si hacerle una entrevista de prensa o solo atravesar la avenida para expresarle mi admiración sin reserva. Para ambos propósitos, sin embargo, había el mismo inconveniente grande: yo hablaba desde entonces el mismo inglés rudimentario que seguí hablando siempre, y no estaba muy seguro de su español de torero. De modo que no hice ninguna de las dos cosas que hubieran podido estropear aquel instante, sino que me puse las manos en bocina, como Tarzán en la selva, y grité de una acera a la otra: «Maeeeestro». Ernest Hemingway comprendió que no podía haber otro maestro entre la muchedumbre de estudiantes, y se volvió con la mano en alto, y me gritó en castellano con una voz un tanto pueril: «Adioooós, amigo». Fue la única vez que lo vi”.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com
 

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