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domingo, 1 de mayo de 2011

Cosas Pequeñas


PROFESIONES

Juan Antonio Nemi Dib

Cuesta trabajo decir que no cuando alguien invita para ser padrino, la negativa se siente como grosería innecesaria. Sin embargo, al margen de las cuestiones religiosas, el hecho es una gran responsabilidad, un compromiso que implica participar de asuntos que van más allá del mero ceremonial o las relaciones afectivas, los compadrazgos. Y es que decir “no” cuando le piden a uno ser padrino puede representar -para quien convoca- un desprecio de la mayor magnitud; pero por otro lado, se vuelve un acto vacío, vácuo, cuando uno acepta sólo para cumplir, para “quedar bien”. Claro que muchas veces se trata, también, de compartir -aunque sea en mínima parte- la formación de los ahijados, de participar de un proyecto de vida y entonces el deber se torna aún más grande y por ende, más difícil de asumir.

Toda proporción guardada, ocurre lo mismo cuando invitan a presentar un libro. Si uno no ha leído al “recién nacido” -editorialmente hablando-, no tiene la certeza de lo que contiene la obra, de la calidad con la que está escrita y, por ende, si se trata de un texto recomendable. Y no se vale decir “espérame a que lo lea y te digo si te lo presento o no”. Y es que, por principio, cuando a uno le piden que presente un libro es para que se hable bien de él, para motivar a los potenciales lectores, no para denostarlo. De modo que parece muy grosero negarse cuando le invitan al debut en sociedad de un texto (lo cual necesariamente implica un privilegio, una distinción por parte del escritor) y, por otro lado, siempre es un albur, un azar: puede uno acabar hablando bien -por cortesía- de un mamotreto que no lo merece.

Pero afortunadamente no fue el caso. Alfonso Rodríguez Pulido, doctor en arquitectura, maestro e investigador de la Universidad Veracruzana, exitoso arquitecto -ajeno al incesto académico de los que suelen refugiarse en la cátedra y no poseen experiencia profesional práctica-, me hizo el gran honor y aún el mayor servicio de invitarme a compartir con sus colegas docentes y un buen número de estudiantes, la presentación de su obra más reciente: “El Dibujo, Proyecto Arquitectónico. Pasado y Presente”.

Han pasado los días y sigo pensando -a pesar de las razones generosas de Alfonso- que fuí la persona menos indicada (por mi negación para la plástica, por mi falta de habilidad con la geometría y el cálculo, por mi pésimo gusto y mi nula disposición para el diseño, entre otras carencias) para hablar sobre un libro de arquitectura ante un público integrado por expertos de prosapia y futuros profesionales de la materia.

Sin embargo, tengo que agradecérselo al doctor Rodríguez Pulido. Fue una experiencia grata, sumamente enriquecedora, que me introdujo en una realidad compleja: los procesos actuales de formación y entrenamiento de las nuevas generaciones de profesionistas, en este caso de arquitectos, y los resultados prácticos de los conocimientos y habilidades que desarrollan en la universidad, de cara al mercado de trabajo.

El libro, publicado por el área de postgrados de la Universidad de Guadalajara, es el testimonio de un maestro que además crea conocimientos, es decir, un docente que hace investigación de manera sistemática y de acuerdo con objetivos específicos. Es un diagnóstico crítico que debieran revisar con atención los responsables del diseño de los planes y programas académicos -ojo, no sólo de arquitectura- si quieren mejorar la calidad de la enseñanza y hacer que los resultados terminales logren, literalmente, el “éxito profesional de los profesionistas”.

El origen de la obra tiene que ver con una evidencia incontrastable: está disminuyendo drásticamente el dibujo como parte de los contenidos académicos y los planes de estudio de las licenciaturas en arquitectura. A partir de allí, surgen preguntas específicas: ¿debe ser el arquitecto necesariamente un buen dibujante?, ¿se puede prescindir de la habilidad de dibujar cuando se hacen proyectos arquitectónicos?, ¿es el dibujo por sí mismo un instrumento conceptual que contribuye a la creación arquitectónica o es una mera herramienta de trabajo? Alfonso responde que el dibujo es un instrumento de registro, un mecanismo para el análisis geométrico, un referente para la composición arquitectónica, un lenguaje específico -un discurso- de la arquitectura y un instrumento para la creación (la ideación) proyectiva.

Así visto, se puede afirmar que la disminución de la habilidad para dibujar es una merma indeseable en el entrenamiento de los futuros arquitectos. Sin embargo, se explica que las excesivas cargas de trabajo de los estudiantes (que con frecuencia no duermen para cumplir con sus tareas), la incorporación masiva de nuevas materias y contenidos a los planes de estudio y la aparición de las “máquinas de dibujar” -las computadoras- entre otras causas, vienen relegando al dibujo que, antaño, tuvo un lugar más que privilegiado en el entrenamiento de estos profesionales.

No hay que hacer un gran esfuerzo para percatarse de que el fenómeno se extrapola a otros ámbitos de la formación universitaria: licenciaturas en derecho en las que materias sustantivas como el derecho romano se han vuelto optativas o de plano han desaparecido de los planes de estudio; o nuevos médicos que constantemente pierden sus habilidades para la clínica diagnóstica y cada vez son más dependientes de los fierros y los gabinetes análisis; también el caso de flamantes economistas formados en el “rollo” pero sin medios para hacer análisis matemático del comportamiento económico, por ejemplo. Esto no significa renunciar a las ventajas de una tomografía axial computarizada ni al ahorro que provee un programa de cómputo capaz de dibujar con sólo un teclazo, pero siempre será mejor un médico que sabe qué enfermedad está buscando y un arquitecto que ha imaginado su obra, antes de mandar a la computadora a dibujarla sin tener claro cómo la quiere.

Parecería que la simplificación se impone en la formación de los nuevos profesionistas, cuando debiera ser exactamente lo contrario. Cantidad por calidad.

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