Hoy estoy
convencido de que Felipe Calderón es un hombre de buenas intenciones. Creo que
hizo lo que creyó conveniente, anteponiendo en la mayoría de los casos el bien
de la Nación, aunque en algunos antepuso primero sus propios intereses, como
cuando tomó la decisión de iniciar la guerra contra el crimen, sin tener
elementos adecuados, ya no digamos para ganarla, sino cuando menos para
garantizar la seguridad de los ciudadanos. O como cuando decidió que su sucesor
sería Juan Camilo y lo instaló en el palacio de Cobián sin que fuera la persona
idónea, como lo hizo también con muchos miembros de su gabinete, personajes
cercanos al presidente, pero no con la capacidad suficiente para ejercer un
gobierno apegado a las leyes con eficiencia.
Uno de sus grandes
aciertos fue mantener profesionales tanto en el banco de México como en la
Secretaría de Hacienda, lo cual ofreció al país un manejo calificado de las
finanzas públicas, dentro de la tendencia tan terrible de endeudamiento, que
durante su sexenio se generó, y que poco a poco iremos conociendo.
Calderón nos deja
un país con bastas zonas sometidas a poderes ajenos al estado. Es decir un
espacio dónde no gobierna el estado sino otro tipo de poderes. Nos deja un país
dónde la ley se negocía para los grandes y poderosos, o para los poderes
fácticos y se aplica de manera incorrecta e inadecuada para el resto de los
ciudadanos. Felipe y los miembros de su
gabinete protestaron respetar y hacer respetar la ley, y a pesar de ello, en
múltiples ocasiones no la aplicaron, ni la aplican. De hecho todo hace pensar
que incluso para salvar su futuro, y la seguridad de su exilio, incluso
traicionó a su propia candidata y a su partido político en las últimas
elecciones.
No deja de
sorprender la amorosa relación que hoy presenta el presidente saliente con el
presidente electo. Y el sometimiento del sexenio de Calderón a los poderes
fácticos que mantienen como rehén a la población mexicana, en un estado de
semipobreza y sumisión debido a su precariedad.
Felipe se va, pero nos deja un país convulso.
Problemas gravísimos en las finanzas públicas. Problemas de ingobernabilidad.
Ciento cincuenta mil muertos, tanto criminales como víctimas colaterales. Un
país donde reina el secuestro, la inseguridad es el pan de cada día, y los
ciudadanos no tenemos quien nos defienda, pues ni las fuerzas de seguridad
sirven para ello, ni se nos permite como en USA armarnos para defendernos
nosotros mismos, porque el gobierno prefiere un rebaño indefenso, a correr el
riesgo de un levantamiento social.
México es un país
que depende del extranjero para comer. Ni en producción de Maíz y Frijol somos
autosuficientes. El apoyo a las grandes compañías internacionales que realizan
inmensos negocios agropecuarios fue una constante en el sexenio, mientras que
se olvidó al pequeño y mediano productor, provocando la escasez y peligro de
hambruna al que hoy estamos sometidos. Con incrementos en productos básicos muy
superiores a los nueve pesos que aumentó el salario mínimo en el sexenio.
Si alguien tiene
duda de las razones por las cuales el partido hoy en el poder cayó al tercer
lugar de las preferencias electorales, habrá que recordar la frase de William
Clinton en su campaña de reelección en Estados Unidos: ¨Es la Economía, estúpido¨.
México hoy es más dependiente, tiene
más pobreza, mayor desempleo, la desigualdad económica es mayor que hace seis
años.
Inseguridad,
desigualdad, incremento de precios, pobreza, estado fallido, un ligero
incremento en la calidad de la educación pública, que por cierto está a años
luz de la calidad de nuestros principales socios comerciales. La misma
corrupción que acción nacional condenó en los años del ¨viejo PRI¨, pero eso
sí, con máscara de gente decente, que va a misa los domingos, que frecuenta
sacerdotes, obispos y cardenales, pero que viven como si fueran hijos del
maligno, dañando al prójimo, abusando del débil, hipotecando el futuro de
millones, medrando con la salud y el sufrimiento de un pueblo indefenso que en
ellos confió.
Comienza en menos de tres meses, un nuevo
sexenio de esperanza, que seguramente será fallida para las grandes mayorías.
Esperemos que cuando menos traiga comida a los hogares mexicanos, seguridad a
nuestras ciudades, y una pequeña reducción de la pobreza y sufrimiento con que
iniciará el primero de diciembre.
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