*De Jesús de Nazaret: “Así que yo les digo: pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá”. Camelot.
BEATO EN ORIZABA
Un campesino llega ante el féretro. Inclina el cuerpo, toca la mica-cristal, se persigna y llora, limpia sus lágrimas con los dedos. Camina y llora. Está ante las reliquias de Juan Pablo Segundo, al que quiere todo el mundo.
El papa que hoy es beato y pronto será santo, que llega a la Orizaba siempre fiel.
La católica ciudad que un 99 por ciento profesa el catolicismo.
Aquí donde en diciembre las peregrinaciones rivalizan con las del santuario de la morenita, la Virgen de Guadalupe.
La fila es interminable. Da vueltas a varias cuadras.
Son las 12 del día. Veo en la puerta al comandante Ángel ‘Rambo’ Márquez. Le pido me ayude a entrar. Necesito apresurar la entrada para poder escribir esta crónica.
Alguna vez en El Vaticano, en la Santa Sede, me acredité ante Joaquín Navarro Vals, vocero papal, y por las prisas ya no pude conocer Radio Vaticano, que era mi interés.
Penetro a cubrir este evento del periplo del Obispo de Roma, que una vez, sin ser Reagan ni gritarle a Gorbachov que ‘tire ese muro’, en referencia al de Berlín. Este polaco nacido en Cracovia, derrumbó ese comunismo para nunca más volver, con mucha política y con muchas plegarias. Aquí está tendido en una figura de cera, en la misma posición que cuando falleció aquel 2 de abril de 2005 y fue expuesto en la Basílica de San Pedro, sitio construido entre 1506 y 1626. Con ligeras diferencias, este féretro es transparente para que la gente admire sus pertenencias. Tiene en la cabecera la imagen de quien llamaba ‘mi morenita’, la Virgen de Guadalupe. El original del Vaticano era de pino, de madera barata, sencilla, así quiso ser sepultado. Sin lujos ni ostentaciones.
Como había vivido en su dolorosa Polonia. En la medianía de su pobreza.
Un rosario, un fajín, la ampolleta con capsula de su sangre, su ropaje, la gente circula en orden, con fe y devoción, muchísimos enfermos. Todos portan una flor. La tallan sobre el féretro y se persignan, las frotan en sus cuerpos.
En silla de ruedas, una ancianita llega. Reza. Tienen prioridad los enfermitos.
Como pueden se acercan. Muy de mañana la ciudad se convulsionó.
CIUDAD CONVULSIONADA
Cerrada al tráfico. Las reliquias llegarían a la céntrica orizabeña catedral de San Miguel Arcángel, donde serían exhibidos desde la misma mañana del jueves hasta la madrugada del viernes, con un intervalo de misa a las diez de la noche.
Allí me tenéis absorto. Viendo pasar a la gente como una vez lo hice en Roma ante su mismo féretro sepultado en el Vaticano, a unos metros de San Pedro. Aquel que fue uno de los doce apóstoles de Jesús y primer Obispo de Roma, aquel al que se le dijo: ‘sobre esta piedra edificaré mi iglesia’. Frente al otro papa que, cuentan los historiadores, se escabecharon los malosos vaticanistas del Banco Ambrosiano, Juan Pablo Primero, papa solo por 33 días, la edad de Cristo en días, no en años, su antecesor.
Frente a frente los dos Juan Pablos. El primero y el segundo. En esas tumbas frías de mármol.
Una fila similar viví en Roma. La tumba de Juan Pablo Segundo es la más visitada de todas. La guardia papal la vigila con celo. No permiten que te detengas. La gente, como aquí ante sus reliquias, se detiene, reza, frota un escapulario o rosario, y llora.
Algunos se arrodillan y oran.
Yo corrí con suerte porque a los guardias papales les dije que era enviado del Washington Post de Tierra Blanca, y se la creyeron, solo así me dejaron estar a un lado de ellos. Aquella vez que narré mi odisea papal.
Un hombre que vivió a un killer solitario. Un enviado de los comunistas que no pudieron acabarlo. En la explanada del Vaticano hay una placa que rememora ese atentado. Donde el turco Ali Agka le disparó y no logró abatirlo porque, lo dijo el Santo Padre, se encomendó a la Virgen de Guadalupe y ella le salvó.
Una iglesia viva. En una ciudad muy católica, Orizaba. Aquí mismo, cuenta la historia, Maximiliano cuando era emperador llegaba a estas tierras donde le adoraban por su catolicismo. Ya no bajaba más territorio. Los moscos, el calor y los zancudos, lo atarantaban.
EL OBISPO MARCELINO
Orizaba siempre fiel. La fila no se detiene. Veo al Obispo Marcelino Hernández Rodríguez. Un hombre de Dios. Un hombre bueno, que ha emprendido una dinámica a esta Diócesis. Está siendo entrevistado por la tele local. Canal 88 de Cable. Espero a que termine. Nos abrazamos. Pone orden. Dice a la seguridad que mantiene la fila, que permitan a la gente que toque, que vean por minutos: “Roma está muy lejos”, les dice el Obispo como señal de que nunca podrán ir a esa plaza de San Pedro. Aquí lo tienen. Aquí lo veneran. Aquí se encomiendan a él. Aquí lo tocan. Como un santo que ya ha hecho milagros. El Obispo me dice que va a otra reunión con las 8 Diócesis del estado de Veracruz, que aquí se encuentran cuidando las reliquias papales. Las reliquias de un hombre que hizo mucha política, pero derrochó mucho amor entre los fieles. Aún entre aquellos que no eran católicos, logró un respeto.
Son las 12:30. Hay orden en la fila. La mayoría es gente humilde. Su ropa los identifica. Pobres pero con la mayor fe del mundo. Da gusto ver a las y los indígenas con sus vestimentas habituales, llevando en la mano una banderola con los colores del Vaticano, el amarillo y el blanco. Con las dos fotos, la de Wojtyla y la de la Virgen de Guadalupe. Aquella que bajó al Tepeyac para inmortalizarse. Algunos niños. Cada celular es una cámara fotográfica. Los fieles imprimen las suyas. Un diario local (El Mundo) le pide a plana entera: “Juan Pablo: queremos un milagro”. Un milagro necesitamos en momentos que la patria veracruzana se nos cae a pedazos. Cuando la maluria llega y crea pánico y temor.
Jesús, en el Evangelio de Tomás, señaló: “Una ciudad que está construida y fortificada sobre una alta montaña no puede caer ni pasar inadvertida”.
Seguro Juan Pablo bendecirá la nuestra de las grandes montañas desde donde se encuentre. Muy seguro a la derecha del Señor, orando por la humanidad toda.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com
BEATO EN ORIZABA
Un campesino llega ante el féretro. Inclina el cuerpo, toca la mica-cristal, se persigna y llora, limpia sus lágrimas con los dedos. Camina y llora. Está ante las reliquias de Juan Pablo Segundo, al que quiere todo el mundo.
El papa que hoy es beato y pronto será santo, que llega a la Orizaba siempre fiel.
La católica ciudad que un 99 por ciento profesa el catolicismo.
Aquí donde en diciembre las peregrinaciones rivalizan con las del santuario de la morenita, la Virgen de Guadalupe.
La fila es interminable. Da vueltas a varias cuadras.
Son las 12 del día. Veo en la puerta al comandante Ángel ‘Rambo’ Márquez. Le pido me ayude a entrar. Necesito apresurar la entrada para poder escribir esta crónica.
Alguna vez en El Vaticano, en la Santa Sede, me acredité ante Joaquín Navarro Vals, vocero papal, y por las prisas ya no pude conocer Radio Vaticano, que era mi interés.
Penetro a cubrir este evento del periplo del Obispo de Roma, que una vez, sin ser Reagan ni gritarle a Gorbachov que ‘tire ese muro’, en referencia al de Berlín. Este polaco nacido en Cracovia, derrumbó ese comunismo para nunca más volver, con mucha política y con muchas plegarias. Aquí está tendido en una figura de cera, en la misma posición que cuando falleció aquel 2 de abril de 2005 y fue expuesto en la Basílica de San Pedro, sitio construido entre 1506 y 1626. Con ligeras diferencias, este féretro es transparente para que la gente admire sus pertenencias. Tiene en la cabecera la imagen de quien llamaba ‘mi morenita’, la Virgen de Guadalupe. El original del Vaticano era de pino, de madera barata, sencilla, así quiso ser sepultado. Sin lujos ni ostentaciones.
Como había vivido en su dolorosa Polonia. En la medianía de su pobreza.
Un rosario, un fajín, la ampolleta con capsula de su sangre, su ropaje, la gente circula en orden, con fe y devoción, muchísimos enfermos. Todos portan una flor. La tallan sobre el féretro y se persignan, las frotan en sus cuerpos.
En silla de ruedas, una ancianita llega. Reza. Tienen prioridad los enfermitos.
Como pueden se acercan. Muy de mañana la ciudad se convulsionó.
CIUDAD CONVULSIONADA
Cerrada al tráfico. Las reliquias llegarían a la céntrica orizabeña catedral de San Miguel Arcángel, donde serían exhibidos desde la misma mañana del jueves hasta la madrugada del viernes, con un intervalo de misa a las diez de la noche.
Allí me tenéis absorto. Viendo pasar a la gente como una vez lo hice en Roma ante su mismo féretro sepultado en el Vaticano, a unos metros de San Pedro. Aquel que fue uno de los doce apóstoles de Jesús y primer Obispo de Roma, aquel al que se le dijo: ‘sobre esta piedra edificaré mi iglesia’. Frente al otro papa que, cuentan los historiadores, se escabecharon los malosos vaticanistas del Banco Ambrosiano, Juan Pablo Primero, papa solo por 33 días, la edad de Cristo en días, no en años, su antecesor.
Frente a frente los dos Juan Pablos. El primero y el segundo. En esas tumbas frías de mármol.
Una fila similar viví en Roma. La tumba de Juan Pablo Segundo es la más visitada de todas. La guardia papal la vigila con celo. No permiten que te detengas. La gente, como aquí ante sus reliquias, se detiene, reza, frota un escapulario o rosario, y llora.
Algunos se arrodillan y oran.
Yo corrí con suerte porque a los guardias papales les dije que era enviado del Washington Post de Tierra Blanca, y se la creyeron, solo así me dejaron estar a un lado de ellos. Aquella vez que narré mi odisea papal.
Un hombre que vivió a un killer solitario. Un enviado de los comunistas que no pudieron acabarlo. En la explanada del Vaticano hay una placa que rememora ese atentado. Donde el turco Ali Agka le disparó y no logró abatirlo porque, lo dijo el Santo Padre, se encomendó a la Virgen de Guadalupe y ella le salvó.
Una iglesia viva. En una ciudad muy católica, Orizaba. Aquí mismo, cuenta la historia, Maximiliano cuando era emperador llegaba a estas tierras donde le adoraban por su catolicismo. Ya no bajaba más territorio. Los moscos, el calor y los zancudos, lo atarantaban.
EL OBISPO MARCELINO
Orizaba siempre fiel. La fila no se detiene. Veo al Obispo Marcelino Hernández Rodríguez. Un hombre de Dios. Un hombre bueno, que ha emprendido una dinámica a esta Diócesis. Está siendo entrevistado por la tele local. Canal 88 de Cable. Espero a que termine. Nos abrazamos. Pone orden. Dice a la seguridad que mantiene la fila, que permitan a la gente que toque, que vean por minutos: “Roma está muy lejos”, les dice el Obispo como señal de que nunca podrán ir a esa plaza de San Pedro. Aquí lo tienen. Aquí lo veneran. Aquí se encomiendan a él. Aquí lo tocan. Como un santo que ya ha hecho milagros. El Obispo me dice que va a otra reunión con las 8 Diócesis del estado de Veracruz, que aquí se encuentran cuidando las reliquias papales. Las reliquias de un hombre que hizo mucha política, pero derrochó mucho amor entre los fieles. Aún entre aquellos que no eran católicos, logró un respeto.
Son las 12:30. Hay orden en la fila. La mayoría es gente humilde. Su ropa los identifica. Pobres pero con la mayor fe del mundo. Da gusto ver a las y los indígenas con sus vestimentas habituales, llevando en la mano una banderola con los colores del Vaticano, el amarillo y el blanco. Con las dos fotos, la de Wojtyla y la de la Virgen de Guadalupe. Aquella que bajó al Tepeyac para inmortalizarse. Algunos niños. Cada celular es una cámara fotográfica. Los fieles imprimen las suyas. Un diario local (El Mundo) le pide a plana entera: “Juan Pablo: queremos un milagro”. Un milagro necesitamos en momentos que la patria veracruzana se nos cae a pedazos. Cuando la maluria llega y crea pánico y temor.
Jesús, en el Evangelio de Tomás, señaló: “Una ciudad que está construida y fortificada sobre una alta montaña no puede caer ni pasar inadvertida”.
Seguro Juan Pablo bendecirá la nuestra de las grandes montañas desde donde se encuentre. Muy seguro a la derecha del Señor, orando por la humanidad toda.
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