CAMALEON
Jue, 05/01/2012
Mario Vagas Llosa lo dijo muy enfático y sin preámbulos: “México es la Dictadura Perfecta”; no es que haya descubierto el agua tibia ni afirmado algo que los mexicanos no supiéramos aunque aquí nadie se atreviera a decirlo, sino porque lo expresó en tiempos en los que todavía imperaba en la cúpula gobernante una elevada intolerancia a la crítica. Fue en 1990 cuando opinó que "la dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México".
Podemos estar de acuerdo o no con el aforismo del laureado escritor peruano, pero lo cierto es que su afirmación no reñía con la realidad que analizaba pues nuestra democracia solo existía en el discurso oficial.Para un estudioso de la ciencia política no podía pasar desapercibido que en un país del orbe existiera un partido político, que por cierto no era el Partido Comunista de la Unión Soviética, cuya permanencia en el poder databa ya varias décadas. El politólogo francés Maurice Duverger, interesado en la vida de los partidos políticos, investigó este admirable caso y visitó México en la década de los setentas con el propósito de desentrañar el secreto de la añosa permanencia en el poder del Partido Revolucionario Institucional, nacido en 1946 para postular a Miguel Alemán Valdés y llevarlo a la presidencia de la república. Sabemos lo que Duverger encontró:
Los ancestros del PRI son el Partido Nacional Revolucionario, fundado en 1929 y el Partido de la Revolución Mexicana creado en 1938 pero este último, es oportuno aclararlo, no fue creado precisamente con la misma gente que erigió a su antecesor. El primero fue imaginado y auspiciado por Plutarco Elías Calles para iniciar la etapa institucional en México y dejar atrás la era de los hombres necesarios, obviamente exceptuándose asimismo, pues se arrogó el derecho de seguir gobernando al país a través de Ortiz Rubio, el primer candidato del PNR a la presidencia y su sustituto Abelardo Rodríguez, ambos los presidentes formales de este país de 1930 a 1934. En este último año, el PNR llevó a Lázaro Cárdenas a la presidencia de la república con todo el respaldo y simpatía de don Plutarco quien, suponiéndose necesario, se sintió con el derecho de orientar al presidente Cárdenas sobre el quehacer presidencial. La pretensión le valió ser invitado a abandonar el país.
La necesidad de respaldarse en grupos y factores de poder afines a su política obligó a Cárdenas a plantear la creación de un Partido acorde a sus circunstancias y las del país. El imperativo reparto agrario, el acoso de los grandes consorcios petroleros que ninguneaban la autoridad presidencial, entre otros factores, resolvieron la creación de asociaciones y sindicatos de campesinos y trabajadores. Así nacieron la Confederación de Trabajadores de México, la Confederación Nacional Campesina, la Federación de Trabajadores al Servicio del Estado, etc. como grandes centrales de trabajadores y campesinos para apoyar al régimen cardenista en el momento de la expropiación petrolera; con estos sectores ya organizados se procedió a crear un Partido Político a través del cual conducir la sucesión presidencial, para eso nació en 1938 el Partido de la Revolución Mexicana, nada que ver con su antecesor como la parafernalia histórica ha venido sosteniendo. Eso sí, arropó y agrupó a la “Gran Familia Revolucionaria”.
Y nada que ver porque Don Plutarco, el impulsor del PNR al igual que los expresidentes de este, se contrapusieron en 1940 a la postulación del candidato de Cárdenas y del PRM, Manuel Ávila Camacho, oponiéndole tenaz resistencia al apoyar a Juan Andrew Almazán cuya convocatoria fue tal que hasta el Partido Acción Nacional recién creado en 1939 se adhirió a su candidatura.
En 1945 empezaron los escarceos en el PRM para lanzar candidato a la presidencia de la república, y Ávila Camacho, no el PRM, decidió que Miguel Alemán Valdés debía ser el sucesor, pero ahora postulado por un partido de nueva generación aunque, como sus antecesores, también fue creado desde el gobierno: el Partido Revolucionario Institucional, nacido en 1946 en plena precampaña de Alemán a la presidencia; este nuevo partido llevaba el sello del candidato, como representante de una nueva generación de políticos, la universidad popular estaba aportando su contribución al poder. Allí empieza la historia del PRI.
Pero ningún partido político puede sostenerse en el poder tantísimos años sin el respaldo de un gobierno y de las leyes creadas ex profeso. Alemán expidió la Ley Federal Electoral que disponía que la Secretaría de Gobernación se encargara de la organización y vigilancia de los comicios, para ello se creó la Comisión Federal de Vigilancia Electoral y, para redondear la trama, el empadronamiento también fue tarea encomendada al gobierno. Eso contribuyó a la hegemonía del PRI, vigente hasta el año 2000.
Para 1988 ya habían operado la reforma electoral de Díaz Ordaz, que creó los diputados de partido, redujo la edad para ser sujeto de derechos políticos de 21 a 18 años; la “Apertura Democrática” de Echeverría, que aumentó la base numérica de los Distritos Electorales a 250 mil o fracción mayor a 150 mil electores para elegir a un diputado federal (Art. 52), redujo la edad de elegibilidad para ser Diputado de 25 a 21 años y para Senador de 35 a 30, Arts. 55 y 58, respectivamente. También la Reforma de López Portillo, que creó la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales con el argumento que declaraba: “Democracia es el arribo del pueblo al poder y no la desaparición del poder político; es la voluntad popular rigiendo las instituciones en que se instala la sociedad…”
Al final del mandato de Miguel de la Madrid el contexto social presagiaba cansancio ciudadano por las recurrentes crisis económicas culminadas con el crack de la bolsa en 1986 que depauperó a un amplio sector de la clase media mexicana; la población lógicamente lo atribuía al gobierno, y por derivación al PRI que de mal en peor había sufrido una de las rupturas más graves de su historia al desprenderse de sus filas un fuerte contingente de su ala izquierda encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo que se fueron a la oposición lanzándose aquel como candidato presidencial. En la elección de 1988, cuando desde el gobierno se especulaba que el contrincante de cuidado era el de la derecha encabezada por el PAN, finalmente el candidato de las izquierdas, Cárdenas Solórzano estuvo a punto de dar la sorpresa del siglo.
Lo que siguió lo recordamos porque aún está fresco: la presión social y el reclamo ciudadano obligaron a Salinas de Gortari a realizar cambios en la normatividad electoral reformando siete artículos constitucionales en octubre de 1989 que dieron origen al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe). Por esta Ley se creó el Instituto Federal Electoral en 1990 dirigido entonces por un Consejo General cuyos Consejeros ciudadanos se aplicaron para otorgar garantías de legalidad, equidad y transparencia a las elecciones, así se llegó a la alternancia en 2000.
Sucesivas reformas partidizaron la designación de los Consejeros del IFE, pues ahora los partidos políticos deciden quien es consejero en esta institución. Las crisis económicas siguen golpeando a la población mexicana, la crisis de inseguridad es patente ¿se repetirá el fenómeno que vincula el desgaste del gobierno al del partido en el poder? ¿Podrá el PRI por ello regresar a Los Pinos? La respuesta estará lista en julio del año en curso. Por lo pronto, como ahora dice Vargas Llosa, “estamos en una democracia todavía imperfecta”.
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