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lunes, 9 de julio de 2012

¿Nueva era? Por: Alfredo Bielma Villanueva




 09/07/2012 
“Hace algunos lustros los europeos estaban mejor enterados de las características de la isla Bora-Bora que de las de un país llamado México. No sabían, por ejemplo, dónde acomodar al antiguo Imperio Azteca, si en Sudamérica o en Centroamérica. Hasta la fecha pocos saben que México se encuentra en Norteamérica. Han de pensar que el prefijo “norte” es solo para desarrollados…Si. Los mexicanos eran pintorescos sombrerudos de pistola al cinto, cuando no indios con brillantes plumas en la testa. El glorioso cine nacional contribuía a fomentar la ignorancia europea…Ah, pero las cosas han cambiado.

“Ahora se nos conoce por allá mucho mejor. La era de la comunicación ayuda y la moda petrolera que disfrutamos atrae la atención sobre nosotros. No saben muchas cosas. Saben ¡horror! Demasiado…Saben los europeos que el PRI produce un monarca cada seis años. Un rey que ejerce verdaderamente el poder en forma más absoluta que los varios reyes europeos cuya función es más teatral que otra cosa. Una publicación canadiense le puso a una fotografía de López Portillo el siguiente pie: “es virtualmente un rey electo por seis años”.

Tal escribió Manu Dornbierer en la Revista ¡Siempre! No. 1408 del 18 de junio de 1980, el cuarto año de gobierno del presidente López Portillo. En su tiempo, este artículo periodístico fue considerado por algunos como una expresión visceral de la periodista mexicana, pero para otros fue una valiente crítica que develaba lo que acontecía en la cosmogonía política de este país en la década de los ochenta. Era una visión muy precisa de la era del monopartidismo “democrático” de boga, cuando al presidente de la república se le consideraba la reencarnación del antiguo tlatoani, el dador de vidas.

Ya caminamos en México hacia el primer tercio de la segunda década del siglo XXI, doce años han pasado desde que conseguimos la primera alternancia y a punto estamos de iniciar otra etapa con un priísta en la presidencia de la república.

Enrique Peña Nieto ha declarado que el actual es otro PRI y que no habrá restauración, tiene el beneficio de la duda. Pero encontrará al interior de su partido y en su propio equipo de campaña fuertes resistencias para el cambio. No se interpreta de otra manera lo expresado por el vocero priísta, Eduardo Sánchez, cuando para hacer referencia a la inconformidad de López Obrador, escupe “El candidato ganador está muy ocupado atendiendo lo que va a ser su gobierno, él ya puso manos a la obra y no va a distraer su atención ni sus recursos, ni su energía en atender la ‘rabieta’ de un hombre sesentón que no sabe perder”. Esta actitud prepotente solo es posible en mentes enquistadas en un pasado que queremos dejar atrás, porque retroceder al tiempo en que se erigía a la figura presidencial como un objeto de adoración, de anacrónico endiosamiento, solo cabe en pensamientos decimonónicos.

No es complicado desconocer que nuestro subdesarrollo político es consecuencia de un prolongado estancamiento en materia electoral que durante décadas dificultó el ejercicio de prácticas auténticamente democráticas. Tras la creación del IFE devino una significativa evolución que sin embargo no acaba por desaparecer las sospechas y las incertidumbres electorales. Parte es debido a que debemos despojarnos de ligaduras atávicas para no contaminar a las nuevas generaciones con prácticas del pasado que no pocos implementan para conseguir el poder.

Es una realidad que los cambios no son visibles al contemporáneo porque en ellos esta inmerso y participa en el torbellino de los acontecimientos, por ese motivo la metamorfosis no es perceptible a simple vista. De allí la necesidad de una visión en retrospectiva para entender mejor el presente.

En lontananza podemos entrever aquel episodio protagonizado por el diputado Porfirio Muñoz Ledo cuando desde su curul interpeló al presidente Miguel de la Madrid en pleno informe presidencial de 1988. La conmoción que provocó esa actitud de rechazo a la tradicional sumisión fue mayúscula, tamaña “falta de respeto” a la figura presidencial era un sacrilegio; todo el mundo político se le vino encima, ciertamente el papel de precursor en un país como el nuestro no es nada fácil. Años después, en posterior legislatura, cuando ya no era raro interpelar al presidente de la república, Muñoz Ledo, con elegancia republicana, en respuesta al informe presidencial le recordó a Zedillo: “nosotros, juntos, somos más que vos”, refiriendo con este axioma que el Poder Legislativo rescataba su propia soberanía. Para entonces la figura presidencial ya no estaba en el nicho donde la había situado la oprobiosa dependencia del poder legislativo hacia el ejecutivo. 

Con el correr del tiempo las interpelaciones a la ya desacralizada figura presidencial se hicieron lugar común y perdieron su cariz pecaminoso. A la postre, el resultado fue que el “día del presidente” en que el sometimiento institucionalizado convirtió la ceremonia del informe presidencial fue variando en la rutina del Poder Legislativo en la medida en que este asumía el sitio que le destinó el constituyente de 1917. Ahora, en ausencia de la pleitesía que lo hacía objeto de atronadores aplausos de legisladores e invitados al informe, el presidente de la república lo envía al Congreso para su discusión.

El presidente de México ya no es más el inefable Tlatoani, ni rey Azteca; no al menos en las mentes de quienes han luchado por erradicar esos atavismos políticos. Enrique Peña Nieto aseguró durante su campaña que no habría retrocesos y exorcizó la posibilidad de una restauración de las añejas prácticas del siglo XX. En la bruma de la legitimidad con la que arriva, le corresponderá como presidente esa y otras tareas que son de urgente solución. Si bien constitucionalmente será presidente de todos los mexicanos, el monto de los votos que lo hizo ganador del proceso electoral solo es la tercera parte de la voluntad ciudadana, es decir, estará de inicio muy acotado. Conviene a los mexicanos que procure la alianza con todas las fuerzas políticas del país.

A estas alturas de nuestra historia como país está por demás reconocer que volver al Spoil System sería un retroceso porque los problemas de México están más allá de estériles partidismos. Ya veremos si Peña Nieto demuestra tamaños de estadista o solo será un accidente electoral más en la vida de este sufrido país.

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