*De Lord Rochester: “Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los pequeños. Ahora tengo seis pequeños y ninguna teoría”. Camelot.
DIA DEL NIÑO
Es el Día del Niño. Fecha relevante. Los niños y las niñas son ahora protegidos por las Cartas de Derechos de Naciones Unidas. La Asamblea General en su Resolución del año 1990, controla todos los problemas que pudieran suscitarse. Les da seguridad para no ser maltratados. Mano maldita aquella que golpea o abusa de un niño.
Los niños lo son todo. “No dejen de decir a los niños que son amigos de los santos que están en el cielo, de la Santísima Virgen y en particular de Jesús”, escribió alguna vez Marcelino Champagnat, padre fundador de los Maristas. Hace tiempo, en homenaje a esos padres y madres que hacen lo imposible por el bienestar de los niños, en su pobreza lacerante y en búsqueda de una vida mejor, escribí un par de textos. Son para un día como este. Para los niños y niñas.
PADRE CON HIJO
De repente le vi. El tipo era de piel blanca. Iba no mal vestido, no harapiento, vestimenta modesta de clase media, una chamarra tipo sudadera para apaciguar el frío, el café se enfriaba entre el gélido tiempo. Llegó a nuestra mesa, interrumpió la plática de cinco amigos, ordenado, amable, pidió permiso para decir que se había quedado sin trabajo, que era desempleado y que se ayudaba a mantener su casa con la venta de chocolates, que llevaba y exhibía en una caja de esas chicleras. Uno de nosotros tendió la mano y tomó cinco chocolates. A veinte pesos cada uno, le extendió un billete de cien. El hombre, todo amable, dio las gracias con el consabido ‘que Dios se los pague’. Dios no se metía en estos asuntos del comercio. Entonces le vi, al lado llevaba un hijo como de diez años. Padre todo amoroso, tendió la mano y entrecruzó sus dedos al chaval para ir juntos a la acera que perfilaba como su destino caminero, frente a esa alameda orizabeña donde el moho aparece entre su piso de adoquines, a otro sitio, a otra venta. El hijo, muy seguramente ve el esfuerzo del padre por hacerse del dinero para el gasto diario. Un ejemplo de enseñanza contra la adversidad. Antes fue a otra mesa, allí le compraron uno más. Llamé al hijo, le pregunté la edad y le regalé un billete: ‘Toma, para ti, para lo que quieras comprarte’, y se fueron caminando como aquella película de Charlot, cuando besa al hijo.
MADRE CON HIJO
No era madre indígena, como ahora hay tantas en este mes decembrino donde la depresión, dicen los conocedores psicólogos, la depresión se acrecienta y pega duro. El relato y la escena la vi apenas, la escribí en mi coco y la memoricé y guardé casi con memoria fotográfica de disco duro. La madre, escasamente cuarentañera, jalaba a un chiquillo, su hijo. Hacía frío y calaba los huesos, de esos fríos orizabeños donde la neblina baja y hay que estirar el brazo para no topar con alguien enfrente. Pedía una limosna esa madre. Su pobreza saltaba a la vista. Ropa humilde, raída la falda y una blusa que seguro estrenó hace muchos años, o de medio uso, un suéter delgado. El chiquillo, con sus zapatos tenis y su pantalón de mezclilla y una camisetita por igual, chamarra un poco más abrigadora. ¿Qué tendría? Unos 4 o 5 años. ¿Qué sé yo? Miraba a la madre cómo preguntándose por qué estiraba la mano para pedir algo, que eran unas monedas. No había rama, ni denme mi aguinaldo si me lo han de dar. Pedía una ayuda sin dar nada a cambio, como la piden los músicos urbanos que deambulan por las calles del mundo, en las banquetas o en los Metro. Tocan su música a cambio de unas monedas. ¿Qué pasaría en la mente de ese niño, que debía estar jugando como todos los niños del mundo, quizá con su carrito de madera o con un trompo o un palo de escoba, que serviría de algo relacionado con un juguete? No lo sé. Quizá en su mente de inocencia, algún día cuando sea más grande sabrá y comprenderá que su madre salía a las calles a pedir una moneda para subsistir, para llevarle a él o la leche o un pan que le alimentara. Ese niño, de grande, ya mayor, sabrá que su madre no se rindió, sabrá que su madre hizo lo imposible porque no le faltara alimento en su estomago y, cuando crezca, deberá responderle a ella con el trabajo honesto y ser hombre de bien y tratar de darle, retornarle lo que ella una vez le dio estirando la mano en la calle. Como esa vieja conseja: “De niños los hijos no nos dejan dormir, de jóvenes no nos dejan vivir y de grandes no nos dejan morir”. Son escenas ahora muy recurrentes y frecuentes, en estos días de invierno decembrino, cuando el frío cala el pensamiento, cuando recordamos a otra madre que un día le dijo a su hijo: ¿Qué acaso no estoy Yo aquí, que soy tu Madre?. Bendita sea esa madre de la calle que busca el sustento al hijo.
NIÑOS ENLUTADOS
Hay unos niños para los que el día 30 no será fecha relevante. Los niños enlutados, aquellos que han perdido a un padre o una madre. Niños que viven en una guerra. Me acordé ahora que leo el libro ‘Después del Reich’. Cuando Alemania fue dividida en cuatro zonas, en las cuales había dos mundos: un ejército de ocupación y un pueblo conquistado. Al término de la Segunda Guerra Mundial allí, alrededor de un millón quinientos mil niños habían perdido a un progenitor en la guerra y doscientos cincuenta mil a ambos. Como ocurre en nuestro país, guardando sus debidas proporciones. Faltaría hacer el censo de cuántos niños se han quedado sin padre o madre por la inseguridad que vivimos. Cuando el crimen lacera. Como ahora mismo ocurrió con la periodista Regina Martínez, de la prestigiada revista Proceso. Crimen proditorio que hizo recordar a otros cuyas heridas aún están muy abiertas, los del periodista Milo Vela, esposa e hijo, y el de Yolanda Ordaz, ambos del diario Notiver. ¿De qué han servido estos sacrificios de gente que deja a hijos en la orfandad? De nada. El mundo sigue caminando y la pelea del bien contra el mal continúa. Nada se ha detenido. Las casas periodísticas siguen con su información, aún con los riesgos y estas lamentables bajas, lo que obliga a que, aquellos que cubren fuentes dedicadas al combate a la criminalidad, ya deban por siempre ser cubiertos sus nombres en el anonimato. El gobernador instruyó al procurador a esclarecer el crimen.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com
Los niños lo son todo. “No dejen de decir a los niños que son amigos de los santos que están en el cielo, de la Santísima Virgen y en particular de Jesús”, escribió alguna vez Marcelino Champagnat, padre fundador de los Maristas. Hace tiempo, en homenaje a esos padres y madres que hacen lo imposible por el bienestar de los niños, en su pobreza lacerante y en búsqueda de una vida mejor, escribí un par de textos. Son para un día como este. Para los niños y niñas.
PADRE CON HIJO
De repente le vi. El tipo era de piel blanca. Iba no mal vestido, no harapiento, vestimenta modesta de clase media, una chamarra tipo sudadera para apaciguar el frío, el café se enfriaba entre el gélido tiempo. Llegó a nuestra mesa, interrumpió la plática de cinco amigos, ordenado, amable, pidió permiso para decir que se había quedado sin trabajo, que era desempleado y que se ayudaba a mantener su casa con la venta de chocolates, que llevaba y exhibía en una caja de esas chicleras. Uno de nosotros tendió la mano y tomó cinco chocolates. A veinte pesos cada uno, le extendió un billete de cien. El hombre, todo amable, dio las gracias con el consabido ‘que Dios se los pague’. Dios no se metía en estos asuntos del comercio. Entonces le vi, al lado llevaba un hijo como de diez años. Padre todo amoroso, tendió la mano y entrecruzó sus dedos al chaval para ir juntos a la acera que perfilaba como su destino caminero, frente a esa alameda orizabeña donde el moho aparece entre su piso de adoquines, a otro sitio, a otra venta. El hijo, muy seguramente ve el esfuerzo del padre por hacerse del dinero para el gasto diario. Un ejemplo de enseñanza contra la adversidad. Antes fue a otra mesa, allí le compraron uno más. Llamé al hijo, le pregunté la edad y le regalé un billete: ‘Toma, para ti, para lo que quieras comprarte’, y se fueron caminando como aquella película de Charlot, cuando besa al hijo.
MADRE CON HIJO
No era madre indígena, como ahora hay tantas en este mes decembrino donde la depresión, dicen los conocedores psicólogos, la depresión se acrecienta y pega duro. El relato y la escena la vi apenas, la escribí en mi coco y la memoricé y guardé casi con memoria fotográfica de disco duro. La madre, escasamente cuarentañera, jalaba a un chiquillo, su hijo. Hacía frío y calaba los huesos, de esos fríos orizabeños donde la neblina baja y hay que estirar el brazo para no topar con alguien enfrente. Pedía una limosna esa madre. Su pobreza saltaba a la vista. Ropa humilde, raída la falda y una blusa que seguro estrenó hace muchos años, o de medio uso, un suéter delgado. El chiquillo, con sus zapatos tenis y su pantalón de mezclilla y una camisetita por igual, chamarra un poco más abrigadora. ¿Qué tendría? Unos 4 o 5 años. ¿Qué sé yo? Miraba a la madre cómo preguntándose por qué estiraba la mano para pedir algo, que eran unas monedas. No había rama, ni denme mi aguinaldo si me lo han de dar. Pedía una ayuda sin dar nada a cambio, como la piden los músicos urbanos que deambulan por las calles del mundo, en las banquetas o en los Metro. Tocan su música a cambio de unas monedas. ¿Qué pasaría en la mente de ese niño, que debía estar jugando como todos los niños del mundo, quizá con su carrito de madera o con un trompo o un palo de escoba, que serviría de algo relacionado con un juguete? No lo sé. Quizá en su mente de inocencia, algún día cuando sea más grande sabrá y comprenderá que su madre salía a las calles a pedir una moneda para subsistir, para llevarle a él o la leche o un pan que le alimentara. Ese niño, de grande, ya mayor, sabrá que su madre no se rindió, sabrá que su madre hizo lo imposible porque no le faltara alimento en su estomago y, cuando crezca, deberá responderle a ella con el trabajo honesto y ser hombre de bien y tratar de darle, retornarle lo que ella una vez le dio estirando la mano en la calle. Como esa vieja conseja: “De niños los hijos no nos dejan dormir, de jóvenes no nos dejan vivir y de grandes no nos dejan morir”. Son escenas ahora muy recurrentes y frecuentes, en estos días de invierno decembrino, cuando el frío cala el pensamiento, cuando recordamos a otra madre que un día le dijo a su hijo: ¿Qué acaso no estoy Yo aquí, que soy tu Madre?. Bendita sea esa madre de la calle que busca el sustento al hijo.
NIÑOS ENLUTADOS
Hay unos niños para los que el día 30 no será fecha relevante. Los niños enlutados, aquellos que han perdido a un padre o una madre. Niños que viven en una guerra. Me acordé ahora que leo el libro ‘Después del Reich’. Cuando Alemania fue dividida en cuatro zonas, en las cuales había dos mundos: un ejército de ocupación y un pueblo conquistado. Al término de la Segunda Guerra Mundial allí, alrededor de un millón quinientos mil niños habían perdido a un progenitor en la guerra y doscientos cincuenta mil a ambos. Como ocurre en nuestro país, guardando sus debidas proporciones. Faltaría hacer el censo de cuántos niños se han quedado sin padre o madre por la inseguridad que vivimos. Cuando el crimen lacera. Como ahora mismo ocurrió con la periodista Regina Martínez, de la prestigiada revista Proceso. Crimen proditorio que hizo recordar a otros cuyas heridas aún están muy abiertas, los del periodista Milo Vela, esposa e hijo, y el de Yolanda Ordaz, ambos del diario Notiver. ¿De qué han servido estos sacrificios de gente que deja a hijos en la orfandad? De nada. El mundo sigue caminando y la pelea del bien contra el mal continúa. Nada se ha detenido. Las casas periodísticas siguen con su información, aún con los riesgos y estas lamentables bajas, lo que obliga a que, aquellos que cubren fuentes dedicadas al combate a la criminalidad, ya deban por siempre ser cubiertos sus nombres en el anonimato. El gobernador instruyó al procurador a esclarecer el crimen.
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