Fortin Municipio que Florece!!!

Fortin  Municipio que Florece!!!

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La navidad en las montañas Por: Alfredo Bielma Villanueva


Mié, 21/12/2011
Tomo a préstamo de Ignacio Manuel Altamirano el título de su novela La Navidad en las Montañas, porque su lectura, salvando época, lugar y asuntos que allí se narran, evoca al Xalapa de antaño, más aún en esta temporada decembrina en la que es muy fácil conjugar la tristeza con la alegría, la nostalgia con el desenfrenado consumismo en medio de una euforia colectiva inventada, artificial, que se aprovecha del sentimiento religioso, del temor y del pensamiento mágico del hombre. Quítense la música y las luces multicolores que exaltan este festejo colectivo y solo encontraremos la verdad desnuda: un grosero consumismo.

Casi empotrada en la falda oriental del Cofre de Perote la ciudad de Xalapa se asienta en el regazo del colosal Cerro Macuiltepetl, ¡claro! la ciudad vieja, la original, la del caserío con techo de teja y rectangulares jardines interiores, la que a medida que crecía iba escalando la enorme ladera de la parte sur, derribando árboles, poblando barrancas y cañadas para terminar encerrando con un sólido cinturón de concreto la cresta arbolada del gran promontorio. Se requirió del amor a la naturaleza y visión ecológica del gobernador Rafael Hernández Ochoa (1974-1980) para preservar el mechón arbolado del antaño gran bosque que seguramente impresionó a Humboldt, el viajero científico.

Neblinosa, fría, húmeda, así es como la conocieron los primeros pobladores y quienes escapaban del calcinante sol de Veracruz, a más de  los que solo de paso se dirigían a la Gran Tenochtitlán por la ruta de la Ciudad de las Flores, como la calificó Humboldt en 1804. Esta ciudad fue aposento de Don Guillermo Prieto, quien durante una breve estancia se enamoró de la belleza de estos lares y los describió poéticamente con su brillante narrativa en “Una Excursión en Xalapa en 1875”, publicada en sucesivas entregas en la “Revista Universal” con el seudónimo de “Fidel”. Por cierto, la revista era dirigida por Ignacio Ramírez, “El Nigromante”.

Envuelta en niebla, con calles empinadas y empedradas, algunas de ellas interrumpen su bajada de suave pendiente para terminar abruptamente en escalones casi verticales porque el barranco era pronunciado, la desembocadura de Betancourt en Ávila Camacho y su continuación hacia Úrsulo Galván denuncia lo escabroso que fue el paisaje original; muchas casas parecen suspendidas en vilo para no caer al precipicio. Basta con entrar al estacionamiento hundido de Clavijero para adivinar la profundidad de lo que fue una agreste hondonada; Xalitic es una cañada, como la séptima de Juárez. En lontananza no es difícil imaginar al bucólico nacimiento de Xalapa, tampoco que los magníficos panoramas que ahora nosotros disfrutamos viendo al sur al Pico de Orizaba, al poniente la gran mole de El Cofre de Perote y al norte el Cerro de Acatlán, son las mismas imágenes en que se posaron millones de desaparecidos ojos y que, lógicamente, estarán allí aún ya sin nosotros. Lo que nos recuerda la triste o necesaria levedad del ser.

Al margen de la euforia inventada e inducida por la mercadotecnia, allá en las alturas, arañando la cúspide del Cerro Macuiltepetl, decenas de azorados ojos miran hacia abajo, a la ciudad vestida de luces multicolores, entregada al desenfreno de un subconsciente colectivo que desea olvidar las penas cotidianas y sucumbe inconscientemente ante el perseverante cántico de “noche de amor, noche de paz”, Amor ¿a quien? ¿En donde está la paz? Se preguntan. Porque allí, en donde se encuentran involuntariamente alejados de sus hogares, solo hay enfermedad, todo es sufrimiento, que acompañan con la solidaridad del de junto, que también la necesita para no caer; allí cada cual hace las veces de prótesis anímica para el otro, porque el llanto es interior y la sonrisa es parte del antifaz.

Me refiero al Centro de Cancerología, el lugar de la esperanza y del milagro, del llanto, del dolor, de la enfermedad y la salud, de la solidaridad, en donde la ciencia y la religión hacen causa común en un paradójico maridaje, inentendible para el científico pero profundamente sensibilizado por quienes luchan para seguir de pie, enhiestos en la ilusión. Allí no hay descanso, es una querella de la ciencia contra un mal físico, orgánico, un mal que extrañamente fortalece al alma, cuando el alma duele.

En ese recinto, aunque no se celebra, la Navidad se siente, porque las plegarias a Dios son permanentes y porque la solidaridad de los médicos y paramédicos con los enfermos y sus familiares redimen la naturaleza humana; pues sufren el dolor ajeno pero luchan al parejo y se esfuerzan por no expresar flaqueza; sabe el médico que no es Dios, más como científico debe mostrarse frío porque, hombre al fin, no es indiferente a la congoja del prójimo.

Nadie allí pide, tampoco implora ni espera regalos, son gente honorable como cualquiera otra, pero sucede que transitan por momentos verdaderamente difíciles con los que la vida los ha puesto a dura prueba; los más están lejos de su hogar, y por el momento no pueden trabajar porque dedican tiempo, esfuerzo y amor a cuidar a su enfermo, luego entonces, a la pena de la enfermedad se suma la penuria económica que solo el noble esfuerzo de las organizaciones dedicadas a aliviarles ese aprieto les aligera hasta donde es posible obsequiándoles el alimento. Allí el Seguro popular es otro santuario.

Estos tiempos de artificial euforia colectiva generan en el hombre actitudes diversas: en la Iglesia para pedir, suplicar, orar, implorar a Dios por salud y felicidad, y hay quienes, obnubilados por un materialismo inoculado, suelen demandar riquezas, mientras en los hospitales se implora por recuperar la salud, que en ese trance es el mayor de los tesoros y salvar la vida es la plusvalía. En los centros de poder la lucha es por mantenerlo o acrecentarlo, muy válido y justificado si se orienta a programas de desarrollo social y se redoblan los esfuerzos para dar más y mejor atención médica, porque la salud afortunadamente es reciclable.

Pero no todo debe correr a expensas del gobierno, conforme a su costumbre de dirigir la vista hacia arriba buscando a Dios, al individuo nada le costaría hacer constancia que es merecedor de ser escuchado aportando en reciprocidad lo que de medicinas le sobre en su botiquín familiar y de su opípara despensa el alimento que no le sea indispensable para donarlos, las primeras a la farmacia del CECAN y el alimento a organizaciones altruistas como ATECA. Siempre es tiempo de soñar, porque la vida es un sueño, y aunque el poeta sentenciara que los sueños, sueños son, sin la noble facultad del ensueño el hombre seguiría siendo un ser primitivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario