Definitivo, parece que gobernar no es cosa fácil; esa es al menos la impresión que induce el advertir lo que ocurre acá en el estado de Veracruz. Mientras, por un lado, en una patética fotografía aparecen dos alcaldes sonrientes derrumbando un señalamiento que delimitaba territorialmente sus respectivas jurisdicciones de poder, en otras partes del territorio encontramos pobreza extrema, asesinatos, secuestros, carreteras tercermundistas, ciudades descuidadas y con deficiente infraestructura y equipamiento urbano, la capital entre ellas, acusaciones documentadas contra servidores públicos que obtienen como respuesta una presumible impunidad, un universo financiero municipal y estatal con arcas vacías y endeudadas, adeudos no saldados a proveedores del gobierno, expedientes incumplidos a amplios sectores de la población que cada vez con mayor frecuencia externan sus exigencias en la plaza pública; una relación sociedad-gobierno que se aprecia distante y una comunicación entre el gobierno y la sociedad que no ha logrado la sinergia requerida para, juntos, resolver o al menos paliar la difícil problemática estatal, etc.
A cambio se nos dice-obviamente para consumo interno- que somos referencia nacional en la preparación de nuestros policías, supuestamente figuramos como paradigma en promoción y fomento turístico para aumentar el “enorme” flujo de visitantes a nuestros lares, que somos vanguardia en creación de empleos, que Veracruz “es un estado seguro” y, por si no bastara en utopía, de alguna manera habremos inventado el modo de atrapar mosquitos en cantidades millonarias y a la vez contar sus huevecillos destruidos para combatir la epidemia de dengue que actualmente aflige a buena parte del estado de Veracruz.
Solo que cuando aterrizamos en la pavorosa realidad nos encontramos con algunos dilemas, entre ellos el de tener que acudir al ex presidente Luís Echeverría para que nos asesore acerca de qué tipo de Comisión debemos integrar para esclarecer en qué beneficia, perjudica, o todo lo contrario, a los pobladores de la conurbación Veracruz- Boca del Río el derrumbe del arco que marcaba su colindancia, porque ciertamente es un enigma el beneficio social que se consigue con esa muy cuestionable acción. Aunque la ineptitud no es punible, esta disparatada actuación de los ediles de referencia confirma que es inaplazable que se legisle para otorgarle a la ciudadanía la atribución de demandar ipso facto los excesos en el abuso de la autoridad, como lo configura el derrumbe del arco, porque seguramente no hubo consulta ni autorización de los respectivos cabildos, salvo actas en contrario. Aunque la ausencia de imaginación en el arte de gobernar no es delito, este se configura cuando se dilapida el dinero público en acciones que resultan onerosas sin que a cambio se consiga un beneficio colectivo.
En el mismo orden de ideas surgen diversas reflexiones ahora que se ventila en el poder legislativo la elección de la persona que estará al frente del Órgano de Fiscalización Superior. Como es sabido, se inscribieron varios respetables aspirantes a encabezar el Orfis en un nuevo periodo que ojala se sustancie honrando el propósito para el que fue creado esta institución fiscalizadora, reduciendo los elevados índices de corrupción que se han registrado en el manejo de los fondos públicos. Para dar su veredicto, la Comisión Legislativa que tiene a su cargo esa atribución tendrá que hacer una cuidadosa evaluación de los aspirantes, ya que uno que otro de los aspirantes en su paso por la administración pública han dejado mucho que desear, pues no desempeñaron con cabal honestidad el cargo que alguna vez ostentaron; dicho esto último no necesariamente porque hayan dispuesto del dinero público para beneficio personal sino porque, teniendo la comisión de vigilar y controlar, pecaron de omisos e incumplieron su responsabilidad en actitud sumisa hacia quien los puso en el cargo, es ese un perfil que de entrada los debiera descalificar para el Orfis, salvo, claro, que prevalezca la idea de continuar con las complicidades y arreglos políticos en demérito de un honesto ejercicio de la función pública.
En el antiguo régimen, para escoger candidatos a cargos de elección popular la lógica imperante se basaba en el sofisma que argüía: “fulano de tal ya ha sido regidor, sindico, alcalde, luego entonces ese debe ser el candidato a diputado, o senador, o gobernador”, etc. En el razonamiento para decidir la selección no importaba el cómo ese fulano se había desempeñado en los cargos previos: si solo llegó a sentarse y cobrar dejando pasar y dejando hacer, o si se había enriquecido-obviamente robando- no constituía un valor cuyo peso determinara la decisión, sobre todo “importaba” “la experiencia”, “el currículum” (currícula); ahora se ve hasta dónde habíamos llegado. Si como gustan en decir los legisladores que nadie los presionará para hacer la elección del nuevo responsable del Orfis entonces tienen la oportunidad de deliberar responsablemente su votación, tomando en cuenta que su arbitraje repercutirá en el proceso del cambio que requiere eeste país y, como es el caso, en el Estado de Veracruz.
Pero, debido a las características de nuestro sistema político en el que el Poder Legislativo que privilegia las consignas partidistas y de grupo político, que no siempre se corresponden con el interés público, y a que la decisión no siempre radica exclusivamente en la esfera legislativa, no obstante así debiera ser, surge la especulación por doquier. Aunque no del todo irrelevante, la especulación pasaría a segundo término si quien resultare elegido, o elegida, director (a) del Orfis no afronta con la entereza de un auténtico renovador la misión que se le encomienda, mirando por el interés de Veracruz, aprendiendo del pasado lo que no se debe hacer y escuchando al clamor social veracruzano por desterrar la corrupción y la impunidad en el ámbito político-administrativo. De lo contrario, el cambio solo servirá para seguir igual.
Además, los tiempos que corren, son tiempos de prudencia. tiempos de serenar la toma de decisiones.
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