*Ningún legado es tan rico como la honestidad. Camelot.
EL REGRESO (DIA SIETE)
Cada hotel de Miami tiene su historia. Hay 800 en la zona, nos dice una guía que nos lleva de la mano en uno de esos buses de turismo, como los de los Castelán, los que uno debe tomar para ver y conocer la ciudad. 39 dólares por persona, la tarifa.
Hay calor cuenqueño, pero un viento fuerte pega y aminora lo caliente. En un recorrido por bote se ven las mansiones de los ricos y famosos, la de Julio y Enrique Iglesias, la casa donde filmaron Scarface, historia de aquel mafioso enloquecido de drogas, Al Pacino en la cumbre de la actuación. La de Capone, Shaquille O Neil, Emilio y Gloria Stefan, Paulina Rubio, cuya mitad de la casa se la quiere agandallar el golfo de Colate, la de Jennifer López y la mejor de todas y mas cara, la del inventor del Viagra (¿pos cómo no?).
Oteo al Fontainebleau. Legendario hotel desde los años 60’s, en que cantaban en sus escenarios Frank Sinatra y Nat King Cole, historia revivida en la cinta ‘Magic City’, que retrata la Miami de aquellos tiempos. El tiempo de los mafiosos con los trajes a la Borsalino, los cruzados y con botones hasta el ombligo. La tour nos recorre por una escuela Hebrea. Los chiquillos están en el recreo, no llevan su gorrita a la cabeza, que llaman Kipá en judío o Solideo en español. El motivo de que lleven el gorrito a la cabeza es para saber que arriba de ellos hay Alguien que es Dios, o sea Nuestro Creador. High School y un Memorial adelante, una mano gigante emergiendo de una fuente en recuerdo de aquel Holocausto.
DE LADO A LADO
Cruzo Miami de un lado a otro, el mar divide las islas como Fisher Island, que no tiene camino ni puentes, allí viven los millonarios, cada quince minutos las 24 horas del día una panga lleva los autos, la otra forma de llegar es en helicóptero, pero hay que tenerlo. Esta es la gran ciudad de yates y la gran ciudad de grandes edificios de pisos de vivienda. Cada lugar tiene su historia. Hay placas en los frontispicios de los edificios. Todo presumen. El lugar donde durmió Obama, el piso de las apetecibles hermanas Kardashian, que están mas buenas que las reventadas hermanitas Hilton: Nicky y Paris. En la tour al pie de Ocean Drive exhiben el lugar donde filmaron Casa Blanca, con un auto y una figura de Humprey Bogart. Adelante, el café donde tomaba a diario el suyo Gianni Versace. La mañana misma que fue liquidado por un loco y pocos pasos adelante su casa, donde ocurrió el crimen, que hoy es Fundación Versace.
Vidas de gente productiva aniquilada por unos pequeños inadaptados.
Cenaré por la noche en el Carlyle, de Ocean Drive 1250. Un camarero argentino nos atiende. Extraordinario y rico. Otra camarera, de buen talante, me dice que en ese que fue hotel y hoy es lugar de condominios de alquiler, se filmó la cinta ‘La jaula de las locas’. Cada uno presume su porqué y lo que porta.
La historia de Miami es nueva. En 1910 solo había una playa habilitada.
Para 1920, antes de que llegara la Depresión, comenzaron a edificar los hoteles.
En los 60’s cobraron auge, y para 1973 protegieron los condados y sus zonas históricas.
Después, al triunfo de la Revolución Cubana, los mafiosos como Meyer Lansky, el cerebro operador financiero; Lucky Luciano, cuyo lema era: “en cualquier negociación lo importante es no ser el muerto”; Frank Costello y Bugsy Siegel, casi constructor del Flamingo, el primer gran hotel de apuestas en Las Vegas, esta pandilla llegó a invertir millones de dólares en Miami. Corridos de La Habana, entre Las Vegas y Miami crearon lo que hoy es, dos paraísos de turismo y apuestas.
LA PEQUEÑA HABANA
Dejé para el final la cita a La Pequeña Habana. La de la Calle 8. La más cubana de todas. Calles con nombres como Celia Cruz y Willie Colón. Una noche anterior encontré a un viejo conocido, Augusto Gardoqui, padre de la bella actriz veracruzana, Ana de la Reguera, cenaba en Ocean Drive. Qué gusto. Hacía años no nos veíamos. Mundo chico, pequeño. Pregunté por fon Nextel a Othón, que es tragón como yo y buen comensal, dónde comer. Recomendó ‘La Carreta’. Restaurante de la calle 8 del número 3555 en la Pequeña Habana. Frente está el ‘Versailles’, del mismo dueño. Comer cubano es delicioso. ‘Cuisin Cuban’, rezaba el letrero de este restaurante de 40 años de antigüedad, donde tiene una placa en su entrada que honra a aquella migración que salió de Cuba. “En memoria de aquellos cubanos; hombres y mujeres que nunca se resignaron a vivir sin libertad”. Menú como en La Habana: Tamal en hoja, moros con cristianos, yuca en mojo, picadillo, criollo, paticas y lechón asado. Postre: natilla y tocinillo de cielo y flan de queso. Barato, bien barato. El taxista que nos llevó de regreso, un hombre sesentañero que sufrió cárcel con Fidel, nos dice que ha recogido gente del aeropuerto, londinenses que primero vienen a comer al ‘Versailles’ y luego al hotel. Pasos adelante, en la 8 y 17, los viejos que no se quieren morir, los que miran por las noches ese mar que separa las 90 millas de su patria querida. Con añoranza, juegan dominó y ajedrez. Lugar de mucho orden. Está prohibido fumar, tirar basura, llevar alcohol, las malas palabras y no escupir al suelo. Lugar limpio. Me acerqué a una partida de ajedrez de dos viejos. Ese tablero blanco y negro de 64 cuadros, hacía que los pensamientos de esos cubanos volaran al mar. Al lado, un cubano de pelo ensortijado, que tenía tres años de llegar de la isla, me hablaba de Lara y de Toña La Negra y de Miguel Aceves Mejía, cuando le hablé de Beny Moré, entonó esa vieja rola: ‘De mi pasado, preguntan todos qué cómo fue…’. Donde juegan es una cabaña, ‘Club de Dominó Máximo Gómez Park’, de la ciudad de Miami. Los viejos, con sus vestimentas más humildes se les ve en parejas de dominós y en duelos solitarios de ajedrez en busca del jaque mate al rey. Los mirones, a un lado. Guardan silencio. No en el dominó, allí todos meten su cuchara. Pasan el día así, deben ser jubilados o ser sostenidos por sus hijos a quienes trajeron de La Habana para integrarlos a esta vida de libertad y progreso. El taxista que me llevaba de vuelta a Miami Beach, me hablaba que él ya se trajo a 13 familiares y llevaba al lado una bolsa de ropa usada para enviarla a un hermano que aún le queda en esa Isla de Castro.
Son historias que vi de una Miami donde el 70 por ciento de sus habitantes son latinos. Aquí se podrían poner letreros con la leyenda: ‘se habla inglés’.
Historias que conté de lo que fui viendo en esta semana calurosa, de historias a historias aunque, como dijo Mario Benedetti: “No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que el mundo es incontable”.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com
Hay calor cuenqueño, pero un viento fuerte pega y aminora lo caliente. En un recorrido por bote se ven las mansiones de los ricos y famosos, la de Julio y Enrique Iglesias, la casa donde filmaron Scarface, historia de aquel mafioso enloquecido de drogas, Al Pacino en la cumbre de la actuación. La de Capone, Shaquille O Neil, Emilio y Gloria Stefan, Paulina Rubio, cuya mitad de la casa se la quiere agandallar el golfo de Colate, la de Jennifer López y la mejor de todas y mas cara, la del inventor del Viagra (¿pos cómo no?).
Oteo al Fontainebleau. Legendario hotel desde los años 60’s, en que cantaban en sus escenarios Frank Sinatra y Nat King Cole, historia revivida en la cinta ‘Magic City’, que retrata la Miami de aquellos tiempos. El tiempo de los mafiosos con los trajes a la Borsalino, los cruzados y con botones hasta el ombligo. La tour nos recorre por una escuela Hebrea. Los chiquillos están en el recreo, no llevan su gorrita a la cabeza, que llaman Kipá en judío o Solideo en español. El motivo de que lleven el gorrito a la cabeza es para saber que arriba de ellos hay Alguien que es Dios, o sea Nuestro Creador. High School y un Memorial adelante, una mano gigante emergiendo de una fuente en recuerdo de aquel Holocausto.
DE LADO A LADO
Cruzo Miami de un lado a otro, el mar divide las islas como Fisher Island, que no tiene camino ni puentes, allí viven los millonarios, cada quince minutos las 24 horas del día una panga lleva los autos, la otra forma de llegar es en helicóptero, pero hay que tenerlo. Esta es la gran ciudad de yates y la gran ciudad de grandes edificios de pisos de vivienda. Cada lugar tiene su historia. Hay placas en los frontispicios de los edificios. Todo presumen. El lugar donde durmió Obama, el piso de las apetecibles hermanas Kardashian, que están mas buenas que las reventadas hermanitas Hilton: Nicky y Paris. En la tour al pie de Ocean Drive exhiben el lugar donde filmaron Casa Blanca, con un auto y una figura de Humprey Bogart. Adelante, el café donde tomaba a diario el suyo Gianni Versace. La mañana misma que fue liquidado por un loco y pocos pasos adelante su casa, donde ocurrió el crimen, que hoy es Fundación Versace.
Vidas de gente productiva aniquilada por unos pequeños inadaptados.
Cenaré por la noche en el Carlyle, de Ocean Drive 1250. Un camarero argentino nos atiende. Extraordinario y rico. Otra camarera, de buen talante, me dice que en ese que fue hotel y hoy es lugar de condominios de alquiler, se filmó la cinta ‘La jaula de las locas’. Cada uno presume su porqué y lo que porta.
La historia de Miami es nueva. En 1910 solo había una playa habilitada.
Para 1920, antes de que llegara la Depresión, comenzaron a edificar los hoteles.
En los 60’s cobraron auge, y para 1973 protegieron los condados y sus zonas históricas.
Después, al triunfo de la Revolución Cubana, los mafiosos como Meyer Lansky, el cerebro operador financiero; Lucky Luciano, cuyo lema era: “en cualquier negociación lo importante es no ser el muerto”; Frank Costello y Bugsy Siegel, casi constructor del Flamingo, el primer gran hotel de apuestas en Las Vegas, esta pandilla llegó a invertir millones de dólares en Miami. Corridos de La Habana, entre Las Vegas y Miami crearon lo que hoy es, dos paraísos de turismo y apuestas.
LA PEQUEÑA HABANA
Dejé para el final la cita a La Pequeña Habana. La de la Calle 8. La más cubana de todas. Calles con nombres como Celia Cruz y Willie Colón. Una noche anterior encontré a un viejo conocido, Augusto Gardoqui, padre de la bella actriz veracruzana, Ana de la Reguera, cenaba en Ocean Drive. Qué gusto. Hacía años no nos veíamos. Mundo chico, pequeño. Pregunté por fon Nextel a Othón, que es tragón como yo y buen comensal, dónde comer. Recomendó ‘La Carreta’. Restaurante de la calle 8 del número 3555 en la Pequeña Habana. Frente está el ‘Versailles’, del mismo dueño. Comer cubano es delicioso. ‘Cuisin Cuban’, rezaba el letrero de este restaurante de 40 años de antigüedad, donde tiene una placa en su entrada que honra a aquella migración que salió de Cuba. “En memoria de aquellos cubanos; hombres y mujeres que nunca se resignaron a vivir sin libertad”. Menú como en La Habana: Tamal en hoja, moros con cristianos, yuca en mojo, picadillo, criollo, paticas y lechón asado. Postre: natilla y tocinillo de cielo y flan de queso. Barato, bien barato. El taxista que nos llevó de regreso, un hombre sesentañero que sufrió cárcel con Fidel, nos dice que ha recogido gente del aeropuerto, londinenses que primero vienen a comer al ‘Versailles’ y luego al hotel. Pasos adelante, en la 8 y 17, los viejos que no se quieren morir, los que miran por las noches ese mar que separa las 90 millas de su patria querida. Con añoranza, juegan dominó y ajedrez. Lugar de mucho orden. Está prohibido fumar, tirar basura, llevar alcohol, las malas palabras y no escupir al suelo. Lugar limpio. Me acerqué a una partida de ajedrez de dos viejos. Ese tablero blanco y negro de 64 cuadros, hacía que los pensamientos de esos cubanos volaran al mar. Al lado, un cubano de pelo ensortijado, que tenía tres años de llegar de la isla, me hablaba de Lara y de Toña La Negra y de Miguel Aceves Mejía, cuando le hablé de Beny Moré, entonó esa vieja rola: ‘De mi pasado, preguntan todos qué cómo fue…’. Donde juegan es una cabaña, ‘Club de Dominó Máximo Gómez Park’, de la ciudad de Miami. Los viejos, con sus vestimentas más humildes se les ve en parejas de dominós y en duelos solitarios de ajedrez en busca del jaque mate al rey. Los mirones, a un lado. Guardan silencio. No en el dominó, allí todos meten su cuchara. Pasan el día así, deben ser jubilados o ser sostenidos por sus hijos a quienes trajeron de La Habana para integrarlos a esta vida de libertad y progreso. El taxista que me llevaba de vuelta a Miami Beach, me hablaba que él ya se trajo a 13 familiares y llevaba al lado una bolsa de ropa usada para enviarla a un hermano que aún le queda en esa Isla de Castro.
Son historias que vi de una Miami donde el 70 por ciento de sus habitantes son latinos. Aquí se podrían poner letreros con la leyenda: ‘se habla inglés’.
Historias que conté de lo que fui viendo en esta semana calurosa, de historias a historias aunque, como dijo Mario Benedetti: “No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que el mundo es incontable”.
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