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miércoles, 5 de septiembre de 2012

CALDERON-JEFE DE ESTADO Por: Gilberto Haaz Diez



Acertijos



*El único deber que tenemos con la historia es rescribirla. Camelot.

CALDERON-JEFE DE ESTADO

El escenario lució para el sexto y último informe de gobierno.
Calderón comenzaba a enfrentarse a la historia.
Una historia que termina la noche del último día de noviembre y el primer día de diciembre. Cuando entregue la estafeta del relevo a Enrique Peña Nieto.
La silla presidencial, pues, esa silla que Napoleón solía decir que era solo un taburete forrado de seda.
Pero qué seda, diría yo.
El presidente terminó como un jefe de Estado.
Apabullado por la crítica por su combate a la delincuencia, la misma mañana que se daba la noticia de que caía el autor material del proditorio crimen del hijo de Alejandro Martí, Fernando, Calderón hojeaba cifras.
Cruzaba comentarios.
Con aplomo. Serio. Leyendo a ratos y otras improvisando, tenía a su familia cercana, a su esposa Margarita, y a sus hijos.
Con ellos emprenderá la nueva ruta que se avecina, y la historia comenzará a juzgarlo dentro de un par de meses.
Porque la historia es una gata que siempre cae de pie, según el fallecido escritor Eliseo Alberto.
Estadista puro. Un hombre que, cuando llegó al gobierno federal, llegó con una muy baja credibilidad. Apoyado en las urnas, pero con una rebeldía partidista enfrente.
Remó y remó. Y capitalizó lo que pudo. Si no logró el superávit de los empleos, al menos no entramos en crisis como entraron economías más fuertes que la nuestra, España es un ejemplo.
En salud cortó rabo y oreja. Jamás un gobierno había invertido tanto dinero en hospitales, como uno del ISSSTE que pronto se inaugurará en Veracruz y que Enrique Pérez, su director, me dijo que sí le alcanzaba el tiempo al presidente Calderón para inaugurarlo.
Y me invitó el buen Enrique a verlo.
Calderón tendió puentes. Dio la bienvenida a Enrique Peña Nieto y pidió apoyo unánime a su labor como presidente.
Cosa que le vieron bien hasta en la casa de enfrente.
Exhorta a los mexicanos “a respaldarlo por encima de cualquier diferencia”.
Sale el presidente a la baja ahora en las encuestas. Algo muy normal.
El rol de gobierno demora mucho para tomar posesión.
Si las elecciones fueron en julio, es hasta principio de diciembre cuando llega el nuevo inquilino a Los Pinos.
Debían adelantar ese reloj. Que quién gane tome posesión a los dos meses, y que los Trife o Ifes se pongan las pilas y den el fallo al mes.
Ocurrió en Francia. Sarkozy perdió y se fue por la puerta de atrás enseguidita, a los pocos días. Nada que cinco meses a la espera.
Llegó el nuevo inquilino y ni quién se acuerde de él y de la Carla Bruni.
¿Adónde irá el presidente?. No se sabe. Quizá a la academia o a alguna universidad, lo que sí dijo es que seguirá sirviéndole a México como lo que es: un mexicano comprometido con su patria.

DE NUEVO EN CASA

Hace poco escribí que el columnista favorito de muchos españoles, Raúl del Pozo, andaba malito. Cuando la edad se le viene a uno encima, hay que andar a las vivas.
El mismo Raúl escribió hace nada de eso, de las angustias de los años: “Envejecer consiste en que los mismos amigos que antes te hablaban de las mujeres con las que se acostaban de pronto te contaban lo último que les había prohibido el médico”.
Pues ayer, para fortuna mía y de cientos de miles que le leen en el afamado diario El Mundo de España, Raúl reapareció.
Tuvo llamada del Rey Juan Carlos. Y con parte de este texto, retornó:

“España, la banca y yo nos hundíamos al mismo tiempo. Los capitales se iban de naja, la política seguía dividida entre dos bandos, la hidra del nacionalismo lo enconaba todo y las zarzas ardían como en la Biblia. Mientras, yo me subía en la cama con ruedas que me llevaba a las uvis como si montara en coche de golf. Nos íbamos hundiendo España y yo. Me refugié en Madrid con Natalia y la perrita Dana, y nunca me faltó el aliento de los amigos.  En uno de los atardeceres de solitrón, de pronto, sonó el teléfono. «Soy el Rey», dijo una voz. «Menos cachondeo». «Sí, soy el Rey y te llamo para interesarme por tu salud y para que me digas por qué no escribes». Por fin me convenció de que era Don Juan Carlos. Le expliqué la situación. «¿Que tomas pastillas?, dijo, «¿y quién de nuestra quinta no toma pastillas?».
Vuelvo al tajo por deseo de Su Majestad cuando España y yo nos estamos recuperando de los males. Pasó el agosto atroz, sofocante, tórrido, que superé pensando que cada persona es tan desgraciada como cree serlo. Nunca perdí la esperanza y el colapso no acabó de producirse. Me ayudó en la terapia la perrita de algodón que me miraba con sus prodigiosos ojos como si fuera Einstein. También me divertí practicando con Ramón Tamamesfooting lento, una especie de foxtrot, bajo los arcos triunfales de las moreras, los tilos y los perales en el parque del Canal de Isabel II”.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com

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