¡Claro que recordar es vivir!
El portal hispano del Hipocampo, que cuenta con el aval científico de la Sociedad Española de Neurología, señala que recordar es activar la memoria, es tener la capacidad mental que posibilita a un sujeto registrar, conservar y evocar las experiencias, ideas, imágenes, acontecimientos y sentimientos, pero que el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española define como la potencia del alma, por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado y eso es ni más ni menos de lo que hoy les quiero platicar.
Octubre y noviembre son meses especiales para este reportero pero no solo en el ámbito privado, también forman parte de los recuerdos de cosas de la vida pública como la aparición en Acayucan del primer ejemplar del diario “El Mensaje”, hoy Diario del Sur, y recordar con emoción a su fundador, a quien lo soñó y lo sembró para siempre en la caliente historia de Acayucan, a don Angel Leodegario Gutiérrez Castellanos, “Yayo Gutiérrez”, que cumplía años de vida material los días primero y dos de octubre.
Y con él re-vivir a un discreto pilar de ese enorme y en ese tiempo controvertido proyecto del semanario El Mensaje: mi padre, José Antonio Cadena Constantino.
Es renovar la gran historia de un medio de comunicación líder en el sur, que fue concebido para ser un periódico “del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo” como lo ideó Yayo Gutiérrez.
Poseedor de una vasta cultura y extraordinario talento, me lo confió en aquellos días, Yayo recurrió a este lema en alusión al histórico discurso de Abraham Lincoln en la batalla de Gettysburg en 1863, cuando el presidente estadounidense respondía en parte a la fórmula del despotismo ilustrado europeo, cuyo régimen político absolutista del siglo XVIII preconizaba aquello de "todo para el pueblo pero sin el pueblo".
Y para honrar la memoria de tan ilustre personaje, cada año doña Yolanda Carlín Roca su esposa y compañera en vida, hoy Directora General de Diario del Sury Diario Política de Xalapa, junto con sus hijos Yolanda, Ivonne (qepd) Angel y Ricardo han acostumbrado celebrar con una reunión de amigos, colaboradores, autoridades, clientes y lectores este magno acontecimiento.
Con ello vienen a mi mente aquellas noches de madrugadas a veces tibias, frescas, o frías cuando a mis 8 años de edad acompañaba a la terminal del ADO, (en Victoria, frente al parque central) a mi hermano Pedro, de 10 años, el primer voceador estrella de El Mensaje, periódico que nació en nuestra casa paterna y nos ayudó mucho en la solución de los problemas económicos de la familia.
Allí en el ADO, con las bendiciones de mi preocupada madre Soledad Mathey Alemán, esperábamos el paquete de alrededor de mil ejemplares. Lo abríamos, compaginábamos sus tres hojas (la hoja de en medio era la “tripa”) y listo, a eso de las 5 de la mañana corríamos a venderlo a los cientos de trabajadores que abordaban más abajo, en la terminal de segunda, los camiones que los llevarían a sus centros de trabajo en la Azufrera de Jáltipan y la Refinería de Pemex en Minatitlán.
Un día mi hermano Pedro, lo repetiré hasta el final, vendió 500 ejemplares entre las 5 y las 11 de la mañana. Con ese genial estilo que tenía para vocear las noticias, gritaba: “¡¡Eeeel Mensaje, entérese de cooonocida enfermera del doctor Artemio fue sorprendida tirando un cadáver en un callejóooon!!” ,
-¡Hey chamaco trae el chisme!, le pedían y soltaban los 50 centavos que costaba.
Claro, el morbo se les acababa y no les quedaba más que reírse cuando se enteraban que la enfermera del doctor Cruz lo que en verdad había tirado al callejón, era efectivamente el cadáver, pero ¡de un perro!, atropellado frente al sanatorio.
Esto le valió que en uno de los primeros aniversarios, en el restaurante de la Guera Natalia Valdés, parienta de don Miguel Alemán, Yayo le regalara el producto de todo lo que vendiera y eso ya era un gran estímulo para el muchacho. Yo por mi parte después de la terminal me iba por otras calles esperanzado en sacar algo para comprar mis útiles.
EL COMPADRAZGO
Hace dos años, la alegría de celebrar 50 años del Diario del Sur me hizo rescatar de entre los papeles de la familia que mi padre guardaba celosamente en su carpeta de madera, documentos como una foto donde se ve el frente de lo que fue la casa paterna en la calle Hidalgo 11, la principal de “Acayork”. En la marquesina y en un, para mi imaginario estilo hollywodense se leía: “El Mensaje”, en letras blancas con fondo negro.
Era una casa grande con dos ventanales al frente, una sala y una recámara amplias y en la parte donde un día fue el comedor y la cocina, que hoy ocupan dos recámaras de lujo del hotel vecino, se instaló la imprenta, una imprenta antigua y olorosa que a lo lejos recuerdo se le ponía una plancha o placa del tamaño de una página de periódico formateada con tipografía de plomo.
Al imprimir soltaba ese aroma tan especial que se desprendía conforme la grafía se impregnaba en el papel, en medio de un soportable escándalo de fierros que chocaban entre sí.
Fue así como conocí la primera imprenta, el gran invento de Gutenberg, aspiré por primera ocasión el típico olor de la tinta y me pegué a curiosear al linotipista que fundía el plomo para formar los rompecabezas cotidianos de las páginas del Mensaje.
Por entonces mi padre había acordado con Yayo que trabajarían en una especie de sociedad en la que ambas partes tendrían beneficios, compromiso que se consolidó cuando curiosamente un 12 de noviembre, la fiesta patronal de Acayucan, pero de 1961, 24 días después de la aparición del periódico, nos encontráramos en plena iglesia del pueblo, ante el arzobispo de San André Tuxtla, en el marco de las fiestas patronales para la ceremonia de Confirmación en la fe católica, que se evidenciaba con una ligera cachetada del ministro al confirmante en la fe.
Así se selló el compromiso de la casa paterna para El Mensaje.
Ha sido una historia larga que involucra a jóvenes que hoy son grandes periodistas de nuestra región, serios y respetables, forjados al calor y el impulso de don Yayo, a quien el gobernador Agustín Acosta Lagunes rescató del autoexilio, quienes deben estar en el cielo por haber sido fieles a sus propias convicciones.
Que tenga un gran día. ¡Sonría!
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