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lunes, 16 de enero de 2012

Doña Malú por:Gustavo Cadena Mathey

16 de enero del 2012



Al Estilo Mathey

Buen día, lector:
Fíjese usted que entre las charlas ocasionales que surgen a diario en el transcurrir de nuestra vida en la aldea, ya sea en el trabajo, en el transporte, en la casa, en el café o por supuesto, en la cantina,  platicando con mi amigo Manolo Santiago que es un profesional de las letras y además, misanteco como Froylán Flores Cancela, como Miguel Molina, como Sergio González Levet y muchas personalidades de ese mítico pueblo, surgió el tema de la oratoria, es decir, del arte de servirse de la palabra para deleitar, persuadir y conmover, como lo apunta el diccionario.
Comentaba con Manolo que el arte de la oratoria debiera siempre tener un lugar especial en la vida de cada persona, le refería que a pesar de la gran experiencia que viví en mi adolescencia durante un buen  lapso de mi formación humana en el  seminario católico, (ojo Don Hipólito) mis buenos maestros de aquel tiempo cometieron el grave error de no incluir la oratoria en las materias que nos impartían.
Lástima que Umberto Eco escribió su impresionante novela “El Nombre de la Rosa” hasta 1980. Ahí describe un encendido debate oratorio entre el sabio fray Guillermo de Baskerville, a nombre de los franciscanos  defensores de la idea de pobreza y los dominicos partidarios de la tesis del Papa.
La importancia de la oratoria
Encontré en internet un artículo de Abel Cortese, quien explica que entre los grandes jefes que condujeron pueblos o dejaron su impronta en la historia de la humanidad, ha habido algunos ciegos y algunos sordos; pero nunca un mudo. Saber algo no es idéntico a saber decirlo. Esta es la importancia de la comunicación oral.
En los negocios o cualquier otra actividad de interrelación, la forma en que hablemos, en que nos comuniquemos, será el patrón por el cual se nos juzgará, se nos aceptará o rechazará.
Hablar con orden, con claridad, con entusiasmo, con persuasión; en resumidas cuentas, con eficacia, no es un lujo sino una necesidad. El noventa por ciento de nuestra vida de relación consiste en hablar o escuchar; sólo el diez por ciento en leer o escribir.
Abel Cortese recomienda que si la imagen que usted quiere dar de sí mismo es la de una persona que sabe adónde va, que tiene una actitud positiva hacia la vida, ideas dinámicas y don de gentes, el lenguaje es el principal instrumento que deberá utilizar para transmitir esa imagen a quienes le rodean.
Dice el autor que otro aspecto importante de la oratoria es que también hay que saber hablar para ser escuchado. Lo notable es que el hecho de tener que hablar ante extraños, o en una simple reunión de trabajo, no parece ser una tarea sencilla, a la que la mayoría de las personas considere como fácil.
Señala que en una encuesta realizada en los Estados Unidos, investigando las diez cosas que más temor le producen a la gente, se obtuvo el siguiente resultado (en orden ascendente): los perros, la soledad, el avión, la muerte, la enfermedad, las aguas profundas, los problemas económicos, los insectos, las sabandijas, las alturas y, el primero de la lista, hablar en público.
Comenta entonces que el buen discurso es un medio de servicio para los semejantes, y es una tarea ardua.
Asegura que hay que reconocer que quien dice un discurso asume una gran responsabilidad. Al margen de otros aspectos, conviene tener presente que una perorata de 30 minutos ante 200 personas desperdicia sólo 30 minutos del tiempo del orador; en cambio, arruina 100 horas de sus oyentes –o sea, más de cuatro días–, lo cual debería generar más responsabilidad que la que usualmente se advierte y este es un  tema que bien debieran tener en cuenta nuestros políticos veracruzanos ahora que se avecina la guerra electoral.  
Recuerdo que allá por el año de 1999 mi paisano Pepe Valencia tuvo la gran idea de conseguir para los trabajadores del diario en el que colaborábamos, un curso de oratoria. Fue una experiencia inolvidable.
Gentilmente un talentoso joven llamado Adolfo Mota fue el enlace para que el selecto grupo de maestros del Club Toastmasters Xalapa dispusieran generosamente de su valioso tiempo para capacitar a la plantilla de reporteros y nos dieron el curso.  
Todos queríamos  prepararnos muy bien, perder el miedo para la ocasión en que tuviéramos que hablar en público y así lo logramos, gracias a los señores del Club Toastmasters.
Sobre el tema, Manolo Santiago me platicó de una extraordinaria mujer que tiene una larga vida al servicio a sus semejantes, curiosamente también nativa de Misantla.
Yo creía que después de Acayucan mi tierra querida, no había pueblo mejor productor de talentos, pero hoy reconozco que Veracruz le debe un gran homenaje a Doña Malú, a Doña Luz María Escobar de Ricaño, la mamá de once hijos, entre ellos los conocidos amigos Jesús, Miguel y Rubén. Ella empezó a brillar en el arte de la oratoria y la declamación desde niña y su talento lo heredó a sus hijos.
Además, gran parte de su vida además de dedicarla al hogar, la ha ocupado en preparar a jóvenes de Misantla, de Martinez, de Xalapa, de Coatepec y de muchos lugares sin cobrar un solo peso. Gracias a su esmero, a su tesón y constancia, a la generosidad de su espíritu, los alumnos de Doña Malú han conseguido alcanzar el pedestal de la gloria como oradores o declamadores en muchos eventos estatales y nacionales, gracias al genio, a la virtud y a ese don tan especial que le ha concedido el creador y que ella les ha compartido.
Precisamente el joven Adolfo Mota, es uno de sus mejores alumnos.
Otro de ellos es Cristobal Roa Tamborrel, de aquí de Xalapa, un muchacho que es excelente declamador.
Que tenga un buen día.
gustavocadenamathey@hotmail.com

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