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viernes, 29 de abril de 2011

Acertijos

Por: Gilberto Haaz Diez


DOS DIAS DESPUES

El clásico Real Madrid-Barcelona acapara unos 400 millones de telespectadores. Muchos más de los que ven a ‘Juayderito’ en la tele nocturna. El miércoles dieron otra batalla. Jugaban máscara contra cabellera rumbo a la Champions. En el fondo son como los Montesco y los Capuleto, se odian con odio jarocho. El juego anterior los barcelonistas, como los mariachis, callaron. Hoy, gritaban fuerte por todas las Ramblas. Uno, que le va al Real Madrid desde la época de Hugo Sánchez, y que vi rodar a Ronaldo como el mas grande de ese tiempo en el Bernabéu, sufrió el acoso y escarnio de aquellos ‘culés y no culés’, algunos mas bien culeids.
Consuelo, que vive en Barcelona y sufrió cuando escribí la crónica pasada del juego, el día de la Copa del Rey, cuando los volvieron humanos con el gol de Cristiano, que esa vez fue mas cristiano que nunca, me envió un texto muy adecuado. Decía: “Dooooossssssssss”. Ningún otro comentario.
A buen entendedor, pocas palabras.
Pepe Aranda, que también va a Barcelona, llamaba por Nextel cuando Messi se llevó a esos cuatro blancos y los dejó viendo visiones; se burló de ellos y le dijo a Iker -con su patita derecha, que no es la buena-, ahí te ves.
Otro amigo, por la Blackberry, acusó recibo de su maldad: ¿Qué onda con el Real Madrid?, preguntaba cuando el dos a cero pegaba duro.
Mi hija Ximena: “Lo siento pa’, ya ni llorar es bueno”.
Castro, el del Orfis: “Tocayo, es el mejor equipo del mundo”.
Luján, otro barcelonista: “Hoy no pudieron armar su compló la mafia de la realeza y la mafia del arbitraje español y ganó el fútbol, se vale llorar y sobarse”.
Yo solo les respondí: montoneros: once contra diez.
A algunos, en venganza y con pocas armas para la defensa ante ese par de rejones messianos, les aseguraba que Chicharito y el Manchester vengarán nuestra afrenta del Bernabéu. Reían, quizá con justa razón.
Todo enfila y perfila a una final Manchester-Barcelona.
Por eso lo del Chicharito.

COMO MOURINHO

Yo apretaba como Mourinho. Sin ser expulsado, ni con tarjeta roja en mi haber, desde la comodidad de mi asiento de primera fila, en casa con tele de alta definición (high definition, diría un gringo) les veía trotar y ver el juego duro que acostumbran. Del Catenaccio a las alas liberales. Desde los cerrojos hacia las libertades de trotar por las bandas. Duros. Todos metían la pierna, como queriendo pelear, expresión del cronista Ángel Fernández. Hasta que la magia de Messi apareció en un centro. Esa pulga dribladora, que no les costó nada, o gran cosa, porque llegó a La Masía, la casa donde los forman y los forjan, llevado por sus padres para que terminaran de amamantarlo y destetarlo y darle la medicina que requería para su crecimiento, ayer volvió a ser lo grande que ha sido. No sólo les clavó los dos goles, en el segundo de ellos pudieron haber estado dos defensas más y llevárselos de corbata. Creo que ese chaparrito traspasaría él solo la Línea Maginot. Que según decían era impenetrable en la Segunda Guerra Mundial. Sugiero a Duarte y a Chiquinando, que se enfrascan en pelea tiburonera, que vayan y lo contraten y lo nacionalicen jarocho y boqueño. Quizá sea el ‘samaritano’ que nos hace falta.

LA PELOTA DA LA RAZON AL BARCA

La pelota da la razón al Barca, tituló ayer mismo el diario El País. Messi fue su mejor embajador, el tenor que cantó la opera en esa cancha dura del Bernabéu, allí donde los hinchan mientan madres como si fueran saludos. Allí donde comen y tragan pepitas (pipas) como si fueran pelones hambrientos de Biafra, o los panes tipo baguette de jamón serrano, que matan el hambre y quitan el disgusto cuando no se gana en ese estadio de La Castellana. He platicado que vi debutar a Messi, el 24 de agosto de 2005. Guardo el tiquete de recuerdo. Mi esposa y yo nos aprestábamos a entrar a La Sagrada Familia, la joya de Gaudí. Frente vi una tienda del Barcelona y fui por un souvenir. Un señor jubilado, que tomaba el sol en banca aledaña, preguntó si no iríamos al juego. Dejé pendiente la Sagrada Familia, tomé un taxi que me llevó de inmediato al estadio Camp Nou. Conseguí boleto de primera. 65 euros. Barcelona jugaba contra Juventus, la Juve. Juego del torneo Joan Gamper, el 40 de la serie, un querido y recordado presidente del club, que sirve para presentar al elenco de la temporada, las nuevas contrataciones y el nuevo cuadro. Ronaldinho era el jefe. Ese día debutó Messi. Ya pintaba para lo que es, un carasucia irreverente que desafía torres y que, con su carita de yo-no-fui, hace goles y quiebra cintura y ánimo del rival.

SUPERIOR AL OTRO

Fueron superiores, ni duda cabe. Hay una distancia entre uno y otro. Los blancos de la Casa Blanca tienen al más caro futbolista del mundo, Ronaldo, que es Cristiano y que costó 94 millones de euros. Tienen también al mejor entrenador del mundo, Mourinho, reconocido por tirios y troyanos, así lo decidió la votación mundial de la FIFA. Barza tiene al mejor jugador del mundo. Un pibe argentino llamado Messi, que sin duda será superior a Maradona, aunque no tenga un Mundial ganador. Un jugador que, cuando llega a la selección de su país, dicen los conocedores, es otro porque no tiene a Xavi, Villa, Iniesta, Puyol, Piqué de Shakiro y toda esa pléyade de jugadores que hablan el lenguaje de los dioses de los estadios.
Uno, que es mortal, solo agradece verles trotar y verles dictar esas cátedras de buen fútbol. Distancia la hay. Hoy por hoy, no se discute. Barcelona es superior al Real Madrid, no por algo será el campeón de la liga, y quizá de la Champions.
Pero Madrid es Madrid.
Aunque hoy la cargada lance sus armas al viento y ondeé la bandera de la victoria, sabrán que los tiempos son así: de ganar y perder, como la vida, porque la vida es la mejor cosa que se ha inventado, dijo García Márquez.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com

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