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lunes, 15 de agosto de 2011

Cosas Pequeñas por Juan Antonio Nemi Dib


CRISIS

Juan Antonio Nemi Dib

Con toda lógica y mucho sentido común me dice un amigo que me despreocupe, que los intereses en juego son tantos y tan grandes, que no van a permitir que la economía mundial reviente, que el escenario de ruptura de la Unión Europea es más discurso que realidad y que si es necesario van a sacar dinero de donde sea -incluso imprimiéndolo- para asegurar que las cosas sigan funcionando como a ellos conviene.

Y a este argumento lo abonan los hechos más recientes: después del escenario ominoso que se dibujó en las semanas anteriores, las bolsas de valores (insisto: los casinos financieros del planeta) empezaron a recuperarse, con las de Estados Unidos en primer lugar y presuntamente gracias a que las cifras de consumo del mercado norteamericano crecieron. Finalmente Italia acepta realizar recortes draconianos en su gasto público y la proximidad de las elecciones generales en España, que parecen predecir un cambio inevitable del Partido Socialista -hoy en el Gobierno- al Partido de la derecha (el Popular), generan en los capitales peninsulares la expectativa de recuperación que habían perdido. Las economías de Portugal y Grecia aún no la libran y sus problemas siguen presentes pero la realidad es que, en términos prácticos, sus volúmenes son relativamente pequeños si se comparan con el monto total de la economía de la “Eurozona”.

No se puede asegurar que el “fantasma de la recesión” se haya ido definitivamente pero es un hecho que los sectores conservadores de nuestro vecino del norte ya torcieron lo suficiente el brazo de Barack Obama y si bien están aplicados para que el demócrata pierda las próximas elecciones presidenciales, tampoco quieren arrancarle la extremidad, saben que sería demasiado peligroso. Por lo menos, ahora su Gobierno puede ya, legalmente, continuar endeudándose para pagar sus compromisos, seguir subsidiando con cantidades inconmensurables a la industria militar, a la fabricación de armamento y a los proyectos secretos de investigación de las grandes corporaciones bélicas que, con sus tecnologías, garantizan la supremacía estadounidense y -también- los grandes negocios, incluyendo además a las grandes productoras de energía que también reciben su tajadota, pero eso sí: sin aumentar impuestos a los ricachones y, por el contrario, recortando de manera drástica los programas de ayuda social.

Pero no es para cantar de gusto. Las perspectivas para México, aún con esta ligera mejoría en el clima general, se asocian a la disminución del trabajo para nuestros migrantes -y por ende, una sensible caída en el monto de las remesas que constituyen un fuente crítica de financiamiento para nuestro País-, una baja en nuestras exportaciones, la contracción en la demanda de servicios turísticos (de por sí afectados por las noticias internacionales acerca de la inseguridad en el territorio nacional) y, como casi siempre suele ocurrir, en aumentos de precios de los servicios e insumos importados de los que somos salvajemente dependientes y que se pagan en dólares.

Aunque el Gobierno Federal y el Banco de México se empeñen en decir que estamos “blindados” para resistir los efecto de esta difícil coyuntura económica, lo cierto es que ni todas las reservas que custodia el doctor Agustín Carstens (en divisas, en metales preciosos) ni los pagos puntuales a los acreedores públicos y privados ni los llamados a la confianza serán suficientes para compensar los efectos negativos en la disminución de los ingresos nacionales, la reducción de mercado para nuestros productos y el aumento en los costos de operación de las empresas mexicanas.

Y como siempre ocurre, estas cosas le pegan más a quienes son más vulnerables. Es probable que el costo de la vida sufra incrementos -empezando por los combustibles-, que aumente la presión sobre el empleo (lo primero que suelen hacer las empresas en estos casos es despedir personal) y que el Gobierno mexicano tampoco disponga de fondos suficientes para nuevos proyectos de inversión que contribuyan al desarrollo, al combate a la pobreza y, sobre todo, a la creación de riqueza social.

Un ciudadano lúcido llamó a un programa de radio y dijo que lo mejor que podemos hacer los mexicanos en este momento es comprar productos mexicanos. Después recibí varios mensajes a través de internet con esta misma propuesta: al adquirir productos mexicanos finamente lo que se hace es proteger nuestros empleos y mantener operando la planta productiva de nuestro País.

Es cierto que lo hecho en México no siempre es tan bueno y a veces no se corresponde la calidad con su precio, es verdad, también, que la poca capacidad adquisitiva de la gente le obliga a comprar lo que puede, no lo que desea ni lo que necesita. Eso nos lleva a otro problema igualmente serio: la debilidad de nuestro mercado interno, provocada por los bajos ingresos de las familias, la penuria que representan -en general- los salarios y la pobreza que le pega duro a casi la mitad de los mexicanos.

112 millones de personas consumiendo todo lo necesario para vivir con decoro harían de nuestra economía nacional una Jauja, un emporio que no dependiera del exterior, ni para bien ni para mal... si tuvieran con qué hacerlo. Quede el consuelo de que, al comprar productos mexicanos -incluso un botellín de agua- algo estamos haciendo, con responsabilidad, para paliar la crisis, aunque algunos sigan acumulando y muchos sigan sufriendo, posiblemente sea “lo menos peor”.


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