AL ESTILO MATHEY
miercoles 22 de agosto de 2012
Voy a dejar las cosas que amé/la tierra ideal que me vio nacer/sé que después habré de gozar/la dicha y la paz que en Dios hallaré.
Vals “Dios Nunca Muere”
Muy buen día lector:
Hoy permítame contarle un poco de la vida de una persona que nació para hacer el bien: Trini, mi hermana mayor. Lo hizo todo el tiempo de vida terrenal, hasta que, el 23 de agosto del año pasado Dios la llamó al que seguramente es un mundo mejor.
Ella nació en la congregación de Corral Nuevo, en esa hermosa campiña entre Hueyapan de Ocampo y Acayucan, aunque no le gustaba mucho que le dijeran que era “de rancho” y sus hermanos “de ciudad”.
Fue la tercera de diez hijos y eso la marcó como uno de los amorosos brazos en los que se apoyó nuestra madre Soledad para salir adelante con el ejército de hermanos que tuvimos, conforme a las reglas celestiales de antaño. Casi todo el tiempo ayudó en los quehaceres del hogar y lo siguió haciendo aún después de la partida de mi madre.
Luego vivió un tiempo en Estados Unidos, se regresó al pueblo y finalmente se trasladó a Xalapa donde gracias a Dante Delgado consiguió un magnífico empleo en la Secretaría de Educación, donde se ganó el respeto y el cariño de sus jefes y compañeros, a los que en su nombre, al igual que a quienes estuvieron aquella noche y día siguiente, aprovecho la ocasión para reiterarles nuestra gratitud por habernos acompañado en el duelo, a su última morada en el Cementerio Xalapeño y por todas las facilidades para resolver los trámites que tenía pendientes.
Cuando uno pierde a un ser querido, el dolor que causa la partida solo lo sienten los que lo padecen y en la mayoría de los casos se lleva en silencio, pero siempre la compañía de quienes estuvieron cercanos, resulta definitivamente alentadora en esos momentos.
Claro que tampoco se debe uno dejar llevar por ese noble sentimiento para siempre. Es necesario sobreponerse y seguir adelante porque hay otras personas con las que se guarda relación de cariño y de amistad y sobre todo otros familiares que necesitan la atención del doliente.
Igualmente en la vida es necesario estar preparados para morir y de esa manera preparar a la gente que nos rodea. Es cierto que el dolor de la ausencia nos llegará hasta el fondo del alma, pero así será más leve, en especial para quienes somos creyentes en un Dios vivo y en un mundo diferente.
La muerte de un ser querido, es la palabra que nadie quisiera escuchar, pero sería maravilloso que esa palabra la pudiéramos aceptar como parte de nuestro vocabulario normal, ya que la muerte es parte de la vida, y una parte muy importante. La muerte es el final, la terminación, la última etapa de nuestra vida terrenal.
Cuando llegamos al final de lo que llamamos vida, tenemos que estar preparados para la transición. Es natural que nos tome por sorpresa, son muchas las angustias que se pasan, muchas las tristezas, muchas las preguntas que nos hacemos y por lo tanto, es muy difícil el paso de un plano al otro. Esa preparación es precisamente la que nos puede ayudar a morir en paz, en amor y consciente del extraordinario proceso de la vida, que toda, completa, debe ser un proceso de preparación necesario e imprescindible.
El caso de Trini fue de una grata lección de esa transición. El último día de junio convivíamos en familia por mi cumple y por esos días en apariencia estaba sana. Nos percatamos que no comió bien por lo que mi hermana Soledad se dio cuenta que no se veía bien, la llevó a valoración médica y el diagnóstico nos dejó fríos: cáncer terminal y seis meses de vida.
Se le hicieron más análisis, la llevamos de hospital en hospital. Tan grave era el caso que dijeron no ameritaba quimioterapias.
Ella lo tomó con tranquilidad. Habíamos acordado no decirle la verdad. No obstante, en su tercer día de hospitalización un veterano médico llegó a su cama y le dijo que al parecer tenía un tumor canceroso, además se le tenía que estar inyectando sangre casi semana a semana. Le dijimos que no hiciera caso, que aún no sabíamos que era lo que tenía pero que lucharíamos para su recuperación y se entusiasmó, se veía siempre animada.
Incluso cuando recuperó su nivel de hemoglubina nos dejaron llevarla a la casa de mi hermana. Lo hice en el coche. Le dije que se veía bien, pero que también debía pensar que ya éramos varios hermanos que vivimos “tiempo extra” y por lo mismo nuestra hora se acercaba y así lo platicó y lo entendió.
Estuvo unos cuantos días en casa, siempre veía en la tele el programa de la Madre Angélica en el canal católico. Sin que los demás hermanos lo supiéramos, una noche le pidió al que estaba de turno a cuidarla, que le dijera la verdad, y este hermano se la dijo: “efectivamente tienes cáncer terminal”. Ella como que se inquietó, pero no dijo nada, no dio muestras de sufrimiento, no lloró ni gritó, lo aceptó con una impresionante armonía e incluso todos los días que le quedaban seguía esforzándose por verse bien.
Ya estaba preparada. El cáncer que le invadió estómago, esófago e hígado fue avanzando y en poco menos de mes y medio doña Trini se nos fue.
Ese día 23 había quedado de ir por ella para llevarla a otra consulta de medicina alternativa. Me vestí de traje. A las nueve de la mañana mii hermano y yo la llevamos en mi auto a una consulta a Banderilla. Me elogió la vestimenta, le dije que era porque iba de chofer; en el caminó tatareó la música del cha-cha-chá de la radio.
Fuimos a la consulta, el tiempo se nos fue y ahí mismo, a la salida del consultorio, alrededor de la una de la tarde, mientras nos encaminamos al coche en su silla de ruedas, la vimos débil. Me agaché a verla de frente y le pregunté qué sentía. De repente sus ojos se abrieron grandemente como si hubiera recibido una sorpresa, pero no dijo nada, solo canteó su cabeza y sus tan expresivos ojos se cerraron para siempre.
Fue, insisto, una persona muy querida no solo por la familia sino en su convivencia con la gente. Hoy, ella vive con Dios. Sus hermanos y familiares damos gracias por su vida en la tierra y la recordamos con amor. Este jueves 23 haremos lo propio con una oración colectiva a su memoria, en la Iglesia de San Isidro, por la calle San Roque, cerca de Sayago, a las siete de la noche.
Mientras tanto le dejo este poema de Carlos Boaglio: “Cuando yo me vaya/no quiero que llores/quédate en silencio sin decir palabras/vive de recuerdos, reconforta el alma./Cuando yo me duerma, respeta mi sueño/por algo me duermo, por algo me he ido./Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada/y casi en el aire con paso muy fino/búscame en mi casa, búscame en mis cartas/entre los papeles que he escrito apurado/ponte mis camisas, mis suéteres, mi saco/puedes usar todos mis zapatos.
Que tenga usted un buen día.
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