Cosas Pequeñas
Conocí a Jorge Saldaña en 1989, cuando vivía yo en Barcelona y él en París. Un primo mío nos juntó a comer, en lo que terminó como un “cuete europeo” monumental casi de todos los comensales, “casi” porque también iba Lucía, mi esposa, que se mantuvo sobria. Pero “conocerlo” es, literalmente, un decir, porque sus programas sabatinos de televisión eran una especie de ritual familiar inexcusable del que se participaba con fruición desde que la señal del canal trece pudo verse en Córdoba (mucho tiempo después de que nos llegaran las frecuencias comerciales; entonces “el 13” era gubernamental), rito al que yo asistía con gusto, reconozco, pero también porque en casa sólo había una tele de bulbos, Philco, con dos perillas, el cinescopio curvo, la caja de madera y patas elegantes, con las puntas forradas de bronce; por ello era de a fortiori ver al hijo dilecto de Banderilla. Mucho de mi niñez y algo de mi adolescencia coincidieron con“Sábados Culturales”, “Desayunos con Saldaña”, “Anatomías”, “Sábados con Saldaña”, “Sopa de Letras” y “Nostalgia”.
Tiempo después, en la década de los noventas y con el patrocinio de las marcas de café de Domingo Muguira, Jorge Saldaña tenía una sección y hablaba diario desde Francia a la revista radiofónica que transmitíamos por varias estaciones encadenadas de la zona centro de Veracruz. El internet estaba en pañales y no era todavía una fuente regular de información “en tiempo real”, de modo que los comentarios de Jorge eran una estupenda herramienta para saber lo que ocurría del otro lado del charco y disfrutar/temer las disquisiciones invariablemente críticas de este cuate que quién sabe cómo se las arreglaba para agenciarse, con todo y las diferencias de horario, con la distancia, con los salvajes precios de la telefonía internacional, los detalles precisos de todo cuanto ocurría en México y en Veracruz.
Me tocó verlo de pre candidato y de candidato, notando el disfrute que le producía la gesta electoral por sí misma y doliéndose de las chicanadas de sus competidores y de sus propios correligionarios. José Agustín dice --en la “Tragicomedia Mexicana”-- que Saldaña fue precursor del movimiento social de 1968, mediante una aguda y premonitoria entrevista televisiva al Rector Barros Sierra; Saldaña lo niega, no sé si por modestia, pero no dejo de fregarlo con lo mismo cada vez que puedo.
Espero que nunca lo sepa (se hará más engreído) pero lo admiro profundamente. Detrás de su coraza, a veces insufrible, detrás de sus durísimos juicios contra todo y contra todos --menos su héroe personal, AMLO--, al margen de su falso y bien fingido agnosticismo y sus críticas a la clerecía, detrás de su ironía demoledora que raya en lo mordaz, en el fondo del duro talante que muestra frente a las cámaras y en los micrófonos de la radio, Saldaña es hombre de profunda generosidad, siempre solidario, siempre resolviendo problemas de otros --dando sin recato de lo suyo y gestionando para los débiles y los emproblemados--, atento a las dificultades ajenas y, aún a la distancia, buscando persistente desfacerlas. Y, además, siguiendo el principio bíblico de que su mano izquierda nunca sabrá lo que hace la derecha. ¿Que cómo me entero yo entonces? Simplemente porque soy uno de sus gestores preferidos, no el único.
Ya no profundizo en su bagaje cultural, de su inteligencia, de su lucidez digna de envidia a los ochenta y tantos años de edad ni de lo irrebatibles que por lo general suelen ser sus críticas. No quiero que piense que busco herencia. Pero he de decir que Saldaña el cantante, el versador, el analista, el conductor, el jodedor profesional, el bon vivant, es ante todo un hombre de televisión --empezó en ella en 1959, por lo que creo-- y radio --su primera chamba de locutor, en Xalapa, fue en 1949-- y por ende bien sabe lo que hace en esos medios. No requiere de los trucos de la mercadotecnia ni de sofisticadas tecnologías para atraer a audiencias que tiene cautivas desde hace décadas y que parecen seguirle donde vaya.
Jorge Saldaña ha sido fiel a su discurso, a sus temas, a su estilo. Ha conservado la identidad que le asocia con dos o tres generaciones de mexicanos y nunca cayó en el garlito de “rejuvenecer” sus posturas para atraer nuevos públicos. Por eso Saldaña es referente de lo que fuimos apenas ayer, en el tiempo de nuestros padres, de una estética refinada y una tradición cultural originaria, auténtica, propia. Lo que no excluye que muchos cuarentones y otro tanto de treintones lo conozcan, lo identifiquen e, incluso, sean sus fanáticos. Eso sí: se volvió fanático/adicto del Twitter (tiene 21,100 seguidores).
Saldaña siempre me llama “ex amigo” pero no deja de invitarme, a comer --con eso me atrapa-- y a sus programas. Y polemizamos todo el tiempo, junto con Rafael Arias Hernández, cuyas propias prendas ameritan otra narrativa. Nos damos con la cubeta. Es un tête-à-tête que a muchos asombra cuando hay tiempo y oportunidad de que vayamos a sus emisiones, pero que a nosotros nos divierte y nos forma. Los guamazos retóricos y, a veces, sus improperios, no demeritan el afecto que le tengo y tampoco me limitan para devolvérselos... cuando puedo. Si los valores de la civilización, la tolerancia y la crítica pudieran representarse, creo que esta es una buena fórmula.
El otro día una persona del público le inquirió sobre cierta postura. Saldaña respondió firme: “¿Y por qué no, Señora...? Y lanzó en revire una serie de argumentos que yo me hubiera reservado, que al menos habría matizado, llevándomela por la suave. Supuse que la dama llamaría de nuevo, pero no lo hizo... “¿habrá cambiado de canal, enojada?”, pensé. Y es que, en términos de la teoría de la comunicación, al conducir una emisión de radio o televisión, lo último que uno tendría que hacer es polemizar con su público y menos aún confrontarlo. En otro momento agradecí a los compañeros de producción por su apoyo para un pesado control remoto y Saldaña me lo recriminó al aire: “están haciendo su trabajo”, me dijo... A muchos --yo incluido-- nos parecerá rudeza innecesaria, pero una cosa es inobjetable y meritoria: la autenticidad. Quizá lo pudo decir de manera más suave, menos drástica, pero es un hecho que dijo precisa y transparentemente lo que estaba pensando. Veo que en sus condiciones, Jorge Saldaña no necesita quedar bien con nadie.
Y es que pareciera que lo “políticamente correcto” se ha convertido en la fórmula de comunicadores y políticos (me pega por ambos lados) para expresar lo que no agreda, lo que no ofende, lo que no irrita a las buenas conciencias. Es llevar al extremo la sobada fórmula de encender las farolas a las diez de la mañana, porque el pueblo dice que es de noche. Existe un catálogo de cosas que, si quieren ahorrarse problemas, deben evitarse, han de [auto] censurarse y ocultarse. Es una conducta amable, presuntamente respetuosa, conciliadora, pero también puede ser disfraz de la realidad, mentira e hipocresía destinada a puristas.
Hay dos extremos que son preocupantes en todo esto: cuando los políticos dicen a los electores, en aras de la popularidad, lo que los electores quieren oír y no lo que necesitan saber y, por otro lado, la pérdida de identidad y la negación del yo, de la verdadera esencia, que no es otra cosa que ocultamiento con el fin de evitar el juicio, con el fin de no mover las aguas, para ahorrar complicaciones. Es en este sentido que me atrapa y convence la posición de Saldaña.
Es cierto que aún con abusos, incluso con perversiones cobijadas en el anonimato y la impunidad, con mucha superficialidad en algunos casos, pero es un hecho que las redes sociales están cambiando los esquemas comunicacionales; es claro su aporte a la democratización del conocimiento y la generalización del acceso a la información; las redes sociales serán un mecanismo afortunado que, utilizado con inteligencia y responsabilidad, podrá en el futuro mejorar los sistemas de representación política en beneficio de las decisiones sobre las cosas que afectan a todos y podrán ser, también, una alternativa contra el monopolio informativo que esconde intereses y ejercicios abusivos e inmorales de la comunicación. Las redes sociales, adecuadamente aprovechadas, harán mejores ciudadanos, más informados, harán valer el muy relegado y poco respetado derecho de réplica, nos harán más auténticos, sin poses, mostrándonos tal cual somos, TODOS. Es el prisma de Jorge Saldaña y por eso le admiro.
La Botica.- A propósito de mi columna sobre el IPAX, mi reconocido amigo Manuel Rosette Chávez me señaló que omití, como un gran avance, la incorporación de los policías auxiliares al régimen de protección social del ISSSTE. Indiscutible. No hay duda de que ése fue el parteaguas, concretado por Antonio Benítez Lucho y Porfirio Díaz, en la mejora de las condiciones del personal del SSIBC/IPAX. Ocurre que, en mi texto, me limité a describir las acciones realizadas en el tiempo en que estuve a cargo de la corporación; no se trataba de hacer caravana con sombrero ajeno. Pero tampoco, es cierto, de restarle mérito a quien lo tiene.
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