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miércoles, 3 de octubre de 2012

El Baldón: La Herencia Por José Miguel Cobián





     Cuando alguien fallece, los seres humanos pensamos en la forma en que se van a distribuir los bienes físicos de esa persona, sin embargo, nuestros viejos siempre nos indicaron que la mejor herencia que podían dejar a sus hijos y nietos era un buen nombre. El recuerdo de alguien que jamás le hizo daño a otra persona, y que además tuvo una vida productiva, en la cual dejó huella en aquéllos que tuvieron la dicha de cruzar sus caminos.

     Sé que todos los días mueren seres humanos de los cuales la mejor descripción que puede hacerse es que fue un hombre bueno, un hombre decente. O una mujer buena y decente.   Sin embargo, a veces nos enteramos del fallecimiento de alguien que cuando nuestras vidas se cruzaron, dejó huella profunda y duradera, aunque haya compartido unas cuantas palabras en una adolescencia lejana, o en una niñez aún más lejana.

     Esas despedidas siempre son tristes, pues a pesar de la confianza en que aquéllos que se adelantan en el camino al más allá tendrán una vida más gloriosa y cercana a Dios, la pena de la lejanía y la ausencia siempre dejan una marca imborrable, primero de dolor y posteriormente de nostalgia y de pena, porque conforme pasan los años, mientras más maduramos, mientras más caminamos por la vida, más valoramos a aquéllos que sabemos fueron buenos.

     Quizá para muchos decir que alguien fue bueno, sea muy poco, sin embargo, es muy difícil encontrar personas de las cuales se pueda decir ¨fue una buena persona¨, porque la extensión y profundidad de ese adjetivo ¨bueno¨, va más allá de una descripción impersonal.  Un hombre bueno, es alguien que con virtudes y defectos, siempre tuvo en su alma y corazón una palabra amable, un gesto alegre, un buen consejo, una caricia al corazón cuando más se necesitaba, un tocar el alma de quien estaba cerca.  Así, describir como un buen hombre o mujer a alguien ya no resulta tan sencillo. 

     Las actitudes de competencia, las envidias, los celos, que mostramos en la lucha cotidiana hacen que se pierda el adjetivo de ¨bueno¨, y se adquieran otros, como el de eficiente, triunfador, o incluso perseverante, ingenioso, envidioso, celoso, etc.,  adjetivos todos que sustituyen al único que vale la pena conservar.

     Hoy reflexioné mucho sobre los hombres y mujeres buenos que he conocido, y sin querer llegaron a mi mente tres personas, de entre muchas con las que he tenido el privilegio de convivir alguna vez en la vida.  Desgraciadamente ninguno de ellos sigue entre nosotros, y gracias a Dios, ya se encuentran en su presencia.

     El primero en quien pensé, que fue quien motivó esta reflexión que comparto contigo, es Don José Luis Pérez Urrestarazu, a quien poco traté, pero siempre me dejó el sabor de boca de un hombre irreprochablemente bueno, en toda la extensión de la palabra.  

     El segundo en quien pensé fue en un tío muy querido a quien traté mucho y dejó onda huella en mi forma de ser y pensar, Don Jorge Nemi.  Y el tercero curiosamente es otro Jorge, Don Jorge Simón, quien siempre se mostró también como un hombre bueno en toda la extensión de la palabra.

     No se valdría mencionar parientes más cercanos, y mientras escribo, me surgen más y más nombres de hombres y mujeres que merecen el calificativo de buenos, y a quienes tuve el privilegio de tratar una o muchas veces, pero a fin de cuentas, creo que lo más importante, es el legado de cada uno de ellos, en su estilo, en su circunstancia, en su momento.  Un legado de actitud positiva ante la vida, un ejemplo para sus hijos, un orgullo para sus esposas y padres, y sobre todo, el gran contrapeso que la bondad y el amor hacen día con día, al mal que también y por desgracia abunda en nuestro mundo.

     Convencido estoy de que si a algo aspiro, y si algo deseo que se comente una vez que yo ya no esté en el mundo de los vivos, es lo que yo considero el mejor halago, pues también significa que valió la pena vivir la vida, pues se hizo buen uso de ella.
Espero que se diga que yo fui un buen hombre, y esa será la mejor herencia que podré dejarle a mis hijos, y mi mejor manera de trascender.


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