Durante toda su vida como partido
político, el PAN ha luchado contra el PRI, en todos los foros, con todos los
medios a su alcance, y sobre todo, con una visión de país diferente del
nacionalismo revolucionario que supuestamente ampara a los gobiernos
revolucionarios. Fue el PAN quien
arrebató al PRI la presidencia de la República, y quien respetuoso de las
instituciones y del mandato de las urnas, se la va a regresar, en contra de la
convicción y de la voluntad del Presidente de la República. Así han sido históricamente las cosas, y
sobre todo, adversarios que luchan en el marco de las instituciones, desde hace
casi 20 años. Respetando ambos las reglas del juego que son las reglas de los
códigos electorales aprobados por TODOS los partidos políticos. Hoy de un plumazo, el Sr. López quiere borrar
esa historia, y convencer a sus hordas –ignorantes de las luchas democráticas
del PAN- de que el PRI y el PAN son la misma cosa. Llega al grado absurdo de
pretender que la pérdida del poder por parte de acción nacional se debe a un
arreglo ¨en lo oscurito¨ en el que participó el propio presidente
Calderón… Esta afirmación resulta
absurda –por no decir ridícula- ante la evidencia histórica. Salvo que López Obrador considere que
Calderón tiene la capacidad de controlar a millones de electores para que
pierda su partido y gane el de Peña Nieto, lo cual es válido en la ciencia
ficción, más no en la realidad mexicana.
Y si acaso Calderón tuviera ese poder, lo lógico sería haberlo usado en
favor del partido en el que ha nacido, crecido y luchado toda su vida. Sin embargo, los seguidores de López, se lo
creen a pie juntillas, negando uno de sus atributos humanos, el uso del
criterio y el discernimiento.
Cuando López entendió que no podía alegar
fraude electoral en las urnas, porque se abrieron más de la mitad y se
recontaron a la vista de todos. Porque quienes participaron como funcionarios
electorales son ciudadanos y es imposible afirmar que hubo complot nacional de
ciudadanos para hacerle perder la elección.
Porque las reglas para participar en esta campaña las establecieron
todos los partidos en la última reforma electoral, realizada a modo de las
peticiones del PRD, PT, y MC, es decir, a modo de lo que AMLO solicitaba, y por
ello no se puede alegar en contra de la ley electoral. Decía que cuando se dio cuenta de que no se
podía por ese lado, alegó públicamente cuestiones que no invalidan la elección
conforme a la mencionada ley electoral, pero que satisfacen la justificación
por la derrota, tanto de sus asesores, como de sus hordas. De tal manera que hoy televisa, los gobiernos
estatales, y algunos otros medios de comunicación son los que lograron, junto
con unas tarjetas de puntos de Soriana y unas tarjetas de Monex que hoy todavía
no se define que uso tuvieron, todos esos factores lograron modificar el deseo
de los electores.
Acusa al gobierno de Veracruz de haber
participado en el magno fraude, olvidando que en Veracruz no ganó el PRI, lo
cual per se, demuestra la falsedad de su afirmación. Acusa a los medios cuando en nuestro entorno,
siendo ciudadanos que vemos televisión y leemos periódicos, no ganó el PRI. Lo
cual demuestra que los medios no influyen en la decisión del elector, quien
cada vez vota más y mejor informado.
Toda la serie de mentiras y afirmaciones
de López tienen como único fin, alimentar la incomodidad de sus hordas y lograr
su candidatura para el 2018, en lugar de aprovechar el segundo lugar –como en
2006- para negociar cambios para el país.
Parece que otra vez –como en 2006-, dejará el lugar de oposición
influyente al PAN (tercera fuerza), y perderá la oportunidad de ayudar a México
y llevar a cabo parte de su proyecto de nación, pues para AMLO la realidad se
divide entre todo y nada, sin puntos intermedios.
Mientras tanto, estimula la indignación, alimenta el odio entre
mexicanos, y espera con todo su corazón que haya algún muerto –mártir de su
causa-, para exacerbar aún más a sus hordas en contra de un país que en las
urnas lo rechazó por segunda ocasión.
Esa incitación implícita a la violencia en lugar de aprovechar su
posición privilegiada para lograr avanzar en los cambios en los que
supuestamente López cree y confía, es una traición a sus quince millones de votantes,
que creyeron en él y en su república amorosa, que jamás votaron por la
violencia, la intolerancia y el fomento al odio entre los mexicanos, sino por
un proyecto de gobierno, que con el número de diputados y senadores que posee
la izquierda puede matizar las políticas de gobierno de Peña Nieto.
Curiosamente quienes dicen NO A LA
IMPOSICIÓN, quieren imponer desde su calidad de minoría entre las minorías
(pues no representan a todos los votantes de AMLO), su criterio sobre el
destino de la elección y de la nación.
Lamentablemente –para ellos-, la mayoría de los mexicanos está en contra
de sus intenciones, lo cual queda claro con el mínimo apoyo a sus
manifestaciones en plazas públicas.
Radicalizar su movimiento va a traer consecuencias funestas para el
proyecto político de AMLO, salvo que los mexicanos no aprendamos con la doble
lección de 2006 y 2012 y evitemos confiar en él una tercera vez.
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