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miércoles, 27 de junio de 2012

Cosas Pequeñas HISTORIAS ELECTORALES por: Juan Antonio Nem Dib


Cosas Pequeñas




I] En ese tiempo solíamos convocar a 50 policías auxiliares procedentes de todas las comandancias del estado. Se concentraban en la Academia Estatal y recibían un entrenamiento intensivo que mejoraba notoriamente sus habilidades -para protegerse a sí mismos y por ende, estar en condiciones de proteger más y mejor a los demás-, que subía mucho su autoestima y fortalecía el espíritu de cuerpo de la Corporación. Hasta donde me quedé, egresaron de ese programa de capacitación unos tres mil elementos.

Coincidió una elección federal con un fin de semana de egreso y un ingreso de personal a este ejercicio de adiestramiento; por ello me sentí en la obligación de permitir al los policías que ejercieran sus derechos políticos y pudieran votar, independientemente de que estuvieran “acuartelados” y, además, facilitárselos. Se preguntó a agentes entrantes y salientes del curso quiénes estaban interesados en sufragar y quiénes tenían consigo su credencial del IFE vigente.

Se excluyó a los residentes en Xalapa -que podían votar en sus propias casillas- y se les trasladó a los policías en dos autobuses hasta la casilla especial que suele ubicarse en los portales del Palacio Municipal; lo hicimos alrededor de las seis de la mañana, bien sabidos de que las boletas electorales disponibles en esos centros de votación suelen ser 750 nomás y por lo general se agotan. Yo mismo y varios de mis compañeros de trabajo del IPAX, con residencia en otros municipios nos apersonamos en la misma casilla y a la misma hora.

Cuando llegamos ya había personas en fila, dispuestas a votar; alrededor de 15. Nos formamos en orden detrás de quienes estaban en la línea y para las siete de la mañana eran ya cientos de votantes los congregados haciendo cola atrás de nosotros y en espera de que abriera la mesa de votación. Poco antes de iniciar la votación, con inteligencia y sensibilidad, el presidente de la mesa directiva de la casilla repartió 750 boletitos sellados y firmados, que él mismo ingenió y confeccionó, a fin de que las personas de la fila, que alcanzó varias cuadras, supieran si podrían votar y evitar así los conflictos que normalmente ocurren en esas “casillas especiales” cuando se agotan las boletas.

Todo en orden hasta que, repentinamente, alguien empezó a protestar a gritos por la presencia de los policías en la fila. Rápidamente la protesta se generalizó y no faltaron quienes afirmaron que se trataba de un fraude cocinado, con la intención de que los oficiales votaran siguiendo cierta “línea” política y obedeciendo instrucciones. La discusión se intensificó al punto en que, entre voces más o menos altisonantes, expliqué a gritos que no podían conculcar a los servidores públicos -por el hecho de serlo- un derecho constitucional indiscutible, además de que cumplían rigurosamente todos los requisitos de ley para ejercerlo (ir desarmados, entre otros).

Alguien -no recuerdo quién- hizo una propuesta que dejó razonablemente satisfechos a todos: los policías se “terciarían”, uno después de cada civil, para asegurar que no impidieran a ninguno de los madrugadores que pudieran votar. Así se hizo y votaron todos. Luego de tantas complicaciones, debió ser muy sorprendente para los quejosos que el partido político al que supuestamente beneficiaba esta maniobra recibió en total, de todos los votantes, muchos, muchos menos votos que el grupo de policías.

II] El trabajo me impedía ir a votar a mi sección electoral -en Córdoba- y decidí, de nueva cuenta, hacerlo en la casilla especial instalada en las instalaciones de la central camionera de Xalapa. Como en ocasiones anteriores, llegué muy de mañana, fui de los primeros en la fila. Para mi sorpresa, una empleada del IFE -no un ciudadano funcionario de casilla, como establece la ley- me impidió votar con el argumento de que mi nombre no aparecía en la computadora que contenía la lista nominal de electores.

Por supuesto que me frustré mucho. Pero me frustré todavía más cuando, al llegar a mi oficina, me informaron que un “profesional y objetivo reportero” que observó el incidente, había publicado en su página web que era yo un “mapache electoral” y que por ende me habían impedido emitir mi sufragio.

Llamé a la oficina local del IFE y a Ciudad de México. Me atendieron con relativa diligencia y rapidez, me pidieron los datos de mi credencial, me hicieron algunas preguntas de seguridad y me indicaron que volviera de inmediato a la casilla especial. Resultó que la flamante empleada del Instituto Federal Electoral no sabía operar la computadora y, cuando regresé, sus jefes intentaban desactivarle un motín incendiario de algunas decenas de personas a las que, igual que a mí, les informaba que “no aparecían en el padrón”.

Apretando las teclas correctas nos encontraron a todos, sin excepciones, y pudimos votar. Esa vez ni siquiera pude regresar por la tarde para ver el resultado de la elección en la casilla.

III] Envidio a los italianos. Gobiernos caen y la bolsa de valores de Milán sube, el mismo día, sin que un fenómeno afecte al otro. Mociones de censura contra sus jefes de gobierno pasan sin pena ni gloria frente a los ojos de los ciudadanos que, no sé si con inteligencia o cinismo o una mezcla de ambos, viven su vida cotidiana sin que los affaires políticos se las trastoquen.

¿Llegará el día en que los procesos electorales dejen de polarizar las opiniones en México?, ¿será posible que con cada próxima acta de nacimiento se expida a los mexicanos un certificado de tolerancia, respeto a la diversidad y capacidad de entender que en democracia unos ganan y otros pierden sin que eso signifique el fin del mundo o la llamada inexcusable a “la lucha armada” de los perdedores?, ¿verán mis ojos cuando el odio y la exclusión, el ataque despiadado y la descalificación, las campañas negras, los señores Solá y esbirros de la misma ralea dejen de envenenar los comicios y les substituya la compulsa de proyectos y propuestas?

antonionemi@gmail.com

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