CAMALEON
“El lado oscuro de la acera” pudiera denominarse a cualquier enfoque acerca de las patologías sociales en una sociedad que, como la mexicana, presenta diversos recovecos derivados de sus orígenes y de su historia: acentuado indigenismo, mestizaje, criollismo e intensa y variada inmigración. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde aquel “mexicano enano” de la década de los sesenta del siglo pasado a la actualidad? ¿Realmente nuestra genética social nos determina como nación? Las respuestas habría que buscarlas en el cotidiano mexicano, en el tejido social que durante siglos se ha venido conformando hasta lograr lo que ahora es la nación mexicana.
Durante mucho tiempo la sociedad mexicana se admiraba de la discriminación hacia la gente “de color” en los Estados Unidos, pero no advertía la enorme viga que cargaba en el subconsciente porque a su vez aquí se hacía escarnio de la condición de “indio” y hasta de pobre. En la gran ciudad de México todavía en la segunda mitad del siglo XX “ser blanco” o tener ojos claros representaba una condición superior a los demás. Al “chilango”, habitante de la capital mexicana, se le admiraba por ese solo hecho y en esa condición asumía cierta superioridad sobre sus paisanos de provincia; los siglos de dominación europea sobre la numerosa población aborigen crearon graves complejos de superioridad e inferioridad en la identidad mexicana.
Por ello, de entrada irrita, solivianta observar la conducta de un individuo sacado de sus casillas, insultando a quien supone un ser inferior, incapaz de defenderse de los golpes que impunemente le asesta. Escuchar el lenguaje soez, los insultos a gritos de un individuo prepotente enderezados en contra de un joven que se deja atropellar de esa manera sin responder a la agresión, nos deja un amargo sabor moral ¿Qué ocurre, qué pasa en el contexto de la sociedad mexicana que es capaz de engendrar conductas de esta naturaleza? Porque habrá de aceptarse que tanto agresor como agredido forman parte del mismo caldo de cultivo, cual es el mexicano.
Pasado el disgusto, observado el fenómeno con la mayor objetividad posible cual debe de ser, vuelto a ver el video, poco a poco se diluye la reacción pasional para dar paso a la reflexión y, con la psicología social como herramienta, intentar entender el porqué del suceso. Lo que vemos es, por un lado, a Miguel Secal un individuo enfermo, un auténtico desquiciado mental, un energúmeno patológico merecedor de urgente tratamiento siquiátrico, que ha sido engendrado por una sociedad con resquicios genéticos aún no superados y, por otro lado, se observa a un ser humano al que la condición económica le obliga a soportar golpes e insultos en actitud semejante a la de los esclavos de pasados siglos solo para conservar su fuente de subsistencia, cuan grave sería el que este suceso reflejara un mal orgánico en la sociedad mexicana.
Ese fenómeno social nos viene desde el descubrimiento y la conquista, cuando se consideró a los aborígenes del territorio que ahora ocupa México como seres irracionales, inferiores, semejantes a animales incapaces de reaccionar ante cualquier estímulo cultural, es una concepción que pervive en la memoria histórica, reavivada por quienes no llevan en sus venas las raíces culturales y sanguíneas de este pueblo puesto que son producto de inmigraciones, paradójicamente auspiciadas por la nobleza de un pueblo nacido de una inmigración heterogénea.
Reflexiones aparte, el pobre energúmeno que vemos en el video quizás lo único que tiene es dinero y seguramente una patología psicológica rayana en la locura, porque tal debe considerarse cuando al descargar su ira reitera su impunidad, expresando frases hirientes fundamentadas en la creencia de que el dinero otorga superioridad, y luego entonces también consigue impunidad. Esto último, lamentablemente en nuestro medio es más que posible, pues iterativa es adyacente a aquella “sustanciosa” charla telefónica entre el gobernador de Puebla Mario Marín y Kamel Nacif.
Sin duda, las condiciones de las sociedades de los tiempos en que se incubó la Independencia y las que causaron la Revolución mexicana no son similares a las que rigen en la actualidad, mucho tiempo ha transcurrido y muchos cambios socioeconómicos y políticos se han producido desde entonces. Sin embargo, en el actual contexto social, en la conciencia colectiva del mexicano perduran atávicas rémoras psicológicas, que nos recuerdan cuán lejos estamos aún de la condición implícita en la frase que acuñó el ensayista y filósofo dieciochesco Francois Marie Arouet, Voltaire, cuando sentenciaba: “Yo, la única aristocracia que reconozco es la de la inteligencia”, completada con otra del mismo autor que explica con meridiana transparencia la escena que narramos: “Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”.
alfredobielmav@hotmail.com oterociudadano.com
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