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miércoles, 13 de junio de 2012

Acertijos UN DIA DE TRABAJO Por: Gilberto Haaz Diez



*De Pio Baroja: “Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible. Nada hay imposible para una voluntad enérgica”. Camelot.


UN DIA DE TRABAJO
Mañana de martes. El gobierno itinerante de Javier Duarte despacha en Córdoba.
Es día de trabajo.  Temprano comienza la actividad en la Calle 1 número 1925, entre las avenidas 19 y 21 del fraccionamiento Alameda. En Córdoba. Su tierra adoptiva.
En la misma casa de sus padres, adonde llegó a los doce años de Veracruz y nunca más la dejó. Para convertirse en diputado federal y luego en candidato y gobernador de Veracruz. Uno de los más jóvenes del país.
Comienza la mañana con audiencias. Juntas de trabajo. Entre picaditas y huevos revueltos atiende problemas. Escucha. Junto a él el alcalde de Córdoba, Paco Portilla Bonilla, orgullo del barrio 2 de abril de Tierra Blanca. Othón González Ruiz, y una mujer y un hombre que le planteaban problema. Hablamos de todo. De la política y de los tiempos. De las rispidez de las campañas y de lo mucho que espera Veracruz con el triunfo de Enrique Peña Nieto.
En esa casa de su madre, doña Cecilia, donde en la mesita de centro principal un álbum del día de la elección que lo llevó a gobernador, junto a su esposa Karime y sus hijos y su familia directa, muestra esos momentos.

EN CORDOBA
Una mañana antes, Javier Duarte había aclarado paradas con Chepina, la candidata presidencial panista, que metió a Veracruz en la dinámica del debate. “La Marina yo la solicité”, dijo el gobernador. Se reunió con alcaldes y con la gente del turismo de las Altas Montañas y condonó tenencias a motociclistas, en esta temporada de vacas flacas, cosa que le agradecieron los de las motos.
Hablamos de su piquete al brazo y del antidoping, donde Veracruz es punta de lanza contra este flagelo. Mañana calurosa. Presagiaba calor de los treinta y tantos grados. Allí trascendió la visita de Peña Nieto a Tierra Blanca, donde le recibirán con un calor de cuarenta y tantos. Que le hará sudar la gota gorda.
Duarte rememoró una anécdota. “Fue en Tierra Blanca donde sentí el calor más duro de la campaña pasada”. Pos como no. Si allí habita el diablo.
Al mediodía esperaba la visita de un grupo de estudiantes. De todas las facultades. De los inconformes. De los que por su juventud piden y exigen.
En un salón aledaño de esa casa los atendió. Eran unos 24. Llegaron con la espada desenvainada, pero conforme pasaban los minutos Duarte les explicaba punto por punto: “Yo también fui estudiante, y sé de sus necesidades. Cuando estudiaba y trabajaba en el DF, apenas había tiempo y dinero”, decía.
“No venimos a adularlo”, dijo uno de ellos, el líder.
Ahora con los del YoSoy132, las aguas están para que se muevan.
Javier los escuchaba con paciencia. Oía sus reclamos. En Palacio de Córdoba ya había gente que le esperaba. Comisiones que atendían el secretario particular, Juan Manuel del Castillo, y el secretario de Gobierno, Fray Buganza. Todos cordobeses.
Todos en la misma línea del gobernador.
Y la amabilísima Betty del Toro, mujer excepcional.
Más tarde aparecería Amadeo, el Procurador, Anaya, de Salud, Zarrabal, de Comunicaciones y los dirigentes con los que platicaría.
Mientras, los estudiantes reclamaban. Ante la falta de espacios en las universidades, sobre todo en la U.V., Duarte les dio una buena nueva.
Les habló de becas, de la ley del fomento al empleo, del caro transporte, de los que serán rechazados y sus espacios, les habló de ser un estado que invierte recursos en sus universidades, como pocas del país.
En una mesa redonda, como los caballeros del Rey Arturo, ellos exigían, el gobernador explicaba. Tocó el tema de la reunión con Héctor Slim, hijo del milloneta dueño de Telmex, con quien proyecta internet gratis en los kioscos de las plazas públicas, un sueño del mismo Sarkozy de Francia. Un sueño que cualquier gobernante quiere ver en la realidad. Vestidos a sus formas y su manera, los jóvenes encontraron en el gobernador disposición de dialogo. No lo interrumpirían. Por espacio de una hora, hablaron y proyectaron. “Si ustedes me aceptan, permítanme ser parte de este grupo”, les dijo al final. Las fotos y los abrazos culminaron esa reunión.
De allí, al mediodía, traslado al Palacio cordobés, cerca de Los Portales. Le esperaban más reuniones. Un grupo de cafetaleros y la Iglesia La Luz del Mundo.
Otra con los productores de los ingenios azucareros, donde estuvieron las dos mujeres diputadas, la federal y la local. En los pasillos, la gente se apretujaba.
Entré a su oficina provisional. Está pegada a la de Paco Portilla. Mientras el gobernador acordaba, quien esto escribe echaba un ojo. Oficina austera, un cuadro al fondo del palacio cuando pasaban las vías del tren. De mil ochocientos y pico. O cercana a los mil novecientos y pico. Buganza no me supo decir la fecha.
A las 5 de la tarde hacia hambre. El cielo se encapotó, comenzó a nublarse. El gobernador partía a otra encomienda, yo, a escribir estas líneas. Un cóctel rápido en Casa Díaz y a la escritura. Hay días así, intensos y de trabajo.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com

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