Leo consternado en un periódico local que
el pastor de la Iglesia Presbiteriana de México Jacob Hernández afirma que el
pretender que las iglesias paguen impuestos es cobrarle impuestos a Dios.
Afirma que quienes dan diezmos, primicias,
ofrendas, limosnas, etc., ya pagaron impuestos y que por ello no se deben de
volver a pagar sus impuestos… Desde su punto de vista, si un trabajador ya pagó
impuestos por sus ingresos, entonces cuando compara algo en el mercado, el
comerciante ya no debería de pagar impuestos, porque los impuestos ya fueron
pagados por el trabajador.
Inteligentemente trata de confundir a su
feligresía, afirmando que el dinero que llega a sus iglesias es dinero de
Dios. Afirmación que jamás podría probar
con ningún elemento legal. Solo su fe y los que crean por dogma de fe (es decir
sin razonar, solo porque hay que creer) podrían aceptar su dicho, pero en
ningún tribunal podría demostrarlo.
Increíble, pero la Iglesia católica fue
mucho más inteligente. Negoció con el
gobierno no pagar impuestos (ni ellos ni ninguna otra iglesia), aunque si
deberán de presentar declaraciones del origen de sus ingresos, por aquello del
lavado de dinero. Con su sabiduría y
experiencia de dos milenios ligada al poder y al gobierno, lograron un
beneficio para todas las iglesias, mismo que parece no ha sido conocido por el
pasto presbiteriano.
Sin embargo, la expresión del pastor dice
mucho de lo que él y quizá algunos miembros de su grey se consideran. Se consideran mexicanos de excepción,
mexicanos con derecho a tener privilegios que el resto de los mortales no
tenemos, por el solo hecho de ser los representantes de una de las miles de
creencias que existen en el mundo, y que llamamos religiones. La Iglesia Católica mantiene esos mismos
privilegios pero con la discreción y secrecía acostumbradas. También con esa
negociación demostraron que se consideran mexicanos de excepción, y lograron
que así fueran considerados por la autoridad fiscal.
Algún maridaje o arreglo hay entre autoridad
y religiones, para que a los religiosos se les considere mexicanos
privilegiados y no tengan que pagar impuestos por sus ingresos como el resto de
los mortales. Si nos salimos de la
religión en que estamos y tratamos de verlo desde afuera, no hay diferencia
entre los impuestos que deba de pagar un ministro de culto de cualquiera de las
religiones cristianas, un rabino, un mullhá, o cualquier otro titular de un
culto religioso, aún en las religiones animistas, la del palo mayombe, o quien
realiza una limpia, u ofrece sus servicios como médiums, lectura de cartas o
cualquier otra cosa similar, basada en creencias que para algunos son lo máximo
de la espiritualidad, y para otros son simple superchería.
Un gobierno laico debiera de tratar a
todos sus ciudadanos como iguales, y respetar los preceptos constitucionales
que indican que todo ser humano con fuente de ingresos en territorio nacional,
o mexicano por nacimiento, deberá de cooperar para la manutención de la
hacienda pública mediante el pago de sus impuestos.
La actitud discriminatoria del gobierno
federal al otorgar privilegios a ciertas organizaciones, como las religiosas,
es motivo de una posible demanda ante la suprema corte de justicia, sin
embargo, en el mundo apático en el que nos movemos los mexicanos esto no va a
suceder, y la gente de poder, seguirá manejando privilegios para sus asociados
o para otra gente de poder, pues es indudable que la religión mueve masas.
Este asunto no hubiera trascendido, pues
quienes nos enteramos del no pago de impuestos de las asociaciones religiosas
debidamente registradas ante la secretaría de gobernación, no le dimos la
debida importancia, sin embargo la indiscreción de este pastor presbiteriano
permite retomar el tema y darle la debida difusión.
El hombre motivo de este artículo vive en
la edad media, pues amenaza a la autoridad, primero señalando que Dios ya les
envió un juicio y en segundo lugar, al advertir a las autoridades fiscales que
por su propio bien, deben de renunciar a cobrar impuestos a las iglesias para
evitar la ira de Dios.
Suena a las luchas entre papas y reyes de
la edad media, dónde los primeros lanzaban anatemas en contra de los segundos
cuando guerreaban con ellos. Como si
Harry Potter enviara un conjuro mágico en contra de sus enemigos. Y que esto suceda en pleno siglo XXI
espanta.
Espanta que los religiosos luchen y logren
conservar privilegios en lugar de considerarse mexicanos iguales a los demás
mexicanos. Espanta que la autoridad ceda ante la conveniencia política de no
enemistarse con el poder religioso, y la cercanía de las elecciones. Y sobre todo espanta porque al resto de los
ciudadanos nos parece normal que estas situaciones que a la vista son injustas
y discriminatorias nos parecen normales y no protestamos por ello.
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