INFORMALES
Juan Antonio Nemi Dib
Su inventor es el antropólogo inglés Keith Hart. En 1971, mientras hacía un estudio sobre las condiciones de vida en las regiones urbanas de Ghana utilizó la expresión “economía informal” para referirse a todas las actividades económicas que operan al margen de los sistemas fiscales, que carecen de controles administrativos y que, sin ser precisamente delictivas, es decir, sin tener el propósito deliberado de infringir las leyes, operan al margen de éstas.
No hay economía nacional que se salve de este fenómeno. Algunos analistas dicen que en España la “economía sumergida o negra” -como también se le llama- alcanza más del 23% de su producto interno bruto. Pero también se identifica con facilidad economía informal en Japón, en Alemania, en Corea del Sur, en Estados Unidos y en Hong Kong. Según el doctor Friedrich Schneider, profesor de la Universidad Kepler de Linz (citado por Carlos Ball del Cato Institute), en los países ricos la economía informal anda en torno al 15% mientras que en los países pobres puede superar el 30% en promedio, según algunas investigaciones.
Es muy difícil tener mediciones exactas del valor de la economía informal, sin embargo hay algunos acercamientos para su cuantificación: En 1999 se calculaba que la economía mundial producía unos 39 billones de dólares anuales, de esos, 9 billones correspondían a la actividad económica de los Estados Unidos de América y una cantidad igual, otros nueve billones de dólares, se atribuían específicamente a la economía informal en todo el planeta. Como está visto, los reiterados intentos de controlar las actividades “subterráneas” no han logrado su propósito. Y es que, por su propia naturaleza, las prácticas informales suelen resultar más competitivas porque sus gastos son mucho menores, incluyendo los impuestos que no pagan y, por ende, más rentables.
Existe la propensión a considerar que la economía informal se limita a los vendedores ambulantes, a las “misceláneas” o a las garnacherías que se abren por la tarde al pie de una vivienda con apenas un anafre -anafe en correcto castizo- y un par de sillas sobre la acera y que durante la mañana no operan, pero en realidad el distinguido especialista médico que le aumenta el precio de la consulta y le carga adicionalmente los impuestos si usted osa pedirle un recibo de honorarios profesionales está ejerciendo también dentro de la informalidad, por no hablar de la amoralidad. Esto significa que la economía informal está en los tianguis y en la vía pública, en los trabajos de fontanería y los peluqueros “de paisaje”, en las marchantas que van de puerta en puerta vendiendo flores y verduras, pero también en las lujosas oficinas corporativas y en todas las transacciones que no se facturan. La economía informal también son las “tandas” de ahorro que permiten a la gente financiarse al margen de los bancos y los sistemas de crédito fiscalizados. En los choferes de autobús y de taxi que le cobran pero no le dan boleto o factura a cambio.
Un tema crítico de esta problemática tiene que ver con la falta de opciones en el mercado, es decir, cuando las personas económicamente activas se sitúan dentro de la informalidad no porque quieran evadir impuestos o porque gocen viviendo al margen de la ley, sino -sencillamente- porque la “economía formal” no tiene la capacidad de absorberles, de proporcionarles un empleo con salario remunerador o incluso, porque las condiciones exigidas por la formalidad económica quebrarán de manera casi automática a un pequeño negocio que además de impuestos debe pagar arrendamientos, prestaciones a sus trabajadores, gastos de contabilidad y administración, etc. En pocas palabras, quienes operan dentro de la economía informal no siempre lo hacen por gusto, sino porque no hay más remedio.
El Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática informó apenas que la población que labora dentro del sector informal de la economía mexicana suma 13.4 millones de personas, que representan el 28.9 % de la población ocupada en nuestro país y un crecimiento de 75 mil personas comparado con el dato de 2010.
Sin embargo, según la revista de negocios EXPANSIÓN, en 2008 había 10.8 millones de mexicanos trabajando en la economía informal. Si ambas cifras fueran correctas, el aumento en la población ocupada dentro de la economía subterránea habría sido de 2.6 millones de personas en apenas dos años y medio. O fueron conservadoras y poco precisas las cuentas de EXPANSIÓN o INEGI exageró en su cálculo para este año o estamos en medio de un problemón -uno más. En cualquier caso, 13.4 millones de mexicanos trabajando permanentemente en la informalidad representan casi un tercio de la economía y, de acuerdo con las cifras que reporta el diario español EL PAÍS, son 600 mil trabajadores más que los de las empresas que sí pagan impuestos.
La economía informal tiene muchos “asegunes”: además de no pagar impuestos, no suele ofrecer garantías a los consumidores (aunque a decir verdad, por lo general las empresas establecidas tampoco, y especialmente los monopolios de telecomunicaciones), participa de las redes de corrupción de inspectores y policías, utiliza bienes y servicios públicos pero no paga por ellos (robo de energía, por ejemplo), es una red eficaz de distribución de piratería y mercancías ilegales, cuando se trata de ambulantaje daña infraestructuras, obstruye las vialidades y pone en peligro a los transeúntes. Pero también es cierto que genera ingresos a casi 14 millones de familias, abastece a una red de clientes acostumbrados a comprarles y, con frecuencia, sus bienes y servicios suelen ser de menor costo (aunque también de menor calidad) que los del mercado establecido.
En fin... parece que seguiremos siendo informales por buen tiempo.
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