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jueves, 8 de septiembre de 2011

CAMALEON Por: Alfredo Bielma Villanueva


La sucesión presidencial
Desde un enfoque jurídico es interesante conocer el desarrollo del proceso que se le sigue a Maruchi Bravo y a Gilberto Martínez acusados de terrorismo informativo, o algo parecido, porque da la impresión de que el gobierno está caminando al filo de la navaja en la hermenéutica jurídica. En una de las bandas de ese filo está, por supuesto, el irrestricto cumplimiento de la Ley por quienes convivimos en sociedad al amparo de un estado de derecho y, por la otra banda, la percepción social acerca de la aplicación de esa ley calificándola como represiva. Esto último ha obligado al secretario de gobierno a aparecer en medios de cobertura nacional para explicar que las acciones están apegadas a derecho. No adelantamos juicios, pero en todo caso bien valdría aunque sea a toro pasado analizar el texto de los artículos en que el estado basa la acusación, porque finalmente no todo lo legislado es constitucional como, si bien se recuerda, no lo fue el famoso delito de disolución social tipificado por los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, que fue calificado por los expertos constitucionalistas como normas penales totalitarias porque vulneraba los “derechos públicos subjetivos de expresión, prensa y asociación”.

En nuestro sistema jurídico todos somos inocentes hasta que no se demuestre lo contrario, aunque en ocasiones pareciera que se obligua el acusado a demostrar su inocencia en vez de que el fiscal fundamente su acusación. Por lo pronto, sin duda Maruchi y Gilberto están pasando las de Caín en una reclusión que a nadie se le desea, aunque, como en el caso de ambos y si esto fuera consuelo, cuentan con la solidaridad de miles de sus conciudadanos. En esto último la premisa fundamental sería descubrir si la solidaridad es porque se aprecia un acto de autoridad o bien solo por hacerle la contra al gobierno.

Como fuere, este acontecimiento guarda estrecha correlación con la difícil etapa por la que atraviesa el país. En tiempos de graves conflictos sociales, económicos y políticos las leyes sufren modificaciones para ponerlas acordes con las circunstancias, tal y como ocurrió precisamente cuando se legisló sobre el delito de disolución social en 1941, al amparo del pretexto de la Segunda Guerra Mundial.

El llamado mes patrio ha comenzado y por asociación de ideas, en cuanto al enfoque de la problemática social, guardadas todas las proporciones por supuesto, viene a la mente  el libro de Francisco Madero del que muchos hablan y pocos conocen: “La Sucesión Presidencial”. Del texto llama la atención que lo dedica a los héroes “que con su sangre conquistaron la independencia de nuestra patria; que con su heroísmo y magnanimidad, escribieron las hojas más brillantes de nuestra historia…”; en segundo lugar dedicó el libro “a la Prensa Independiente de la República, que con rara abnegación ha sostenido una lucha desigual por más de 30 años contra el poder omnímodo que ha centralizado en sus manos un solo hombre…” Una Prensa Independiente que lucha por “dignificar al ciudadano mexicano, elevarlo de nivel, hacerle ascender de la categoría de súbdito, a que prácticamente está reducido, a la de hombre libre; afín de transformar a los mercaderes y viles aduladores, en hombres útiles a la patria y en celosos defensores de su integridad y de sus instituciones…” Y en esa dedicación hace un homenaje a los periodistas, a “esos modestos luchadores, a quienes no han arredrado las persecuciones, la prisión, los sarcasmos, los insultos y las privaciones de toda clase; a quienes no ha podido seducir el ofrecimiento de brillantes posiciones oficiales, pues han preferido vivir pobres, pero con la frente muy alta…”

En ese breve pero sustancioso exordio Francisco Madero confiesa que la vida sin privaciones y más bien  nadando en la abundancia lo había inducido a adoptar una posición egoísta respecto del destino de su país: “vivía tranquilamente dedicado a mis negocios particulares, ocupado en las mil futilezas que hacen el fondo de nuestra vida social, estéril en lo absoluto”. Y en esa inercia “…veía a mi derredor que todos aceptaban la situación actual con estoica resignación, seguía la corriente general y me encerraba, como todos, en mi egoísmo (….) eran tan raras y tan débiles las voces de los escritores independientes que llegaban a mí, que no lograron hacer vibrar ninguna de mis fibras sensibles; permanecía en la impasibilidad en que aún permanecen casi todos los mexicanos”.

Esta magnífica introducción para explicar el por qué se decidió a escribir “La Sucesión Presidencial” nos muestra a un mexicano cuya toma de conciencia de una realidad en la que destacan los rezagos sociales, las drásticas desigualdades económicas, la concentración del poder por unos cuantos, elites formadas al amparo de la corrupción y la impunidad, lo impulsó a participar en la política para buscar el cambio. Después de treinta años de una cruenta dictadura se levantaban ya las voces de inconformidad hasta de los más pacíficos ciudadanos de este país.

El docto Gustavo Díaz Ordaz hubiera pasado a la historia de México como uno de los mejores presidentes de este país si en el tránsito de la obcecación no lo hubiera obnubilado el “principio de autoridad” tan en boga en su tiempo y, como pontificó Laboulaye: “el mundo solo erige altares a las víctimas que ha sacrificado. La historia de la humanidad es la historia de los mártires”. Alguien dijo que “la historia, cansada de crear se repite”, otro que “leer la historia es volver a vivir”; Baruch Espinoza aconsejaba: “si no quieres repetir el pasado, estúdialo;  Jacinto Benavente decía “una cosa es continuar la historia y otra repetirla; pero algunos  sentencian que “el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra”. Aunque, por otro lado, alguien más recuerda que la historia también enseña que no es igual torear que ver los toros desde la barrera.

alfredobielmav@hotmail.com

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