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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Trini Por: Gustavo Cadena Mathey


Mié, 16/11/2011
No vale nada la vida, la vida no vale nada; comienza siempre llorando, y así, llorando se acaba: José Alfredo Jiménez
Buen día lector:

No había podido abordar este tema pero aprovecha la oportunidad que se me da en este portal para comentar ese asunto que dicen que los mexicanos siempre festejamos, como el de la muerte y hasta nos reímos de ella como si nadie la temiera.

Si bien es cierto que existe una tradición en nuestro país de festejar el Día de Muertos desde antes de la llegada de los españoles, el tema da para todas las interpretaciones posibles entre las que que predominan la burla, el chiste, los apodos y el doble sentido.

Ahí está el ejemplo de las “calaveras literarias” que son versos populares en forma de rimas escritas de manera chusca, divertida, satírica y crítica donde se hace referencia a alguna cualidad o defecto de un personaje o de asuntos de interés general o que están de moda, irreverentemente y con una escritura ligera, aunque últimamente se han convertido en simples versillos para elogiar en exceso o criticar con ventaja a funcionarios del gobierno o del sector privado.

Estas calaveras  que también forman parte importante de la tradición, tienen su origen en los epitafios de don Jorge Manrique (1440-1479), publicados en la segunda mitad del siglo XIX y a modo de caricaturas acompañadas con versos, en los que se describían de manera jocosa los motivos de la muerte.

Sin embargo, en mi opinión,  solo quien aún no pierde a un ser querido o acaso lo perdió a muchos años de distancia, podrá reírse de la muerte.

El dolor que causa la partida solo lo sienten los que lo padecen y en la mayoría de los casos se lleva en silencio.

Claro que tampoco se debe uno dejar llevar por los sentimientos. Es necesario sobreponerse y seguir adelante porque hay otras personas con las que se guarda relación de cariño y de amistad y sobre todo otros familiares que necesitan la atención del doliente.

Igualmente en la vida es necesario estar prerarados para morir y de esa manera preparar a la gente que nos rodea. Es cierto que el dolor de la ausencia nos llegará hasta el fondo del alma, pero así será más leve, en especial para quienes somos creyentes en un Dios vivo y en un mundo diferente.

La muerte, palabra que nadie quiere escuchar, y que definitivamente sería maravilloso que esa palabra la pudiéramos aceptar como parte de nuestro vocabulario normal, ya que la muerte es parte de la vida, y una parte muy importante. La muerte es el final, la terminación, la última etapa de nuestra vida terrenal.

Cuando llegamos al final de lo que llamamos vida, tenemos que estar preparados para la transición. Es natural que casi siempre nos tome por sorpresa, son muchas las angustias que se pasan, muchas las tristezas, muchas las preguntas que nos hacemos y por lo tanto, es muy difícil el paso de un plano al otro.

Al igual que para dar a luz un ser saludable hay que tomar vitaminas, tener una dieta balanceada y perseverar en la práctica de hábitos saludables, para morir en paz, en amor y consciente del extraordinario proceso de la muerte, hay que prepararse durante la vida, es más, la vida completa debe ser un proceso de preparación necesario e imprescindible.

En la familia de este reportero ya tenemos cuatro experiencias, dolorosas pero comprensibles con mis padres y hasta hace poco, dos de mis hermanos mayores José Víctor y Trini, de los diez que somos.

El caso de mi hermana Trini fue de una grata lección. Ella laboraba en la SEV y por esos días en apariencia estaba sana. De repente la hermana menor se dio cuenta que no se veía bien, la llevó a valoración médica y el diagnóstico nos dejó fríos: cáncer terminal y seis meses de vida.

Se le hicieron más análisis, la llevamos de hospital en hospital. Tan grave era el caso que dijeron no ameritaba quimioterapias.

Ella lo tomó con tranquilidad. Habíamos acordado no decirle la verdad. No obstante, en su tercer día de hospitalización un veterano médico llegó a su cama y le dijo que al parecer tenía un tumor canceroso. Le dijimos que no hiciera caso, que aún no sabíamos que era lo que tenía pero que lucharíamos para su recuperación y se entusiasmó, se veía siempre animada.

Incluso cuando recuperó su nivel de hemoglubina nos dejaron llevarla a la casa de mi hermana. Lo hice en el coche. Le dije que se veía bien, pero que también debía pensar que ya éramos varios hermanos que vivimos “tiempo extra” y por lo mismo nuestra hora se acercaba y así lo platicó y lo entendió.

Estuvo unos cuantos días en casa, siempre veía en la tele el programa de la Madre Angélica en el canal católico. Sin que los demás hermanos lo supiéramos, una noche le pidió al que estaba de turno a cuidarla, que le dijera la verdad, y este hermano se la dijo: “efectivamente tienes cáncer terminal”. Ella como que se inquietó, pero no dijo nada, no dio muestras de sufrimiento, no lloró ni gritó, lo aceptó con una impresionante armonía e incluso todos los días que le quedaban seguía esforzándose por verse bien.

Ya estaba preparada. El cáncer que le invadió estómago, esófago e hígado fue avanzando y en poco menos de mes y medio doña Trini se nos iba yendo..

Ese día me vestí de traje. A las nueve de la mañana mii hermano y yo la llevamos en mi auto a una consulta a Banderilla. Me elogió la vestimenta, le dije que era porque iba de chofer; en el caminó tatareó la música del cha-cha-chá de la radio.

Fuimos a la consulta, el tiempo se pasó volando y ahí mismo, a la salida del consultorio, alrededor de la una de la tarde, mientras nos encaminamos al coche en su silla de ruedas, la vimos débil. Me agaché a verla de frente y le pregunté qué sentía. Sus ojos se abrieron grandemente como si hubiera recibido una sorpresa, pero no dijo nada, solo canteó su cabeza y sus ojos se cerraron para siempre.

Fue una persona muy querida no solo por la familia sino en su convivencia con la gente.

Que tenga usted un buen día.

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