*Tengo dos problemas para jugar al futbol: uno es la pierna izquierda, el otro la pierna derecha. Camelot
Por: Gilberto Haaz Diez
DE FUTBOL
Mañana de sábado. Estoy en L Orbe, donde los desayunos son frugales (¿Qué demonios será frugales?) y mejores que los parisinos y romanos y defeños.
Acabo de llegar del DF. Ese monstruo que devora todo y a mí, por esta vez no me devoró. Ciudad bella. Mágica como Paris o Nueva York. Que tiene tantos y tan buenos restaurantes como los mejores del mundo.
Hace unos días un amigo de viejos tiempos llegó a visitarme.
Le cité allí, en ese comedero de la orizabeña calle de Poniente 5, en su llamado Centro Histórico. Desayunaríamos y platicaríamos de los años idos.
Es Darío “Maravilla” Gamboa Ibáñez. Para muchos, ahora un personaje desconocido, pero para aquellos que aman y quieren al futbol (Ángel Fernández dixit), fue una pequeña leyenda mexicana en las canchas. Jugó con Los Tiburones cuando los Rojos andaban de la mano de papá Lajud, siempre en la Primera División. Un mal día llegó ‘Chanoc’ Herrerías y, como el personaje de la historieta, acabó con los tiburones.
Tiene ahora 63 años, y me rememora el tiempo que estuvo bajo las órdenes del entrenador Didí, el famosísimo Waldid Pereira, que llegaba del Real Madrid precedido de fama señera, aquel futbolista que inventó y patentó para él solo, porque nunca nadie ha vuelto a ejecutar ese tiro llamado ‘la caída de las hojas’.
Ese que llevó a Brasil en los mundiales de Suecia (1958) y Chile (1962) a campeones del mundo.
Didí fue llevado al cuadro de inmortales en el Salón de la Fama de la FIFA, al lado de Pelé, Di Stefano y Franz Beckenbauer. Por eso Pelé lo presumía cuando un día displicente dijo que Maradona, antes de proclamarse el mejor del mundo, tenía que quitarse el sombrero ante Didí, Garrincha y él mismo.
La caída de las hojas (Folha Seca), contó Didí que la inventó de casualidad. Un día andaba malito de su pierna y no podía pegarle seco y duro, le pegó al balón a la mitad y tomó una condenada comba que el portero se quedó viendo visiones. Desde ese día la patentó y la mejoró. Quien esto escribe le vio jugar y ejecutar algunas de esas, en el estadio viejo donde jugaban los tiburones. El de 20 de noviembre. Cuando Luis Weller, extraordinario cronista deportivo, narraba en Veracruz y sigue aún narrando los juegos de fútbol con sapiencia y maestría, y el mismo ánimo de siempre. A veces hace un juego malo, bueno.
VIEJOS TIEMPOS
Rememoro con Darío viejos tiempos. Vivió una desgracia. Perdió a su esposa y a sus dos hijas pequeñas en un accidente de tren en Nogales, cuando vivía en Orizaba. Esa tragedia le marcó de por vida. Tiene ahora otra hija, Palmira, y es feliz con ella.
Jugó en aquel legendario club al lado de Batata, Ubiracy, René Vázquez y Loco Aussin, cuando los de Orizaba eran mandones en ese rubro, y había que ponerse de pie (Ángel Fernández redixit) al verlos jugar.
La suerte o el destino lo trajo aquí, con Los Albinegros del Orizaba, en mala hora pues le tocó vivir el descenso en Celaya, cuando Juvencio Rosas Reyero, viejo amigo, y el entrenador Agustín Martínez ‘Chibirrin’, hacían mancuerna y Juvencio presumía la amistad de Joaquín Soria Terrazas, gran jerarca de Concacaf.
Yo le conocí porque nos tocó, por aquellas cosas del destino que a todos lados lleva, al ‘querido’ Francisco Girón Mirón, hacernos cargo de lo que quedaba de la directiva, en el tiempo que inauguramos la radio XEOV, y vivíamos en el palomar de doña Sally Inter de Hernández, una mujer muy trabajadora, por el rumbo de la poniente 9, en el barrio de Ravelo, por el Torito Cebú, en el palomar donde había dos clases de habitaciones y huéspedes, los de primera y la perrada, los del fondo. Allí vivíamos Darío y algunos jugadores del club y quien esto escribe, con la perrada. Pero comíamos como campeones. La cocinera Imelda nos tenía como ahora nos tiene mi cocinera Martha, bien llenitos y con mucho gusto. El precio de esa pensión era de 700 pesos al mes. Comida y techo.
LLEGA EL PERRO
Uribe y tercia en la plática. Horacio Uribe también jugó futbol. Era de aquellos rudos de, o pasa la bola o pasas tú, pero nunca los dos juntos. Rudo como Torrado. Faltó la ‘Papicha’ Solar, que ese sí jugó en el Orizaba de Segunda División con Loco Aussin y su mayor mérito como delantero fue un autogol en Texcoco, que le hizo a Manuel “Cintalán” Acevedo, y, además, Papicha se significaba por meter los penaltis de palomita, según leyenda futbolera.
Cuando Carlos Hermosillo llegó a estas tierras a querer abollarle la corona de candidatura de diputado federal al cordobés Javier Duarte de Ochoa, Hermosillo quería conocer, me comentó alguien, a ese que metía los penaltis de palomita. No se pudo. Papicha era y sigue siendo priísta fiel.
Darío Gamboa fue un jugador pleno. Tenía clase, caminaba como brasileño y cantaba como Roberto Carlos. Hubo un tiempo que anduvo y andó por España.
6 meses, me dijo, vivió en Vallecas, porque acompañaba a Héctor Núñez que era entrenador del Valencia y luego del Rayo Vallecano.
Sigue igual, de físico delgado, enjuto, pelo hirsuto.
Jugó un tiempo y roló por Correcaminos, San Luis y Necaxa, equipo con el que se retiró.
Es un buen amigo a quien veo poco. Hacía un par de años no lo hacía. Circunda por esta zona y vive unos días en Fortín, con su mujer.
Formó parte de aquel equipo de leyendas, el que don Pepe Lajud hizo un apostolado que lo llevó a la inmortalidad y a ser recordado como un buen hombre.
Un empresario automotriz emprendedor, cuya vida estaba ligada a Los Tiburones Rojos del Veracruz.
Cuando vendía coches y sus utilidades iban al fútbol.
El que apapachaba y quería como un hijo al ‘Loco’ Aussin, otra leyenda orizabeña.
Los tópicos fueron del fútbol. Le invité a ver el próximo juego de Los Tiburones Rojos del Veracruz, a que recuerde, aunque ahora es otro estadio y otro el equipo, a reciclarnos de aquellos viejos tiempos cuando, como dijo Sartre: “No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro”.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com
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