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lunes, 10 de septiembre de 2012

El Baldón: Tu responsabilidad es México Por: José Miguel Cobián




     México se está convirtiendo a pasos agigantados en el imperio del Mal. Un país bárbaro, sin leyes, sin instituciones, con un gobierno represor, un pueblo indefenso y una enorme cantidad de tribus bárbaras abusando de los indefensos ciudadanos.  Tal como vemos en las películas apocalípticas, estamos viendo la realidad. Ahora todavía disfrazada por la buena voluntad de tantos buenos mexicanos, pero que poco a poco, esa realidad se deteriora un poco más, sin que sepamos como modificarla para bien.
     Pensamos que la responsabilidad es de las autoridades, de las fuerzas de seguridad, de los que se portan mal, de los gringos que no nos sacan del subdesarrollo (como si fuera obligación de ellos). Decimos que esto se genera por la situación económica mundial, por el tráfico de armas, por el consumo de drogas, por lo que usted guste y mande, pero la realidad nos alcanza a todos, y en manos de todos está la solución.
     Si seguimos esperando que otros resuelvan nuestros problemas, vamos a acabar en una película de destrucción masiva, a escala individual. Los mexicanos somos apáticos, apolíticos, y sobre todo, mostramos un brutal desinterés por los asuntos que nos atañen a todos.  Tan acostumbrados estamos a que el tlatoani tome las decisiones, que no entendemos que hoy no hay tlatoani que pueda resolver este problema si no nos involucramos todos.
     Incluso, deberíamos de involucrarnos para decirle al tlatoani municipal, estatal o federal, que las cosas no marchan como deben, y que ya estamos hartos. Porque ellos ya saben que no marchan bien las cosas, pero como nadie exige ni reclama, ellos siguen muy felices.
     Una manera de demostrar nuestra inconformidad es el voto, pero no resulta suficiente.  Usted podrá ver que en la zona centro del estado, se votó en contra del gobierno estatal en turno, pero eso no ha servido de nada. No ha habido cambios en la actitud de Paco Portilla hacia la población, y en Fortín, cambiaron presidente, pero los dineros siguen sin aparecer, y mientras tanto, las carencias de la población aumentan.
     Vemos actos públicos con muchas personas, pero siempre son las mismas, haciendo los políticos un gran juego del Tio Lolo, dónde ellos afirman que sus actos generan simpatía pública, y dónde los ávidos lectores de noticias, observan fotos con llenos de gente, aunque siempre es la misma, como dice un columnista de otro medio.  (La observación es suya y tengo que reconocerle su validez y autoría).
     La sociedad teme expresarse. Se considera al estado tan represor como los grupos criminales, y por lo tanto no se dice lo que se piensa, en absoluta complicidad con lo que se hace mal.  La única expresión se da en la soledad de las urnas, pero eso no es suficiente.  Con un cambio de partido a nivel local o a nivel estatal (a nivel federal ya cambió), no se va a lograr nada.  La solución no está en cambiar partidos, sino en elegir a los mejores, y sobre todo, elegir nosotros, y no que nos impongan candidatos desde fuera, como pasó apenas en la elección presidencial, en la cual tuvimos que escoger al que pensábamos menos malo, entre tres malos candidatos.
     Una vez que se tienen autoridades y no solo municipales, sino de cualquier índole en el servicio público. Se debe exigir que cumplan con su trabajo, pues para eso les paga el pueblo con sus impuestos.  Deben esas autoridades funcionar correctamente o el pueblo debe exigir su renuncia, con los medios que el propio ciudadano tiene a su alcance.   El problema es que el funcionario se siente empleado del gobernador, y el ciudadano no se toma el tiempo necesario para exigir que el funcionario cumpla su función.   Una doble complicidad en la cual ambos son responsables de lo que sucede.
     El problema es que lo que está es muy grave, y no sólo en el área de seguridad, sino en general en todo el tejido social, cuya descomposición no augura más que problemas aún más graves, y sufrimiento tanto para el funcionario simulador en su función, como para el ciudadano apático que no toma en sus manos exigir atención a los problemas y participar en su solución.
     Si usted se queda callado, no tiene derecho a quejarse cuando su nivel de vida sea aún más precario, o cuando sufra en carne propia o ajena un golpe de la delincuencia o una desgracia que afecte su salud.

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