José Valencia Sánchez
Todos Santos y Día de Muertos
Fuimos en total nueve hermanos, seis hombres y tres mujeres, aunque una apenas sobrevivió unos cuantos días. En aquellos tiempos no había los adelantos científicos y médicos de hoy.
Nacimos en un bucólico pueblo del sur del estado y llegamos a Xalapa cuando aún persistían el chipi chipi, el frío y la niebla, hace casi cuatro décadas.
Desde el primer día me enamoré de esta bella capital de Veracruz y hoy no la cambio por ninguna pese a conocer hermosos pueblos y ciudades de distintos países.
Lo anterior lo traigo a colación porque la semana pasada, en la clínica del Issste, dejó de existir mi padre, don José Valencia Salomón, un verdadero roble cercano a los 100 años de edad.
Lúcido hasta el último momento, perdió la batalla postrera sin quejarse de dolor físico, y hablando con mi hermana Evelia y el médico de turno.
Al escuchar una voz preguntándole, “¿te duele algo, José?”, mi padre respondió en tono poético: “me duele el alma”. Minutos después de este enigmático comentario, su alma se desprendió del cuerpo físico para viajar a otros planos astrales del infinito.
Horas antes, junto con mis hermanos Francisco y Rosita habíamos charlado con él. Por la tarde y la noche del miércoles degustó sus alimentos con buen apetito y pidió lo visitara su médico de cabecera. Se sentía fatigado.
En la noche sufrió una crisis y fue trasladado de urgencia al hospital. Expiró sin sufrimiento. Se quedó dormido.
Hace 13 años falleció mi madre, Natalia Sánchez Sáure. También en octubre. Ella el jueves 23. Mi padre el miércoles 20.
Acaso allá en alguna ignota dimensión cósmica lo hayan recibido, con los brazos abiertos, doña Natalia y mis hermanos Juanita, Filadelfo, Apolinar y Angel.
La primera vez que vi afligido, atormentado, derrumbado y derrotado a mi padre fue hace 40 años cuando perdió a su hijo Apolinar, el mayor de mis hermanos.
Yo era un chiquillo cuando partieron mis hermanos hacia la eternidad. El dolor de mi madre fue inenarrable.
Sobrevivimos Francisco, Rosita, Evelia, Fidel y yo.
El misterio de la vida y la muerte jamás lo desentrañaremos. Por lo menos, mientras no traspasemos el umbral del más allá.
Rindamos, en estos festejos de Todos Santos y Día de Muertos, un homenaje a todos los seres queridos ausentes de este mundo, y que quizás nos observan desde algún remoto lugar del universo.
La muerte es el único e indefectible destino de toda criatura viviente.
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