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lunes, 5 de diciembre de 2011

LA CAIDA DE MOREIRA Por: Gilberto Haaz Diez

Acertijos

*El que ha osado volar como los pájaros, una cosa debe aprender: a caer. Camelot.
LA CAIDA DE MOREIRA
Ocurrió lo que todo mundo pensaba que ocurriría.
Lo que todos presagiaban hace tiempo.
Los nubarrones se veían arriba de ese viejo edificio de Insurgentes Norte.
Allí donde el huamachito florece y la soga se revienta.
El bailarín rumbero y presidente nacional del PRI, con cara compungida, todo agüitado, todo achicopalado presentó la renuncia ante sus compañeros de sector y de partido.
Su caída estaba pronosticada. Volaba como en un circo en el trapecio, sin red protectora. Era como esa fama de la que habla Gabriel García Márquez, ‘que es una montaña a la que se sube a grandes pasos, para después escurrirse tímidamente hacia abajo. Al lugar de partida’.
Eso se veía venir desde ‘endenantes’, diría Minga, una gente de mi pueblo.
Es historia sabida y es historia contada que Humberto Moreira, exgobernador coahuilense, cuando le destaparon la cloaca de su endeudamiento ilegal en ese estado que gobernó y dejó de sucesor a un hermano, como en los tiempos romanos, era bien sabido que estorbaba a los planes de quien todos juramentaban que sería el candidato único, el mas bello y hermoso de sus hijos: Enrique Peña Nieto.

EL RELOJ EN CONTRA
Así ocurrió. La mañana misma que juró defender los colores priístas, como cuando un americanista o chiva se pone la camiseta de su equipo y salta a la cancha, el War Room y el Situation Room de Peña Nieto orquestaban la salida de Moreira.
Se había vuelto incómodo.
Ya no era cosa de saber cuándo, cómo y dónde. Era cosa de fijar las horas del reloj, como aquel de Cantoral, que marcaba las horas porque se enloquecía.
Ese reloj en su tic-tac señalaba que tenía que salir por la puerta de atrás.
El que decía el Nobel Camilo José Cela: “En la esfera de algún viejo reloj se leen, referidas a las horas que pasan y pasan sin apurarse jamás ni detenerse nunca, unas palabras tan ciertas como fatales: Todas hieren, la última mata”.

HOUSTON, WE HAVE A PROBLEM
Los tiempos son otros. Cuando Peña Nieto comenzó con sus periplos por los medios de comunicación, los diaristas y conductores de la noticia hablada le recriminaban que a su lado tuviera a gente manchada por el tiempo, despiadados que saquearon las haciendas de sus estados o municipios, cuando gobernaron.
Montiel era un ejemplo.
¿Qué hacía allí? Le preguntaban los comunicadores.
¿Para qué la alianza con los Verdes y el Panal?, preguntaba Pepe Cárdenas la tarde que lo tuvo en su noticiero de Radio Fórmula, y el copetito de Peña Nieto, aún con su gel rechinando de limpio, se aireaba.
Había respuestas, porque los políticos mexicanos tienen la virtud de responder con acierto aunque el agua les llegue al cuello.
Lo mismo ahora ocurre en las provincias. Hay reuniones de priistas en torno a los que presumen serán candidatos, y se ve a los corruptos sentarse en esa mesa, cuando sus sitios debían ser la cárcel o el destierro.

LA VENTAJA
El horno no está para bollos. Llega Enrique Peña Nieto con una ventaja, al parecer inalcanzable. Así mismo llegó un hombre bueno y decente, un hombre honesto que ha batallado desde la izquierda por ser presidente de la república. Así llegó Andrés Manuel López Obrador hace cinco años y pico con una ventaja inalcanzable, y perdió.
Lo alcanzó un hijo desobediente, y perdió la contienda.
El equipo de Peña Nieto lo sabe. Los Videgaray y esos que ahora serán mandones, saben que si hay malas decisiones de aquí a que comience la batalla por recuperar esa silla que un día se las arrebató un vaquero con botas, si hay malas decisiones es seguro que sean alcanzados y con elección perdida.
Hay ejemplos de ello.
Vendrán tiempos difíciles. Vendrá la guerra del lodo. Como ya comienza en un correo que le circulan donde le acusan de ser otro endeudador de su estado, el Edomex.
Vendrán vientos de maldad y tendrán que enfrentar icebergs que pretenderán hacerlos que encuentren su choque, como el Titánic, aquel barco que, decían los constructores, no lo hundía ni Dios. Y era cierto, Dios no lo hundió. Lo hundió un tremendo bloque de hielo como el que ahora pretenden poner a Peña Nieto, si no limpia la casa y sigue con los mal vistos a su lado.
Alguna gente pretende, y pocos apuestan a ello, que Peña Nieto sería la esperanza de esta nueva juventud. Como aquella nueva frontera en la llegada de JFK a la presidencia de Estados Unidos, cuando esa Nación lucía orgullosa a su nuevo hijo, uno que tomaría en sus manos la antorcha del relevo hacia una nueva generación de políticos.
El horno no está para bollos, los manchados deben regresar a su casa.
La gente no olvida sus rostros. La gente no olvida sus maldades.
Trátese de cualquier comunidad pequeña. Trátese de cualquier comunidad grande.
“Yo no votaré por él”, me dijo hace poco un amigo cuando vio a un presunto candidato junto a un corrupto. Así puede pasar.
Por lo pronto, Peña Nieto en la Feria del Libro de Guadalajara, allí donde huele a pura tierra mojada, se pronunció por Pedro Joaquín Coldwell para dirigir al PRI. Y, faltaba menos, todos se sumaron en ese instante. La voz del Tlatoani volvió a retumbar.
Faltó el Fidel Velázquez que le dijera: “Candidato, nos adivinó el pensamiento”, como le dijo el eterno dirigente cetemista a Carlos Salinas, la vez que los acuarteló en Los Pinos y les dio en destape del nombre del candidato presidencial, que lo era Luis Donaldo Colosio: “Nos adivinó el pensamiento, presidente”.
Así ocurrió ahora, Peña Nieto les adivinó el pensamiento a todos los priíistas.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com

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