CAMALEON
Jue, 01/12/2011 Era el tercer año de gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz y el penúltimo del gobernador Fernando López Arias en Veracruz, la liturgia imponía que quienes aspiraban a suceder a un gobernador o al presidente de la república debían intensificar sus acciones a partir del quinto año de quien estuviera en funciones, no antes, no después, las reglas no escritas así lo prescribían, violarlas equivalía caer en el error y, luego entonces quedar fuera de la jugada; “quien se mueve no sale en la foto” decía el sempiterno líder obrero Fidel Velásquez para explicar muy gráficamente ese fenómeno político.
En Veracruz velaban armas los senadores Arturo Llorente González y Rafael Murillo Vidal; también aspiraban Roberto Amorós Guiot, Benito Coquet y Guzmám Willis del gabinete de Díaz Ordaz; en el Comité Ejecutivo Nacional del PRI estaba Fluvio Vista Altamirano quien desde la oficialía mayor jugaba sin balón confiado en que las circunstancias, como en la ruleta, podían orientar la bolita hacia cualquier lado, pues era gente cercana a Alfonso Martínez Domínguez, presidente del Comité Ejecutivo Nacional del partido hegemónico.
Para los analistas, buscadores y simpatizantes todo se centraba en los senadores Llorente y Murillo; se entiende que esta era una visión desde el llano.
Quien esto escribe laboraba entonces -1967- en el senado de la república, por consiguiente de alguna manera tenía el contacto con los senadores de su estado, por supuesto una relación muy accesoria entre empleado y senador, así fuera facilitada por el jefe inmediato, Don Juan Pérez Abreu, profesor de Derecho Constitucional en la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas de la UNAM, amigo generacional de Llorente pero de respetuosa amistad con Murillo Vidal, uno de los hombres de la experiencia en aquella legislatura integrada por destacados políticos y juristas, entre otros por los que fueran diputados del constituyente de 1917 Alberto Terrones Benítez, de Durango, Juan de Dios Bojorques, de Sonora y Jesús Romero Flores, de Michoacán. También estuvo Luís L. León de los fundadores del PNR en 1929 y ex gobernador de Chihuahua; además, Ezequiel Padilla, quien fuera candidato opositor de Miguel Alemán Valdez para la presidencia de la república en la campaña de 1946, también: Carlos Sansores Pérez, Carlos Loret de Mola, Manuel Sánchez Vite, Gonzalo Bautista O¨Farril, Manuel Bernardo Aguirre, Hermenegildo Cuenca Díaz, Mauricio Magdaleno, Eduardo Luque Loyola, estos dos últimos compañeros de escaño del presidente Díaz Ordaz cuando este y López Mateos fueron senadores en 1946-1952 y Murillo Vidal Oficial Mayor.
La inquietud de participar en política aunada al anhelo de regresar al terruño querido obligaban al provinciano en el DF a buscar las condiciones que propiciaran la querencia. Cientos de estos anhelos se comentaban entonces en los viernes de tertulia en el Casino Veracruzano ubicado en Havre y Marsella de la Colonia Juárez, lugar de encuentro hebdomadario de la jarochada en la capital del país. Allí, quien esto escribe se enteró que Juan Maldonado pretendía conformar un equipo multidisciplinario para elaborar un diagnóstico de la problemática veracruzana; Juan venía arropado de cierto prestigio porque ya había sido Rector de la Universidad de Tabasco y cuando Carlos Alberto Madrazo fue presidente del CEN del PRI lo incorporó como uno de sus auxiliares, al lado de Manuel Barttlet Díaz y Luís Porte Petit, otro distinguido veracruzano. Para 1967 Maldonado era un sobreviviente del equipo madracista en el PRI y colaboraba con Lauro Ortega, sucesor del tabasqueño en la presidencia del PRI.
Con Juan Maldonado hicimos equipo a partir de 1967 para el referido diagnóstico que sería presentado a “quien fuera el candidato” del PRI al gobierno de Veracruz. Por ese motivo nos reuníamos casi de rutina cotidiana en agradabilísimas sesiones nocturnas que no pocas veces se prolongaban en desvelo con café de por medio, en ambiente de calor familiar. El grupo lo iniciamos el queretano Gustavo Hernández Henríquez, el veracruzano Eduardo Thomae Domínguez, el guanajuatense Filiberto Navarrete y quien esto suscribe, encabezados por Maldonado Pereda. En las sesiones del grupo hubo oportunidad de conocer a jóvenes valores veracruzanos, ya con camino andado, entre ellos: Jaime Baca Rivero, Esteban Ruiz Ponce y Emilio Ruz Ávila, brillantes, entusiastas promotores de la candidatura del senador Llorente González.
Entonces, Jaime Baca era ya un joven valor de temprano éxito en la administración pública federal que laboraba en la Secretaría de Comunicaciones, cercano colaborador del distinguido Ing. Eugenio Méndez Docurro quien, como sabemos, escaló elevados cargos administrativos y que en 1974 sería un fuerte precandidato al gobierno de este estado. Desde su enclave administrativo Jaime Baca apoyaba con asesoría la elaboración del diagnóstico de gobierno para el futuro gobernador, aunque en su caso las simpatías estaban plenamente identificadas con su paisano porteño, Llorente González. Igual acontecía con Esteban Ruíz Ponce, joven cordobés dueño de una basta cultura y muy despierta inteligencia. La experiencia de quien esto escribe se circunscribía a acciones universitarias -creación de dos partidos estudiantiles en la escuela de Ciencias Políticas en 1963 y 1964- nada que ver con la política de afuera, la del mundo real, el de la subsistencia y las primeras aspiraciones.
La historia narra que quien se hizo de la candidatura al gobierno veracruzano en 1968 fue el Lic. Rafael Murillo Vidal que gobernó Veracruz de 1968-a 1974 con prudencia y sabiduría, muy propias de su extraordinaria experiencia, lograda por el desempeño de innumerables cargos públicos y políticos, en las ramas administrativa, legislativa y jurídica.
En retrospectiva, ahora podemos ver con meridiana claridad que el senador Llorente González (con todo su prestigio de hombre honorable, de conducta intachable en el servicio público, como lo había demostrado en la Rectoría de la Universidad Veracruzana, en la alcaldía de Veracruz y como diputado federal), por obra y gracia del sistema político nunca estuvo en la verdadera tesitura de ser el candidato, simplemente porque entonces quien decidía era el presidente de la república, en este caso Gustavo Díaz Ordaz, amigo y compañero del Lic. Rafael Murillo Vidal, quien solo necesitó de este voto de calidad. Llorente fue un fenómeno de simpatía popular de su tiempo, de la militancia priísta, particularmente de una juventud que anhelaba cambios, pero en aquellos tiempos nuestra democracia electoral estaba en ciernes, las encuestas no aparecían aún como herramientas de consulta para decidir, tampoco hacían falta.
Rafael Murillo Vidal condujo su gobierno en la apertura a que obligaron los acontecimientos estudiantiles de 1968, de esto último una buena porción de la clase política veracruzana que ya está de salida (ahora catedráticos universitarios, legisladores, magistrados, eminentes juristas, etc.) podrán dar fe, porque todo aquel que deseaba ver al gobernador Murillo Vidal encontró una mano extendida y una disposición siempre abierta al dialogo.
Muchos de aquellos jóvenes partidarios de la frustrada aspiración de Llorente González permanecieron en el Distrito Federal, entre ellos Jaime Baca Rivero, jarocho atípico, circunspecto, dotado de una vasta cultura jurídica y práctica administrativa que le permitió una larga y muy exitosa carrera en el servicio público en el gobierno de la república y en el gobierno del Distrito Federal, pues estuvo al lado de distinguidos mexicanos como Eugenio Méndez Docurro, del sonorense Gilberto Valenzuela, del distinguido Ing. Rafael Noreña Casado, promotor e impulsor del Metro en el Distrito federal.
El cordón umbilical trajo a Jaime Baca de regreso a su querido terruño en donde practicaría sus conocimientos jurídicos desde la notaría que bien había ejercido su padre, un ícono del Veracruz de las añoranzas de antaño. Jaime regresó a su puerto de natalicio, del que nunca vivió separado, a pesar de la ausencia física en los provechosos años en el Distrito federal. En memoria de Jaime Baca Rivero, la comunidad intelectual de la Ciudad de Veracruz organizó en octubre pasado un merecido homenaje a su provechosa existencia, el evento se celebró en el Museo de la Ciudad, cuyos añejos muros aún guardan el eco del reconocimiento que se brindó al Notario Público, un ejemplo de verticalidad política, de honrada entrega a la responsabilidad conferida, de honesta actitud ante el trabajo, digna de ser imitada por quienes desean un México mejor y más justo.
Yo me sumo al homenaje con todo conocimiento de causa.
alfredobielmav@hotmail.com oterociudadano.org.
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