1] Extraordinario
analista y gran teórico, Karl Marx se equivocó como profeta: la propiedad no
sólo no ha desaparecido, se arraiga al punto en que los “objetos
imprescindibles” -suntuarios o útiles- se convierten en ‘leitmotif’ de muchas personas
para las que la acumulación en la única razón de vivir; cualquier encuesta más
o menos seria (¡¡!!) puede demostrarlo: los humanos deseamos TENER, por encima
de valores como la justicia, la solidaridad y la generosidad.
Las donaciones a
partir de los impuestos deducibles son el mejor ejemplo. Y digo esto con el
mayor respeto para los donantes: es cómodo hacer legados filantrópicos y
colaborar solidariamente cuando se hace a costa de los impuestos, es decir, con
el dinero de todos, mediante las “deducibilidades”. Dicen los moralistas que
desprenderse de los excedentes es mucho menos meritorio (independientemente de
los volúmenes o los beneficios para los receptores del donativo) que compartir
lo necesario. En otras palabras: tiene más mérito cuando se renuncia a cosas
que hacen falta.
Por eso, en este
mundo y en esta época, es infrecuente que alguien se desprenda -de buena fe y
sin interés de por medio- de un bien sustancioso, en demérito de su calidad de
vida, para servir a los demás.
En Córdoba se sabe
que Luis Sáenz López Negrete donó al patrimonio público el edificio del Portal
de la Gloria, hoy sede de la Casa de Cultura, del Museo de la Ciudad, de
diversas oficinas públicas y de la librería universitaria. Un edificio grande,
estratégicamente ubicado, que pudo producirle a él y a su familia ingresos
suficientes para no tener la necesidad de trabajar y que, sin embargo, desde la
década de 1970 sirve a todos los cordobeses.
Pero, de acuerdo con
el principio bíblico de que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda,
no se conoce la mayoría de los muchos otros actos generosos, de sentido
estrictamente filantrópico, que Sáenz López Negrete realizó toda su vida -a
caballo entre Córdoba y Texcoco- como un ejercicio de verdadero amor por la
humanidad, hasta el punto en que dejó de ser un hombre rico, riquísimo, en lo
material, para convertirse en un hombre rico, muy rico, en lo espiritual. Y
entiendo que esto fue aún a costa de la preocupación y el desacuerdo de algunos
de los integrantes de su familia.
Poseía una habilidad
innata para el dominio de lenguas extranjeras (creo que manejaba fluidamente
ocho o nueve), cualidad que heredó a Elvira, su querida hija, maestra a quien
generaciones de jóvenes le deben el “masticar” o de plano hablar fluidamente el
inglés. Esta facilidad para aprender otros idiomas, sumada a su condición de
soñador, que siempre lo fue, hicieron que don Luis inventara una nueva lengua
universal: el LUSANE.
Quiso rivalizar con
el esperanto del doctor Zamenhof... Luis Sáenz decía que una lengua universal,
fácil, asequible, que incluyera todas las raíces lingüísticas, todos los tonos
e inflexiones y vocabulario de todos, haría más humana a la humanidad, que nos
acercaría y sería clave para reducir conflictos. SALONE KAFO ZONA LE BONEKE.
Años de trabajo, constantes ejercicios de promoción y una paciencia infinita,
aplicados para que la gente pudiera comunicarse.
Lo recuerdo con el
mote de “Luigi” en el Club Rotario, en el que pasó cientos, si no miles de
días, con el propósito de servir, siempre amable, siempre hospitalario, pródigo
con la palabra y el afecto.
Tuvo la oportunidad
de ver, en vida, su nombre inscrito en la Sala de Cabildos de su terruño; fue
declarado hijo predilecto y, por fortuna, nadie le regateó nunca el
reconocimiento que merecía, que se ganó a pulso. Murió a los 91 años,
propiamente sin enfermedad y como resultado de la vejez. Era disciplinado,
nunca dejó de ejercitarse y comía lo necesario. Por ello murió sano y lúcido.
Descanse en paz don Luis Sáenz López Negrete.
2] Hubo un tiempo en
que yo andaba en bicicleta. No es que fuera un atleta consumado ni mucho menos,
pero “aguantaba” y solía, junto con Lucía, mi esposa, dar algunas vueltas por
el barrio. Nuestra mayor odisea -no sé si con ella hubiéramos clasificado para
los juegos olímpicos- era lanzarnos prácticamente en caída libre en una
empinadísima cuesta en forma de columpio por el rumbo de “El Palomar” y subir
ese trapecio en su parte de cuesta, pedaleando como locos para no peder
impulso. Había poco tránsito y, por ende, mucho menos peligro que hoy, de morir
machucados. Recuerdo que el choque del viento contra la cara era genial,
divertido. De vez en vez pasábamos a visitar a los compadres y disfrutábamos en
serio esos paseos.
Tengo muy presentes
las miles de bicicletas estacionadas ordenadamente en las calles de Amsterdam.
Siempre me he preguntado cómo le hacen sus dueños para identificarlas, pues
suelen ser idénticas unas y otras. Ahí los problemas de vialidad son pocos y la
gente suele ser sana, consumen mucho menos combustible, por ende contaminan
menos, y el traslado de un sitio a otro parece más entretenimiento que
necesidad. Dicen que hasta hace poco, cuando aún eran pobretones los chinos,
ocurría lo mismo en Beijing -Pekín-, hoy gris, ruidosa, lenta y salvajemente
contaminada.
Por eso envidio a
los 500 que pasearon semi encuerados por las calles de Ciudad de México. Y los
envidio no porque fueran en ropa interior o cubiertos de “body paints”, sino
por su propuesta: crear conciencia entre la sociedad y las autoridades del
consumo excesivo de combustibles fósiles, incentivar la “locomoción humana” y
tratar de recuperar el ya perdido respeto a peatones y ciclistas.
Dice
MILENIO que los ‘marchantes’ escribieron en sus cuerpos:
“Soy Frágil”, “Cuídame”, “Estás llantitas… ¡no contaminan!”, “¿Ahora sí me
ves?”
Sería maravilloso
que nos volviéramos un “pueblo bicicletero”, literalmente.
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