EL VIEJO PUENTE
En Orizaba se han cuidado muchas cosas, y a veces se han descuidado otras. Va una historia. Hace nada, un amigo que es crítico y alaba las cosas buenas y recrimina las malas, me comentaba todo angustiado, un domingo de futbol y de tiempo malo que hizo que el gobernador Duarte no llegara a Córdoba, su tierra adoptiva, a inaugurar la remodelada de manita de gato que le dieron a su parque principal. El cielo estaba encapotado, cerrado a la navegación del Complutense Uno (helicóptero gubernamental) y allí me tenéis tomándole llamada y conminándome a que fuera a ver ese puente que se quejaba todo dolido. El puente es el de San Juan, el que está ubicado en la orizabeña calle Poniente 9. Ese puente ha sido mancillado hace años. Del puente no queda nada, han permitido las autoridades municipales que se trepen y sobresalgan adefesios de construcciones que rebasan por mucho la altura del puente. A un lado, hay un jacal de fierro para permitir que gente baje a esos lugares. Hubo un contubernio, sin duda, entre autoridades y constructores voraces. La historia ya los juzgará. A mi cuate, que me llamó todo angustiado, le llamé desde el mismo puente y le dije que ahí estaba esa noche dominical con un frío del carajo, viéndolo, que yo mismo había escrito hacía tiempo de ese atropello. Y que ahora le tocaba a él verlo y escribir, porque sucede que también escribe. Es la población la que detiene esto, hace tiempo, también en la calle Colón, en otro puente de esa calle cercana al mismo Palacio Municipal, pretendían elevar el techo de una casa. Se activó la alarma y no se permitió. Pero es una de las cosas que lastiman, sobre todo a esta ciudad que es bella y colonial. Eso es un esperpento imperdonable. Un atentado sin nombre.
NINGUNO DE LOS TRES
Carlos Fuentes, nuestro premiado escritor, con raíces veracruzanas, al que solo le falta el Premio Nobel de Literatura en su estantería privada, porque el Cervantes (1987) ya lo tiene en sus alforjas, ha dicho en entrevista en Colombia que ningunos de los tres (o cinco) precandidatos que buscan la silla presidencial mexicana, le gustan. Los ve ‘muy pequeños’. No les ve tamaños para sacar al país del atolladero donde anda, sobre todo en la inseguridad. Los escritores son muy dados a la crítica. Alguna vez Jorge Luis Borges señaló: “creo que con el tiempo merecemos no tener gobiernos”. Y otro dijo que un partido de fútbol sin árbitros sería extraordinario. Saramago hizo un libro sobre las elecciones, ‘Ensayo sobre la lucidez’. Pedía no votar. Papeleta en blanco. El Nobel de Literatura 1998 plantea un debate sobre el funcionamiento de la democracia en la que vivimos, y destaca el poder de maniobra que aún reside en los ciudadanos, al votar en blanco, para manifestar su descontento con esta situación. Fuentes no va con ninguno. A Peña Nieto lo tildó de ignorante. La izquierda es una izquierda antigua, anquilosada, y del PAN que no supieron como gobernar. Conclusión: tarjeta roja para todos.
ANDRES MANUEL
De Luis Donaldo Colosio se han escrito libros, se aventuraron todas las hipótesis de una conjura y conspiración (donde hay poder hay conspiración, escribió Shakespeare), se caminaron todos los caminos de las intrigas y las pesquisas y la única solución fue que había sido vilmente asesinado por un macuarro, que sabía que movía y cambiaba el tiempo de la historia. Colosio motivó tantos libros y tantas hipótesis de su muerte, que muchos de ellos aburrieron. Creo que leí todos, desde uno bueno, “El tiempo pasa. De Lomas Taurinas a Los Pinos”, del gran periodista Jesús Blancornelas, hasta algunos infumables. Todos se apuntaron en ese crimen. Algunos eran más aburridos que oír La Hora Nacional, ese programa de radio dominical. Joaquín López Dóriga y Jorge Fernández Menéndez, dos afamados periodistas, escribieron a cuatro manos, como dicen los pianistas cuando hacen dueto, uno llamado “Domiro”, que era el jefe de seguridad de Colosio, aquel que llamó angustiado al presidente Carlos Salinas y le dijo, con el dolor a cuestas y el llanto en el rostro: “Le fallé, presidente, me lo mataron”. A Domiro García Reyes, personaje que aún deambula por Veracruz, esa trágica tarde lo marcó de por vida.
EL JARDIN DE LAS DUDAS
Ahora hojeo esos dos empolvados libros de mi pinchona biblioteca personal. Junto a otros del mismo tema, tengo el libro que Luis Donaldo Colosio leía el día de su muerte, bueno, no es el mismo, es una copia que compré en esos días cuando supe que lo leía y ahora lo repaso. ‘El jardín de las dudas’, del gran Fernando Savater. Colosio debió haber sido una gente preparada, culta, tres libros en su vida si los leyó; no sabemos qué hubiera pasado en su presidencia, porque eso es hacerle al pitoniso (¿Qué demonios será pitoniso?), pero Andrés Manuel López Obrador, el precandidato presidencial del PRD y de Dante, que anda en Veracruz en busca de votos, le echó sus porras y con el famosísimo ‘hubiera’, marcó que habría sido buen presidente, porque era un dirigente comprometido con lo social, etc., etc. La historia de ‘El Jardín de las dudas’, último libro que leyó Colosio, es la de Voltaire, anciano que cuenta su imaginaria vida, escritor que siempre pensó, adelantado a su tiempo, en una Europa ‘en un solo país compuesto de varias naciones’, como ahora lo hacen con la moneda y con los prestamos en abonos chiquitos, como los de Elektra, que les hace la alemana Mamá Merker, la patrona de Europa, la que tiene la chequera con fondos de muchos ceros para salvar a Grecia, Italia, España y quien lo necesite. Andrés Manuel, al alabar a Colosio, me hizo ir esta mañana a sus libros, los que hablan de su proditorio crimen, y la lectura del gran Savater, el último libro que leyó Colosio. Alguna vez estuve en Lomas Taurinas. En el mismo lugar donde lo asesinaron hay una estatua a tamaño personal. Pero esa es otra historia para los 23 de marzo, día de su muerte.
En Orizaba se han cuidado muchas cosas, y a veces se han descuidado otras. Va una historia. Hace nada, un amigo que es crítico y alaba las cosas buenas y recrimina las malas, me comentaba todo angustiado, un domingo de futbol y de tiempo malo que hizo que el gobernador Duarte no llegara a Córdoba, su tierra adoptiva, a inaugurar la remodelada de manita de gato que le dieron a su parque principal. El cielo estaba encapotado, cerrado a la navegación del Complutense Uno (helicóptero gubernamental) y allí me tenéis tomándole llamada y conminándome a que fuera a ver ese puente que se quejaba todo dolido. El puente es el de San Juan, el que está ubicado en la orizabeña calle Poniente 9. Ese puente ha sido mancillado hace años. Del puente no queda nada, han permitido las autoridades municipales que se trepen y sobresalgan adefesios de construcciones que rebasan por mucho la altura del puente. A un lado, hay un jacal de fierro para permitir que gente baje a esos lugares. Hubo un contubernio, sin duda, entre autoridades y constructores voraces. La historia ya los juzgará. A mi cuate, que me llamó todo angustiado, le llamé desde el mismo puente y le dije que ahí estaba esa noche dominical con un frío del carajo, viéndolo, que yo mismo había escrito hacía tiempo de ese atropello. Y que ahora le tocaba a él verlo y escribir, porque sucede que también escribe. Es la población la que detiene esto, hace tiempo, también en la calle Colón, en otro puente de esa calle cercana al mismo Palacio Municipal, pretendían elevar el techo de una casa. Se activó la alarma y no se permitió. Pero es una de las cosas que lastiman, sobre todo a esta ciudad que es bella y colonial. Eso es un esperpento imperdonable. Un atentado sin nombre.
NINGUNO DE LOS TRES
Carlos Fuentes, nuestro premiado escritor, con raíces veracruzanas, al que solo le falta el Premio Nobel de Literatura en su estantería privada, porque el Cervantes (1987) ya lo tiene en sus alforjas, ha dicho en entrevista en Colombia que ningunos de los tres (o cinco) precandidatos que buscan la silla presidencial mexicana, le gustan. Los ve ‘muy pequeños’. No les ve tamaños para sacar al país del atolladero donde anda, sobre todo en la inseguridad. Los escritores son muy dados a la crítica. Alguna vez Jorge Luis Borges señaló: “creo que con el tiempo merecemos no tener gobiernos”. Y otro dijo que un partido de fútbol sin árbitros sería extraordinario. Saramago hizo un libro sobre las elecciones, ‘Ensayo sobre la lucidez’. Pedía no votar. Papeleta en blanco. El Nobel de Literatura 1998 plantea un debate sobre el funcionamiento de la democracia en la que vivimos, y destaca el poder de maniobra que aún reside en los ciudadanos, al votar en blanco, para manifestar su descontento con esta situación. Fuentes no va con ninguno. A Peña Nieto lo tildó de ignorante. La izquierda es una izquierda antigua, anquilosada, y del PAN que no supieron como gobernar. Conclusión: tarjeta roja para todos.
ANDRES MANUEL
De Luis Donaldo Colosio se han escrito libros, se aventuraron todas las hipótesis de una conjura y conspiración (donde hay poder hay conspiración, escribió Shakespeare), se caminaron todos los caminos de las intrigas y las pesquisas y la única solución fue que había sido vilmente asesinado por un macuarro, que sabía que movía y cambiaba el tiempo de la historia. Colosio motivó tantos libros y tantas hipótesis de su muerte, que muchos de ellos aburrieron. Creo que leí todos, desde uno bueno, “El tiempo pasa. De Lomas Taurinas a Los Pinos”, del gran periodista Jesús Blancornelas, hasta algunos infumables. Todos se apuntaron en ese crimen. Algunos eran más aburridos que oír La Hora Nacional, ese programa de radio dominical. Joaquín López Dóriga y Jorge Fernández Menéndez, dos afamados periodistas, escribieron a cuatro manos, como dicen los pianistas cuando hacen dueto, uno llamado “Domiro”, que era el jefe de seguridad de Colosio, aquel que llamó angustiado al presidente Carlos Salinas y le dijo, con el dolor a cuestas y el llanto en el rostro: “Le fallé, presidente, me lo mataron”. A Domiro García Reyes, personaje que aún deambula por Veracruz, esa trágica tarde lo marcó de por vida.
EL JARDIN DE LAS DUDAS
Ahora hojeo esos dos empolvados libros de mi pinchona biblioteca personal. Junto a otros del mismo tema, tengo el libro que Luis Donaldo Colosio leía el día de su muerte, bueno, no es el mismo, es una copia que compré en esos días cuando supe que lo leía y ahora lo repaso. ‘El jardín de las dudas’, del gran Fernando Savater. Colosio debió haber sido una gente preparada, culta, tres libros en su vida si los leyó; no sabemos qué hubiera pasado en su presidencia, porque eso es hacerle al pitoniso (¿Qué demonios será pitoniso?), pero Andrés Manuel López Obrador, el precandidato presidencial del PRD y de Dante, que anda en Veracruz en busca de votos, le echó sus porras y con el famosísimo ‘hubiera’, marcó que habría sido buen presidente, porque era un dirigente comprometido con lo social, etc., etc. La historia de ‘El Jardín de las dudas’, último libro que leyó Colosio, es la de Voltaire, anciano que cuenta su imaginaria vida, escritor que siempre pensó, adelantado a su tiempo, en una Europa ‘en un solo país compuesto de varias naciones’, como ahora lo hacen con la moneda y con los prestamos en abonos chiquitos, como los de Elektra, que les hace la alemana Mamá Merker, la patrona de Europa, la que tiene la chequera con fondos de muchos ceros para salvar a Grecia, Italia, España y quien lo necesite. Andrés Manuel, al alabar a Colosio, me hizo ir esta mañana a sus libros, los que hablan de su proditorio crimen, y la lectura del gran Savater, el último libro que leyó Colosio. Alguna vez estuve en Lomas Taurinas. En el mismo lugar donde lo asesinaron hay una estatua a tamaño personal. Pero esa es otra historia para los 23 de marzo, día de su muerte.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com
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