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miércoles, 18 de marzo de 2015

Corrupción y su origen en México Por: José Miguel Cobián Elías

Patrimonialismo es la palabra clave para entender la razón de la corrupción en el país. El funcionario público e incluso el ciudadano común no ven los recursos y los bienes públicos como algo propiedad de todos, y para beneficio de todos. El que llega a un puesto ve y es visto, como el propietario de los recursos, tanto materiales, como económicos y humanos que dicho puesto le otorga potestad de disponer. En la teoría política los dispone para el bien común, mientras que en la realidad mexicana, los dispone para su beneficio y el de sus allegados, familiares, amigos, socios, etc.
Tenemos que remontarnos a los años de 1600 en adelante, cuando las grandes monarquías europeas iniciaban su decadencia, en medio del gran esplendor y la riqueza propia de la era de los descubrimientos. El boato, el ego de los reyes, y el enorme crecimiento de las burocracias y las guerras, provocaron que las haciendas públicas, el erario público, el dinero de que disponía el monarca no fuera suficiente. Así se hizo costumbre vender los cargos públicos e incluso los títulos de nobleza, con el fin de equilibrar los ingresos y los gastos de esos países. Baste pensar en el volumen de riqueza que llegaba del nuevo mundo y entender que a pesar de su magnitud no era suficiente para mantener a la corte, para también concebir el monto de los precios que cotizaba tal o cual puesto público.
Demos la palabra a Octavio Paz: ¨En el caso de España, durante la regencia de Mariana de Austria, el privado de la reina (primer ministro) Don Fernando de Valenzuela, (apodado el Duende de Palacio), en un momento de apuro económico del erario público, decidió consultar con los teólogos si era lícito vender al mejor postor los altos cargos, entre ellos los virreinatos de Aragón, Nueva España, Perú y Nápoles. Los teólogos no encontraron nada en las leyes divinas ni en las humanas que fuera contrario a este recurso.¨
¨La corrupción de la administración pública mexicana, escándalo de propios y extraños, no es en el fondo sino una manifestación de la persistencia de esas maneras de pensar y de sentir, que ejemplifica el dictamen de los teólogos españoles. Personas de irreprochable conducta privada, espejos de moralidad en su casa y en su barrio, no tienen escrúpulos en disponer de los bienes públicos como si fuesen propios. Se trata no tanto de una inmoralidad como de la vigencia inconsciente de otra moral: en el régimen patrimonial son mas bien vagas y fluctuantes las fronteras entre la esfera pública y la privada, la familia y el Estado. Si cada uno es el rey de su casa, el reino es como una casa y la nación como una familia. Si el Estado es el patrimonio del rey ¿Cómo no va a serlo también de sus parientes, sus amigos, sus servidores y sus favoritos?¨
Esta explicación que nos brinda el inmortal Octavio Paz se publicó por primera vez en la revista Vuelta, número 21, de agosto de 1978. Hace 38 años.
Este manejo patrimonialista de la cosa pública sigue vigente al día de hoy. Mientras las monarquías europeas tuvieron sus siglos de ilustración, de grandes pensadores, de enormes revoluciones, tanto armadas como del intelecto, en México solo tuvimos un pequeño periodo en el cual la visión de la administración pública dejó de ser patrimonialista, durante el interregno del gobierno de Juárez y los liberales. A mediados del siglo XIX después del triunfo de las guerras de Reforma y hasta la muerte de Juárez. Después regresó la misma visión con Santa Anna, Porfirio Díaz y posteriormente con el reparto el botín que representó la distribución de prebendas entre los vencedores de la revolución mexicana, hasta nuestros días en que se ha generalizado en todos los niveles de la administración pública, Alcaldías, Gubernaturas, Presidencia de la República, secretarías de estado, direcciones, paraestatales, etc. Cualquier puesto con poder de decisión enriquece a su ocupante, desde el policía de barrio corrupto, el inspector corrupto, hasta los mas altos.
En México está tan arraigada la costumbre que Peña Nieto tuvo razón al decir que es algo cultural. La corrupción forma parte de la vida cotidiana de este país. Somos un país corrupto que finge en ciertos foros no serlo.
Cualquier persona con cinco gramos de cerebro pensaría que en México cobrar más impuestos pone en riesgo la viabilidad del país y su desarrollo económico, pues no sólo se desvían esos recursos, sino también los ahorran fuera del país en lugar de invertirlos. Sin embargo, la organización para la cooperación y desarrollo económico insiste en que en México se deben de cobrar más impuestos como porcentaje del producto interno bruto. Y el gobierno feliz de la vida citando a la OCDE para justificar más impuestos. Y todos nos preguntamos como es posible que dicha instancia internacional no entienda que cobrar esos impuestos adicionales no va a beneficiar al país sino a la clase política. Cualquier estudioso de la economía mexicana sabe que los recursos son mejor utilizados por los ciudadanos que por el gobierno, y mientras mas dinero circule en el sector privado, más beneficios habrá para el crecimiento económico.
El régimen patrimonialista en su expresión mas dañina lo vemos en los precios de las gasolinas. Cuando en el mundo subían, era pretexto para subirlos en México a pesar de ser un país productor. Cuando bajan en el mundo, aquí no bajan, porque es mejor que sufra penurias económicas la nación y no sacrificar a los privilegiados servidores del sector público. Siendo que el gobierno federal es quien debiera por primera vez en la historia ¨apretarse el cinturón¨, reduciendo sus privilegios en lugar de pasarle todo el costo de la crisis a una ciudadanía empobrecida y sufriente.
Peña tenía razón. La corrupción es cultural y es tal la ignorancia del pueblo de México, que ocupa un lugar secundario entre sus preocupaciones más importantes, siendo que es la causal de todas las demás. Leer que preocupa la seguridad, la salud, la economía, la educación, etc. Y que la corrupción ocupa el séptimo lugar, es entender porque estamos como estamos. Tenemos un pueblo inconsciente de las causas y los efectos. Inseguridad, ineficiencia en el sector salud, falta de desarrollo económico, educación pésima, etc., todos son síntomas de la corrupción y la impunidad imperantes. Pero la gente no lo entiende, no lo sabe, y por ello. No lo combate.

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