Fortin Municipio que Florece!!!

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domingo, 13 de octubre de 2013

Prosa aprisa Por:Arturo Reyes Isidoro



¿Los Ángeles de Xalapa?



Hacía yo el trámite para pagar anualmente mi consumo de agua. Me dijeron que un requisito era que el medidor de litros debía estar de cara a la calle (estaba casi de cara a la calle, al alcance de quien quisiera verlo, pero adentro de la propiedad). Me enviaron un inspector para que me dijera cómo debía quedar. El buen hombre tuvo un detalle: me aconsejó que por ningún motivo pusiera tubería de cobre, como se acostumbraba antes, porque se la robaban. Me dijo qué material usar.
Hasta entonces no sabía que esa era una nueva modalidad de robo, robo hormiga, lógicamente, pero robo al fin y al cabo. Un robo ante el cual los ciudadanos estamos indefensos y –me puse a pensar– en el que la policía no va a reparar pues cómo va a perder su tiempo en cosa menor. Un robo ante el que no podemos hacer nada pues mientras dormimos, unos tipos ya especializados en el quehacer llegan sigilosamente y en dos por tres nos dejan hasta sin servicio. ¿Y la policía? Bien, gracias a Dios.
Hace algún tiempo, el diario Reforma llevó a primera plana una nota singular. Un elefante de circo había atacado a una persona y se hizo el escándalo. Las autoridades del Distrito Federal requirieron al dueño tanto del circo como del animal, retuvieron al mamífero y pidieron al dueño que justificara su propiedad. La sorpresa fue cuando la investigación puso al descubierto que el proboscidio, el mayor de los animales terrestres, ¡había pasado de contrabando por la aduana de la frontera norte!, es decir, que pese a su volumen ¡los aduaneros no lo vieron! 
Lo que Reforma halló de periodístico y quiso exhibirlo fue cómo era tanta la corrupción que los aduaneros se hicieron de la vista gorda y a cambio de una mochada, con la respectiva comisión para el jefe, no vieron pasar de contrabando a un elefante, pese a su tamaño, y si no veían eso menos iban a ver cosas más pequeñas pero de más valor. País singularmente nuestro, pues.
Pero las sorpresas en este México nuestro, tan sufrido, tanto que incluso para llegar al Mundial de Brasil nuestra Selección tendrá que ir al repechaje mientras la hinchada se muerde y se come las uñas, no terminan.
Contrario a sus artículos, a sus reflexiones, a sus denuncias, a sus comunicados de prensa hasta de dos cuartillas o un poco más, ayer el vocero de la Arquidiócesis de Xalapa, el presbítero José Juan Sánchez Jácome, se limitó a cinco párrafos para hacer una denuncia pública singular: ¡se están robando, incluso a plena luz del día, las campanas de las capillas de la zona centro, incluida Xalapa!
Pa’ su ma. Si de eso no se da cuenta –o no se quiere dar cuenta– la policía, entonces qué nos puede esperar ya. 
Luego de hacer alusión al clima de inseguridad y violencia que ha prevalecido en el estado, el padre Sánchez Jácome escribió: “… ahora se suma el alarmante aumento de robos que es una expresión más de este ambiente de inseguridad. Hoy nos vemos en la necesidad de hacer un llamado a las autoridades para fortalecer los sistemas de vigilancia ante los robos de campanas que ya se generalizaron en muchas capillas ubicadas en la zona centro del estado de Veracruz, incluida la capital del Estado”. 
El presbítero dijo que: “Sacerdotes, fieles y encargados de capillas han venido reportando con indignación e impotencia el robo de campanas, que ha sucedido no sólo por las noches sino incluso a plena luz del día. También se han presentado incidentes de robos en las inmediaciones de las Iglesias, mientras los fieles participan de las diversas celebraciones litúrgicas”. 
Ta’cabrón. Perdónenme lectores, pero como dice Catón, estoy encaboronado. Una porque los ladrones ya no tienen respeto ni por los lugares sagrados y si no tienen respeto por los lugares de culto entonces por quién lo han de tener. Y la otra porque, cómo es posible que la policía, que las policías (de Seguridad Pública estatal, de la Federal de Seguridad, de la Marina y del Ejército, que luego se les ve rondando por las calles en camionetas) no se percaten de este tipo de robos.
Hasta ahora que ha hecho esta denuncia el vocero de la Arquidiócesis, yo sólo sabía, y había visto y había participado en los festejos por su devolución, del robo de campanas pero de los Clubes de Leones. Resulta que ahí, en las habituales sesiones que en realidad son habituales festejos, en un descuido alguien se “roba” la pequeña campana con que el presidente del Club llama la atención. Siempre se devuelve y ello tiene que pagarse con otro festejo.
Robarse unos cuantos centímetros, unos cuantos metros de tubería de cobre es cosa fácil, discreta y silenciosa. Se puede hacer en el silencio de la noche y con una pequeña lámpara. Dejar pasar de contrabando un elefante, pese a su volumen, se puede argumentar que es que no hizo ruido. Pero, ¿robarse una campana y a plena luz del día?
Por muy pequeña que sea, la de una capilla es de regular a buen tamaño, siempre está colgada y bien sujetada para que no se caiga, su peso es de media tonelada, una tonelada o más, se requieren varios hombres para cargarla, para bajarla es necesario una o más escaleras, cables o incluso una grúa, al moverla y al golpear el badajo (la pieza metálica en forma de pera) con la campana, forzosa y necesariamente se hace ruido, una maniobra para descolgarla y bajarla lleva horas, si es de noche el robo se requiere de reflectores o potentes lámparas, todo eso y más.
Ahora sí, como para Ripley, en este Veracruz próspero hasta las campanas de las iglesias se las roban y a plena luz del día, ¡aunque usted, no lo crea!
Aunque, pensándolo bien, en una de esas podría no tratarse de robos ni de cosas de ladrones, ni de falta de vigilancia de la policía, ni de ninguna ola de inseguridad y violencia en el estado. ¿Y si todo fuera una broma, una buena broma aunque pesada, de los ángeles? Sí, así como lee, no se ría, de los ángeles?
Cuando uno visita la majestuosa Catedral de Puebla, de estilo herreriano, Patrimonio de la Humanidad, escucha la leyenda de que un buen día los constructores tuvieron terminada la obra, pero de pronto se hallaron con el problema de cómo subir hasta lo alto de las torres (más de 70 metros de altura) las pesadas campanas. Así que una noche las dejaron en el atrio y cuando regresaron al día siguiente, ¡ya estaban colocadas donde actualmente lucen! La acción se la atribuyen a unos bienhechores ángeles, pues en el siglo XVII no había las grúas de hoy, de ahí que a Puebla también se le conozca como Puebla de los Ángeles. 
¿Y qué tal si esos ángeles andan de traviesos y decidieron venirse ahora para Xalapa, en una moderna versión de los Ángeles de Xalapa, y en lugar de subir bajan campanas y las esconden? Porque es muy difícil, casi imposible dudar de la eficacia de nuestros cuerpos de seguridad, ¿o no?

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