Fortin Municipio que Florece!!!

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lunes, 18 de julio de 2011

Acertijos


*Si lo puedes soñar, lo puedes hacer. Camelot.

Por: Gilberto Haaz Diez

UN DÓLAR
¿Qué hacer con un dólar? En el correo de mi computadora, que le llega basura cuantas veces quiere, y algunas son medias aceptadas para leerse, otras, desechadas al instante, recibí uno donde me asegura, casi con firma de Notario Público a la Herrera Marín, que puedo ir a Nueva York y tomar una habitación por 1 dólar. ¿Ah caray? Me puse a leerlo con la acuciosidad como la de Ampudia, cuando investigaba y husmeaba por doquier. Alguna vez de un tiempo, compré una semana de estancia en un hotel en NY. Cosas de no saberle a los viajes porque, cuando se viaja se aprende. Lo pedí por la zona de Times Square, pues me gusta por las noches babosear como cuenqueño tantas luces encendidas, que luego, cuando es noche, parafraseo la de José Alfredo Jiménez: “Cuantas luces dejaste encendidas, yo no sé como voy a apagarlas”. Este cuarto de hotel lo compré a una agencia de viajes de mi aldea. Cuando el taxi me llevó desde el aeropuerto Kennedy y bajé mis maletas como María Félix, que solía llevar 40, yo solo llevaba dos, comenzó en mi una sospecha ampudiana (por Ampudia), vi salir unas prostitutas negras muy feas y unos negros mamados con cuerpos atléticos de roperos y cara de, a éste güey lo liquido en cuanto se descuide. Apreté mi cartera y aquellito. Con mi inglés cimarrón y cuenqueño, sin haber podido ir becado de estudiante a la London Scholl de Londres, me apersoné ante el empleado del mostrador, que dormitaba como algunos diputados del Congreso veracruzano. Era la una de la madrugada. El tipo se despertó, vio mi paquete de tiquetes y desprendió la primera noche. Entré al cuarto, era mas chico que un elevador pueblerino. Vi el baño, y por poco me desmayo.

EL ENOJO

Bajé todo enojao, como Yunes con la Gordillo, y le solté metralla al tipo: ‘aquí no me quedo. Me devuelves mis otras noches’, no sin antes pasar otro berrinche porque, el muy canijo me dijo que la primera noche de qué me la cobraba me la cobraba, aunque no hubiera dormido. A altas horas de la noche, como decía la tía Eustolia, allí me veis buscando otro por ese Nueva York que a veces aterra. El problema ahora en NY es que no puedes llegar como simple vecino y meter un tarjetazo y que te den cuarto ¿Tiene reservación?, me decía el empleado. ¡Nooooooo!, gritaba como cronista televisivo cuando México fue eliminado de la Copa América. Rato después se compadeció de mí. Levantó el teléfono y me consiguió un Hilton en Times Square, frente a donde está la tienda de souvenirs de los peloteros Yankees, los llamados Mulos de Manhattan. Mi vida cambió, hasta me ilusioné pensando se me aparecería la Paris Hilton, hija de Conrad, el dueño de los hoteles, que suele caer por allí de vez en cuando toda ebria y reventada. Desde ese dichoso y funesto día, cada que llego a un hotel pido ver antes el cuarto.

EN ROMA

He platicado otras veces, entrado en temas de cuartos hoteleros, que el mas malo, feo, sucio, jodido y destartalado, fue uno que encontré en Roma, el Gigglio de la Opera. Comprado mi paquete en El Corte Inglés de Madrid, volé a ver a Su Santidad Juan Pablo II. Bueno, lo fui a ver tendido en su ataúd donde le visitan miles de fieles en El Vaticano, allí mismo donde las almas buenas gravitan desechando a las malas y aunque a veces algunas de esas se cuelan, como la del Padre Maciel, uno hace que su alma entre en paz viendo La Piedad, la obra maestra de Miguel Ángel, que cualquier mortal que ve, recuerda el amor de la madre por el hijo caído. Por cualquiera, la Virgen con Jesús en sus brazos, ahora se adapta a tantos jóvenes caídos por las balas de la maldad en nuestro México, y ver el dolor de esas madres arrodilladas tendiendo los brazos para acariciarlos inertes.

ESAS ESTRELLAS CAIDAS

Ese Gigglio de la Opera, cuando llegué con mi hermano Enrique, que pagó la cuenta, y mi hijo Juan Carlos, por poco nos da el soponcio. Era de no sé cuántas estrellas, pero se le habían caído todas al paso del tiempo. Como la autopista de Capufe: caro y malo. O como el Orfis: no servia para nada, ni siquiera para dormir porque el aire acondicionado hacía mucho tiempo dejó de servir y los muy guarros ni siquiera nos dieron abanicos italianos-tlacotalpeños para soplarnos. Llegó más rápido el hombre a la luna que este elevador en subir los tres pisos. Juré por todos los santos y por todos los filósofos, incluido Kamalucas, que jamás me volverían a agarrar fuera de base, que jamás volvería a pisar un hotel pinchurriento, de esos muy jodidos. Y di la nota apenas. Al llegar a Palencia, zona de la Cantabria del norte de España, y reservar cuarto desde la oficina de Turismo en Santander, que ya la quisiéramos para presumir unos días, después de recorrer varios pueblos como Aguilar de Campoo y pasar de lado por otro pueblo llamado Salces (que tiene un vizconde), llegué a Palencia, y cuando vi la fachada del hotel se me asemejó al Gigglio. Espérenme aquí, dije a mi familia. Bajaría a negociar el cuarto. Pedí a la empleada del mostrador si me lo podía mostrar, o si me podía reservar en otro de mejor talante, me vio con cara de Mohamed cuando Duarte le quitó el equipo Tiburones. Como diciendo: ¿y este bicho raro qué se cree?. Tenía razón. El hotel estaba perrón, limpio, cómodo, agradable, céntrico, con todos los servicios incluyendo Internet gratis. Le ofrecí disculpas y hablé maravillas de su hotel. Esa empleada palentina no sabía que el Gigglio de Roma me ha marcado de por vida y, cada que llego a un hotel, pido primero ver el cuarto.
En eso de hoteles, he querido siempre poder decir lo que el Nobel Ernest Hemingway dijo del Ritz de París, el de Plaza Vendome: “Cuando sueño mi vida en el cielo, siempre me la imagino en el Ritz de Paris”.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com

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