De Valdano: “En ningún sitio aprendí tanto de mi y de los demás como en una cancha”. CamelotPor: Gilberto Haaz Diez
RUMBO AL PIRATA
Mañana de sábado. Enfilo rumbo al ‘Pirata’ Fuente. Legendario y mítico estadio del fraccionamiento Virginia, entre Veracruz y Boca del Río, para que no se peleen sus alcaldes, bueno, alcalde y alcaldesa. Parto por la autopista de siempre, mas parchada que Lady Gaga. Veracruz jugaría en casa y no era contra un equipo menor, el Irapuato, que lideró y entró a la liguilla pasada y fue vencido por los hankistas de Tijuana, los de Hank Rhon, personaje al que le gustan los animales vivos y fue cliente de Calderón unos días en un arraigo balín. Pero esas son otras historias policiacas, diría Kamalucas. A la una, como de costumbre, un café con los cuates en las sombrillitas de Plaza Américas, ahora parecía la colonia terrablanquense en el exilio: mi hermano Enrique, Chilo García, hijo de doña Amparo, Juanito Lavalle, gran bailarín que zapateó en el ballet de Amalia Hernández y paseó la fama de la Cuenca por el mundo, sin ser puñal. Terrones, famoso porque, asegura, cuando cuenta algo, que chismoso sí es pero mentiroso nunca, y los comensales tiemblan. Había otro que no fue, el negro Pavón (el que es Pavón es orejón) y el Rico que no es rico. Hubo un Cotlaxteño, el buen Roque Flores, pero partió rápido con los nietos. La comidilla era lo que ustedes imaginan, la inseguridad. Cambiamos de tema ante el temor de que el miedo hiciera presa de uno y el miedo, ya lo dijo el sabio de Chacaltianguis: “no hay peor miedo que el que construye uno mismo”. Vivamos sin miedo, si con precaución pero sin miedo. Comimos rápido y sin miedo en La Brusheta, comedero bueno, bonito y barato en la calle de la calzada de Palmas, atrasito de Wall Mart.
CALOR DE FUTBOL
Luego, al estadio ‘Pirata’. Iba a “sacar mi lado Tiburón’. No pude. El calor atarantaba, el sol se iba y venía como Duarte, que fue a Brasil y llegó a la semana. Poco tráfico para llegar. Javier Gómez volanteaba con precaución y seguridad. En menos que canta un gallo, y a poco la patada inicial que me chismearon la dio Comas, pero a mí no me lo crean porque no estuve, ahora no fui al palco de picudos, tampoco con la raza, había mucho sol y mi mamita siempre me recomendó no asolearme. Oteé a los lados. Pocos personajes. Poca gente. Era normal, no se esperaba lleno total. Veracruz venía de perder un juego y ahora le tocaba lidiar con uno de los favoritos para el ascenso: Irapuato. Comenzó el balón a rodar, mientras todos imaginamos que Dios sería redondo y jarocho esa tarde que no era de toros ni tarde lorquiana de las de las cinco de la tarde: “¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!”, Dios fue fresero un rato del medio tiempo. Se ve que cambió el lechero por las fresas. Hay días así.
Palco 210. Puerta 6. Asientos 15 y 16. Llego. Veo rojos por doquier. Voy de civil. Mi camisa roja aguarda en la camioneta todoterreno. Como llegué tarde, ni tiempo para cambiarse. Junto tengo a un hombre, preparador físico y terapeuta, llamado Ricardo Hernández. El “Tolán” de Chivas, le dije en memoria de aquel legendario aguador del Rebaño cuando si era sagrado. Presumió. No recuerdo si me dijo que había ganado 19 títulos como terapeuta, pero era buen record. Trabaja con Fallo Cuenca, director del Instituto Veracruzano del Deporte, personaje que de chiquillo no jugó a nada, ni a las canicas, pero un tiempo fue conductor designado de un preciso pasado y el preciso presente lo adoptó y lo mandó al deporte. Unas nenorras lucen sus cuerpos. Son las edecanes de la cervecera que patrocina. El estadio está limpio. Lo pintaron bonito. La grama es mejor que la de Chivas artificial. Buen trabajo de los pasteros, hasta me pareció que estaba en el Bernabéu aquel día de este año del mes de enero, cuando vi la grandeza de Cristiano Ronaldo, el Peña Nieto del Real Madrid, que ese día metió tres goles al Valencia, solo para que se fueran educando y respetando un poco. Los políticos veracruzanos sufrían. A un lado de mi palco solo les quedaba apretar aquellito. No había más. Dios era fresero esa tarde y el par de goles que nos endilgaron, nos lo confirmaba. Yo, la semana pasada que le vi, encargué al Obispo Marcelino Hernández Rodríguez les echara una rezadita. Ni eso les ayudó.
EL VILLAMELON
No conozco casi a ninguno de esos jugadores. Recuerden que para esas cosas soy medio villamelón. O villamelón completo. Pero el mismísimo terapeuta me guiaba. Fulano es esto. Ese otro, que goza de cabal salud pero no hace goles, le dicen el “Pescadito”, contratación guatemalteca, creo. Daniel Guzmán no salía del dogout (aunque sea término beisbolero), me imagino evadía la rechifla. Cuando aún estábamos empatados a cero goles, vi a dos pelones de Tiburones que trotaban con fuerza. Recordé al Vasco Aguirre, que en el Mundial pasado mandó a rapar a coco a Torrado, le decía: “Pélate todo a rape: intimídalos”. Era cierto, el pelón intimida (sin albur), lo que no contamos es que con los del Irapuato venían también dos pelones, y esa guerra de pelones la ganaron ellos. Un estadio debe tener vida propia. Un estadio debe tener a la afición. Tendrán que venir los triunfos para recuperarles. Al término del primer tiempo fueron abucheados. Al final, ni se diga. Solo un par de veces se escuchó el clásico ¡Veracruz! ¡Veracruz!, grito de batalla de guerra, como aquella que libraron los indios contra el General Custer, y los dejaron viendo visiones porque, como los gringos años después, en aquel tiempo los sioux y Caballo Loco no tomaron prisioneros. No quedó nadie para contar esa historia, cuando unos tres mil indios vencieron a los carapálidas que ansiaban quitarles las tierras. Así debe ser aquí, en el terreno futbolístico. No permitir que un punto se nos vaya. Atrapar los tres de casa y ver si a las salidas se van ganando uno por uno o tres en tres.
HORA DEL CREPUSCULO
La hora palidecía. La tarde, como escribió Federico García Lorca, ‘era tarde lluviosa en gris cansado, los árboles marchitos. Mi cuarto, solitario. Y los retratos viejos y el libro sin cortar’. Había que partir. Un café de rapidín y a la autopista, a la tierra de Dios, Orizaba, donde llueve un día sí y otro también, nomás porque así se nos dieron las cosas por estas tierras. De todos los verdes en tonalidades. De esperanza. Tardes que terminan. Mañanas que comienzan. No hay que decaer el ánimo. Vendrán días mejores. La afición debe asistir. Nada hay como un grito de guerra en el juego. Enfrente, poco después, en el estadio Beto Ávila, jugaba El Águila de Veracruz, que pega duro a la pelota.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com
RUMBO AL PIRATA
Mañana de sábado. Enfilo rumbo al ‘Pirata’ Fuente. Legendario y mítico estadio del fraccionamiento Virginia, entre Veracruz y Boca del Río, para que no se peleen sus alcaldes, bueno, alcalde y alcaldesa. Parto por la autopista de siempre, mas parchada que Lady Gaga. Veracruz jugaría en casa y no era contra un equipo menor, el Irapuato, que lideró y entró a la liguilla pasada y fue vencido por los hankistas de Tijuana, los de Hank Rhon, personaje al que le gustan los animales vivos y fue cliente de Calderón unos días en un arraigo balín. Pero esas son otras historias policiacas, diría Kamalucas. A la una, como de costumbre, un café con los cuates en las sombrillitas de Plaza Américas, ahora parecía la colonia terrablanquense en el exilio: mi hermano Enrique, Chilo García, hijo de doña Amparo, Juanito Lavalle, gran bailarín que zapateó en el ballet de Amalia Hernández y paseó la fama de la Cuenca por el mundo, sin ser puñal. Terrones, famoso porque, asegura, cuando cuenta algo, que chismoso sí es pero mentiroso nunca, y los comensales tiemblan. Había otro que no fue, el negro Pavón (el que es Pavón es orejón) y el Rico que no es rico. Hubo un Cotlaxteño, el buen Roque Flores, pero partió rápido con los nietos. La comidilla era lo que ustedes imaginan, la inseguridad. Cambiamos de tema ante el temor de que el miedo hiciera presa de uno y el miedo, ya lo dijo el sabio de Chacaltianguis: “no hay peor miedo que el que construye uno mismo”. Vivamos sin miedo, si con precaución pero sin miedo. Comimos rápido y sin miedo en La Brusheta, comedero bueno, bonito y barato en la calle de la calzada de Palmas, atrasito de Wall Mart.
CALOR DE FUTBOL
Luego, al estadio ‘Pirata’. Iba a “sacar mi lado Tiburón’. No pude. El calor atarantaba, el sol se iba y venía como Duarte, que fue a Brasil y llegó a la semana. Poco tráfico para llegar. Javier Gómez volanteaba con precaución y seguridad. En menos que canta un gallo, y a poco la patada inicial que me chismearon la dio Comas, pero a mí no me lo crean porque no estuve, ahora no fui al palco de picudos, tampoco con la raza, había mucho sol y mi mamita siempre me recomendó no asolearme. Oteé a los lados. Pocos personajes. Poca gente. Era normal, no se esperaba lleno total. Veracruz venía de perder un juego y ahora le tocaba lidiar con uno de los favoritos para el ascenso: Irapuato. Comenzó el balón a rodar, mientras todos imaginamos que Dios sería redondo y jarocho esa tarde que no era de toros ni tarde lorquiana de las de las cinco de la tarde: “¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!”, Dios fue fresero un rato del medio tiempo. Se ve que cambió el lechero por las fresas. Hay días así.
Palco 210. Puerta 6. Asientos 15 y 16. Llego. Veo rojos por doquier. Voy de civil. Mi camisa roja aguarda en la camioneta todoterreno. Como llegué tarde, ni tiempo para cambiarse. Junto tengo a un hombre, preparador físico y terapeuta, llamado Ricardo Hernández. El “Tolán” de Chivas, le dije en memoria de aquel legendario aguador del Rebaño cuando si era sagrado. Presumió. No recuerdo si me dijo que había ganado 19 títulos como terapeuta, pero era buen record. Trabaja con Fallo Cuenca, director del Instituto Veracruzano del Deporte, personaje que de chiquillo no jugó a nada, ni a las canicas, pero un tiempo fue conductor designado de un preciso pasado y el preciso presente lo adoptó y lo mandó al deporte. Unas nenorras lucen sus cuerpos. Son las edecanes de la cervecera que patrocina. El estadio está limpio. Lo pintaron bonito. La grama es mejor que la de Chivas artificial. Buen trabajo de los pasteros, hasta me pareció que estaba en el Bernabéu aquel día de este año del mes de enero, cuando vi la grandeza de Cristiano Ronaldo, el Peña Nieto del Real Madrid, que ese día metió tres goles al Valencia, solo para que se fueran educando y respetando un poco. Los políticos veracruzanos sufrían. A un lado de mi palco solo les quedaba apretar aquellito. No había más. Dios era fresero esa tarde y el par de goles que nos endilgaron, nos lo confirmaba. Yo, la semana pasada que le vi, encargué al Obispo Marcelino Hernández Rodríguez les echara una rezadita. Ni eso les ayudó.
EL VILLAMELON
No conozco casi a ninguno de esos jugadores. Recuerden que para esas cosas soy medio villamelón. O villamelón completo. Pero el mismísimo terapeuta me guiaba. Fulano es esto. Ese otro, que goza de cabal salud pero no hace goles, le dicen el “Pescadito”, contratación guatemalteca, creo. Daniel Guzmán no salía del dogout (aunque sea término beisbolero), me imagino evadía la rechifla. Cuando aún estábamos empatados a cero goles, vi a dos pelones de Tiburones que trotaban con fuerza. Recordé al Vasco Aguirre, que en el Mundial pasado mandó a rapar a coco a Torrado, le decía: “Pélate todo a rape: intimídalos”. Era cierto, el pelón intimida (sin albur), lo que no contamos es que con los del Irapuato venían también dos pelones, y esa guerra de pelones la ganaron ellos. Un estadio debe tener vida propia. Un estadio debe tener a la afición. Tendrán que venir los triunfos para recuperarles. Al término del primer tiempo fueron abucheados. Al final, ni se diga. Solo un par de veces se escuchó el clásico ¡Veracruz! ¡Veracruz!, grito de batalla de guerra, como aquella que libraron los indios contra el General Custer, y los dejaron viendo visiones porque, como los gringos años después, en aquel tiempo los sioux y Caballo Loco no tomaron prisioneros. No quedó nadie para contar esa historia, cuando unos tres mil indios vencieron a los carapálidas que ansiaban quitarles las tierras. Así debe ser aquí, en el terreno futbolístico. No permitir que un punto se nos vaya. Atrapar los tres de casa y ver si a las salidas se van ganando uno por uno o tres en tres.
HORA DEL CREPUSCULO
La hora palidecía. La tarde, como escribió Federico García Lorca, ‘era tarde lluviosa en gris cansado, los árboles marchitos. Mi cuarto, solitario. Y los retratos viejos y el libro sin cortar’. Había que partir. Un café de rapidín y a la autopista, a la tierra de Dios, Orizaba, donde llueve un día sí y otro también, nomás porque así se nos dieron las cosas por estas tierras. De todos los verdes en tonalidades. De esperanza. Tardes que terminan. Mañanas que comienzan. No hay que decaer el ánimo. Vendrán días mejores. La afición debe asistir. Nada hay como un grito de guerra en el juego. Enfrente, poco después, en el estadio Beto Ávila, jugaba El Águila de Veracruz, que pega duro a la pelota.
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