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lunes, 25 de julio de 2011

Cosas Pequeñas



PREPOTENTES

Juan Antonio Nemi Dib

Aún en los países en los que la defensa del libre mercado constituye una devoción, un principio teologal digamos, hay reservas importantes para los monopolios: se les castiga, se les disuelve, se les impide. Y es que ya los clásicos de la teoría económica -y los contemporáneos lo siguen haciendo- reconocían las nefastas consecuencias de la economía monopólica, a pesar de que aún que no existían las telecomunicaciones ni el “mercado de la publicidad” ni las prerrogativas publicitarias del IFE para los periodos de campaña electoral ni los “holdings” o los consorcios de “outsoursing”.

Los monopolios -formalmente prohibidísimos por la Constitución mexicana- suelen ser opresivos porque atentan contra la esencia de la economía de mercado que es la competencia y, por ende, se les considera “fallas” de los sistemas económicos. Sin embargo, son una realidad con la que convivimos diariamente en México, nos guste o no. Aquí un ejemplo.

El 10 de mayo de 2010 -celebraciones aparte- contraté con la empresa IUSACELL en Xalapa el servicio de una tarjeta módem inalámbrica para la conexión a internet llamada “BAM”, para poder transmitir y/o recibir información. El proveedor presumía entonces de tener la tecnología más avanzada del mundo, la mayor cobertura territorial para las conexiones y el mejor servicio para los consumidores. Al menos eso decía su publicidad y reiteraba el solícito vendedor.

Contraté con dicha empresa sencillamente porque realmente, en razón de mi trabajo, necesitaba el equipo aunque debo reconocer que no me pasaron por alto sus burdos trucos de mercadotecnia: el supuesto “regalo” del equipo (al que le asignan un precio de más de 4 mil pesos y su correspondiente impuesto pero que en realidad no debe costarles ni la décima parte) y el hecho de que le obliguen a uno a un contrato forzoso de 18 meses a cambio del “regalito”, tampoco el hecho de que me exigieran el pago total adelantado del contrato si es que liquidaba en efectivo o la adhesión de una tarjeta de crédito, a la que de manera “natural” e ineludible le aplican el cargo por el “servicio”, o el compromiso de pagarles más del doble en el momento en que ellos lo exijan, a través de un pagaré sin protesto que obligan a firmar junto con el contrato o el hecho de que IUSACELL se reserve el derecho de elegir libremente el tribunal en el que serán los pleitos.

Fuera de broma, la letra del contrato de adhesión impreso al reverso de los contratos de IUSACELL es tan pequeña que al segundo párrafo desistí de leerlo, entre otras cosas porque no llevaba conmigo un microscopio electrónico. Me pregunto por qué las autoridades competentes les permiten esas prácticas leoninas, abusivas, que le dejan a uno en la indefensión.

Lenta, de contentillo, sin servicio en muchas zonas de la ciudad y, peor aún, sin servicio en muchas ciudades a las que viajaba (razón esencial por la que compré la “BAM”, mis constantes salidas) la tarjeta me daba una conexión que con todo y todo, aún exasperándome, más o menos me permitía sacar la chamba. Pero en marzo de ese año, el adminículo dejó de trabajar, de plano, sin medias tintas, ni para atrás ni pa’delante.

No fueron dos ni tres, sino quizá diez o doce las visitas a las oficinas de IUSACELL Xalapa y tal vez otro tanto las llamadas a su indignante centro de “atención” telefónica. Y siempre resultaron, una tras otra, además de las prolongadas esperas en la línea, las colas en ventanilla y el trato descortés, con las ofensivas mentiras: “su línea está normal”, “revise su equipo de cómputo, tal vez está desconfigurado su acceso y usted no sabe operarlo”, “ya le dimos mantenimiento a su línea”, “el servidor nos reporta que su equipo funciona normalmente”. Hasta que después de muchas idas y venidas reconocieron: “estamos cambiando la tecnología de conexión para ampliar el ancho de banda, es cuestión de días para que todo se regularice”. En los hechos los días se hicieron semanas y éstas meses y la BAM nunca, nunca sirvió.

Desde luego me han cobrado religiosamente cada mensualidad sin importarles cacahuate que el equipo no funcione. Me explicó con cinismo un funcionario de banco que mi instrucción original de que me cobren en mi tarjeta de crédito es irreductible y no puedo revertirla y que además, sinceramente, prefieren a Iusacell de cliente que a mi (no entiendo por qué).

Acabamos, como era de esperarse, en la PROFECO. Se canceló la primera cita y en la segunda IUSACELL pidió tiempo para una “amigable negociación”. En la audiencia definitiva se comprometieron a corregir el problema técnico de inmediato, asegurando que dejarían funcional y operativa al 100% la famosa tarjeta BAM. Ofrecieron, además, no cobrarme los próximos tres meses de servicio (¡generosos!), aunque en realidad hace más de seis meses que el mentado equipo no sirve salvo para acumular polvo. Accedí, finalmente lo que necesito es que tener conexión a internet. Firmamos el convenio de marras. Me consolaba saber que luego de seis meses finalmente habían reconocido la falla del equipo y la inexistencia del servicio por el que me están cobrando a la fuerza, como si fuera un robo legal: no te doy el servicio que te prometí pero de todos modos te cobro por él, a lo chino.

Sin embargo, el consuelo me duró poco. Adivine usted: la audiencia se celebró el 20 de julio y el convenio se firmó en ese mismo momento. Sin embargo, hoy el equipo sigue sin servir. No transmite ni un bit de información. Volvieron a engañarnos, esta vez también a la PROFECO. Me pregunto si este maltrato, abusivo y carente de respeto para los clientes es consecuencia de que ahora IUSACELL es subsidiaria de las grandes televisoras hoy asociadas, ¿será por eso su prepotencia?, ¿Los multarán esta vez o les darán una “nueva oportunidad”?, ¿qué nos espera con estas flamantes sociedades que engullen todo y nos tienen de rehenes?

La Botica.- La semana pasada no hubo “Cosas Pequeñas”. Fue un breve y casi imprevisto asueto luego de prácticamente 5 años de publicación ininterrumpida en este maravilloso recreo semanal  de improvisación y aprendizaje que yo disfruto intensamente pero que presumo una farragosa carga para los tolerantes e indulgentes lectores. Muchas gracias a quienes generosamente indagaron por la columna, haciéndome sentir que mis parrafadas ofrecen alguna utilidad.




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