ARTICULISTA INVITADO
Cuando uno piensa en el resultado de la administración del presidente Felipe Calderón y su impacto en la nación, la evidencia más visible es una cifra apabullante: 50,000 muertos de acuerdo a diversos conteos, entre los que destaca el publicado por el diario Milenio el jueves pasado, que consigna 46,064. El propio Gobierno Federal dejó de divulgar este año las cifras sobre asesinatos atribuidos al crimen organizado, aduciendo que se encuentra en etapa de recopilación de datos. El conteo oficial se detuvo al cierre de 2010 en 34,612 homicidios, pero este año se han cometido 11,379.
La lucha contra el crimen organizado se ha convertido en el eje de la política pública en México y ha eclipsado el análisis en el resto de los ámbitos donde la acción del gobierno es muy deficitaria. Saltan a la vista al menos 3 temas vitales para la vida del país: el Crecimiento Económico, el Desempleo y la Pobreza en México.
El caso de México es tristemente ejemplar en América Latina por su fracaso en estos 3 rubros. Nuestro país ha sido el más golpeado por la recesión económica. Si bien es cierto que a nivel mundial se percibe una crisis y que la tendencia recesiva golpea dos de las principales regiones que mueven la economía mundial, México ha sido el país que menor crecimiento ha tenido en su economía, o para decirlo en términos más adecuados, ha tenido un crecimiento económico negativo.
Tan solo en 2009, nuestro país tuvo un crecimiento de alrededor de -6%, mientras que economías similares como Chile o Brasil registraron un crecimiento positivo de 1 y 3 puntos porcentuales. Incluso ya en 2008, antes de los efectos de la crisis mundial, México solo había crecido poco más de un punto porcentual, mientras que economías similares lo hacían entre 4 y 6 puntos porcentuales en promedio.
Por lo que respecta al desempleo, Calderón recibió la administración con una tasa de 3.6% que mantenía a México en el lugar número 30 a nivel mundial. Las estimaciones para 2010 fueron de una tasa de 5.5% y para este año se prevé que se incremente a 5.6%. Esto significa que el autodenominado “Presidente del Empleo” incrementó la tasa de desempleo en 37.5%, logrando también ubicar a México en la posición número 50, es decir nos ha hecho bajar 20 lugares en el ranking de desempleo mundial. Las personas que han perdido su empleo en México suman varios millones, aunque la mercadología oficial se empeñe en mostrar otra cosa.
En cuanto a la pobreza las cifras son demoledoras: de 2008 a la fecha, CONEVAL estima que el número de pobres en nuestro país ha crecido en 3.5 millones. La administración de Felipe Calderón ha logrado, en suma, un incremento en números redondos de casi 5 millones de pobres en México de 2006 a la fecha.
La semana pasada, La Comisión Económica para América Latina afirmó que México ha registrado un crecimiento de la pobreza de 1.5%, confirmando la tendencia y las cifras postuladas por CONEVAL. Honduras y México han sido los únicos países de Latinoamérica que han registrado incremento de la pobreza, mientras que el resto de las naciones han tenido éxito en las políticas implementadas para abatir el número de pobres.
Todo esto arroja otro lamentable resultado: el deterioro de la Política y el descrédito de la Democracia como sistema político. De acuerdo a un estudio realizado por el sector privado, tan solo 4 de cada 10 mexicanos consideran que la Democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno. Este estudio concluye que los mexicanos otorgaron una calificación de 5.8%, en una escala de 0 al 10, a la Democracia. Sergio Sarmiento ha expresado esta conclusión con gran claridad en una reciente colaboración periodística: “La lucha contra el crimen organizado dejará marcado al actual régimen…el apoyo de los ciudadanos al esfuerzo de mandatario se ha mantenido fuerte, pero la percepción de que los resultados no son buenos es cada vez más común”.
Este resultado se explica en gran medida por la obsesión de Felipe Calderón por gobernar a capricho, ignorando que la Política es el arte de conciliar y armonizar, y que para obtener resultados favorables en su gestión de gobierno, debía haber logrado la participación comprometida de la mayoría de las fuerzas políticas, económicas y sociales que integran tanto el Estado como la Nación.
Llegó a la Presidencia de la República confrontado irreductiblemente con la izquierda y deslegitimado por una elección que generó muchas suspicacias, pero sobre todo por haber lanzado una guerra de lodo inédita contra su candidato. El PRI asumió responsablemente su papel institucional y lo respaldó para que pudiera rendir protesta; su forma de agradecer al PRI ese gesto ha sido una guerra infame para desprestigiarlo y tratar de involucrarlo con el crimen organizado. Trató de vulnerar la unidad interna de la izquierda con alianzas electoreras que resultaron en el fortalecimiento del ala radical, que siempre se opuso a ellas. Los propios empresarios que alguna vez lo respaldaron para evitar el triunfo de la izquierda han sentido el peso de sus obsesiones. Calderón se ha peleado con la mayoría de ellos, a grado tal que lo más deseable es que el año que falta transcurra lo más rápido posible.
El Presidente nunca supo estar a la altura de su papel como Jefe de Estado. Jamás entendió que para ganar la guerra que inició sin estrategia ni bases inteligentes era imprescindible contar con la unidad del Estado. Su obstinación le impidió alzar la mira y pensar que el acuerdo político y la concertación eran esenciales para gobernar. Por ello, vivió confrontado con el Congreso, responsabilizándolo de su propia incapacidad para generar acuerdos y lograr las reformas estructurales que México requiere. También permaneció enfrentado con el poder Judicial, acusando a los jueces de liberar a los criminales que él iba capturando, responsabilizándolos así de las deficiencias que su gobierno cometía en tales detenciones.
Ni qué decir de los estados de la Federación, a quienes ha tratado culpar de la inseguridad y del pandemónium que ha desatado, presionándolos para que inviertan en reconvertir sus sistemas de seguridad a pesar de que no tienen presupuesto, porque Calderón los ha mantenido estrangulados al escatimarles las participaciones federales que legítimamente les corresponden. El resultado ha sido un endeudamiento de las entidades federativas, que han tenido que decidir entre la deuda o la parálisis gubernamental.
Este es el desastroso resultado del gobierno del PAN y de Felipe Calderón. Muertos, desempleo y pobreza. Pero quizá lo más triste es el desprestigio del Estado y del Gobierno, y, sobre todo, el lamentable clima de confrontación que mantiene en la angustia a los ciudadanos y en la división a los liderazgos políticos y sociales en México.
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