Acertijos
De Roberto Clemente: “Estaría perdido sin el béisbol, creo que no soportaría estar alejado de él mientras viviera”. Camelot
SOMOS CAMPEONES
Miércoles de fines de agosto. Día de campeones. Por un lado, en Madrid, el Real Madrid, el equipo de Franco en sus tiempos duros, logró el campeonato de la Súper Copa. Nada más y nada menos que contra el eterno rival, Barcelona, que con diez jugadores parecía un batallón de panzers, un comando listo para lo que
Miércoles de fines de agosto. Día de campeones. Por un lado, en Madrid, el Real Madrid, el equipo de Franco en sus tiempos duros, logró el campeonato de la Súper Copa. Nada más y nada menos que contra el eterno rival, Barcelona, que con diez jugadores parecía un batallón de panzers, un comando listo para lo que
fuera, para horadar una línea Maginot similar a la de la Segunda Guerra Mundial.
Poco faltó para que empataran y ganaran. Y la magia del fútbol bañó ese estadio también mítico, el Santiago Bernabéu de Paseo de La Castellana, allí donde nomás tras lomita no se ve Dolores, Hidalgo, al que no le cabía un alma, según narran los cronistas gachupas, que lo hacen con el alma y corazón. En esa cancha los dos mejores jugadores del mundo: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, al final, cuando todos se estrechaban las manos a medio campo, este parcito ni se vieron ni se oyeron ni se saludaron, mucho menos se estrecharon en un abrazo. Parecían Yunes y Fidel. Signo de ser los dos mejores del mundo y alinear en campos contrarios.
EL OUT 27
Más tarde, el todo Veracruz, diría un cronista de sociales, se pegaría a la tele (me incluyo) para ver coronarse después de 42 años, decían los cronistas enterados, de no saborear la gloria, al Águila de Veracruz.
El Águila traía viento a favor. Algunas veces remaba desde atrás. A contracorriente. Su ADN iba identificado con el sufrimiento. Presagiábamos que, desde que hizo morder el polvo al equipo de Carlos Peralta, Tigres de Quintana Roo, se sospechaba y admitía que este equipo traía un plus, un algo extra que los llevaría a la final y a coronarse, al menos así pensaban los que han visto el juego desde hace muchos años.
Con el billete de Peralta y el gran apoyo del gobernador Borge, casi hermano de Duarte, el nuestro, esa era una barrera infranqueable, un muro perrón, además, llegaba de refuerzo con el hermano incómodo, Raúl Salinas de Gortari.
Contra eso, El Águila no se estrelló. Voló, voló, voló.
Les venció, primero, y luego fue a remar en contra con Aguascalientes.
Eran mejores afuera. Se había perdido en casa y se ganaba de visitante. De allí el apretar aquellito. Pero al llegar al rinconcito donde hacen su nido las olas del mar, dijeron ya basta, a ganar en casa y con dos al hilo mandaron al rival al carajo. A base de batazos.
En ese juego de señales misteriosas donde te agarras una oreja y hay que batear libre, o donde te jalas un cachete y hay que robarse la base, o te agarras una nacha y hay que dar toque de bola, más enigmático y confuso que las señales para conseguir titular del ORFIS, donde, al parecer, se han registrado 47 mil prospectos que quieren vivir la vida loca, como Ricky Martin, y que el Preciso no ha dado aún la señal si de: bateo libre o toque de bola.
Ahora el gobernador Javier Duarte de Ochoa no fue abucheado.
Bajó a esa grama del Beto Ávila, otra leyenda beisbolera, y con la gorra en la mano, como si fuera capitán de los Yankees de Nueva York, el gobernador sonreía y gritaba que éramos campeones.
Falta nos hacía eso. ¡Campeones!, tituló Notiver, el diario de los veracruzanos.
“Campeón tras 42 años”, Crónica de Tierra Blanca.
‘Veracruz, tierra de campeones’, El Sol de Orizaba, enmarcada la foto con Pepe Toño Mansur, todo sudado por la calor jarocha, y todas esas águilas que volaron muy alto. Al lado, Jean Paul, su hijo, viendo con orgullo al padre.
Pepe Toño se dejaba querer. Aparecía en la tele en las entrevistas minutos antes de que cayera el out 27. Se cocinaba el triunfo. De qué caía el out 27, caía. No había duda. La ventaja era buena, 8 carreras a 1, pero ese juego tiene una magia, en la última entrada se han visto perder juegos. El Aguilamanía llegaba a Veracruz.
A decirles a todos que aquí en Veracruz se juega pelota de la buena. De la caliente.
Ese juego que hace que los niños vayan acompañados de los padres a los estadios, por algo Yogi Berra dijo: “A todo niño le gusta el béisbol y si alguno no le gusta, no es un niño”.
BEISBOL DE TODOS
Ese béisbol al que alguna vez de hace un tiempo lejano, un veracruzano, empresario ligado a Miguel Alemán Valdés, padre de la criatura del canal de las estrellas, don Miguel Alemán Velazco, Jorge Pasquel, con la chequera en la mano (como lo hace ahora Alfredo Harp Helú, primo de Slim, el más rico del mundo, llegó y se metió como dueño de Los Padres de San Diego, una franquicia de las grandes del béisbol. Otro amante del deporte, Harp Helú, banquero, accionista y grande como Rico Mac Pato) compraba lo que se podía en el mercado americano, y llenó de estrellas el béisbol mexicano. Fue tanta la penetración de Pasquel, que crearon una ley para prohibir el exilio de tantos beisbolistas de grandes ligas. La llamaron los gringos ‘Ley Pasquel’. A ese grado. Ya saben ustedes como son los mexicanos adinerados, cuando se van de shopping a la venta de garaje, compran hasta el perico.
Del béisbol se han escrito historias. Ha parido a grandes cronistas. Ha creado frases que retumban en sus centros la tierra, al sonoro rugir del batazo. Como esa de Ernesto Jerez, cuando pegan un jonrón. “No, no, no, no, nooooo… díganle que no a esa pelota”.
O la misma que narran, al estilo Buck Canel, cuando entra el relevista de los Yankees, Mariano Rivera, y el locutor solo atina a decir: “Apaga y vámonos”.
Béisbol que parió a grandes de la narrativa, Ángel Fernández fue uno de ellos, primero en el béisbol, luego en el deporte del Soccer, el más famoso del mundo.
Este deporte de golpear la pelota con un bate tiene una cualidad, se apunta entrada por entrada y se puede narrar un partido completo. Sin fallas. Es el que no tiene reloj pero tiene un fin. Aquí, a diferencia de otros, no hay reloj que lo termine. No por algo, alguien dijo del béisbol: “90 pies entre el plato y la primera base es lo más cerca que ha estado el hombre de la perfección”. Pues ya hay campeón. Ahora a celebrarlo.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com
Poco faltó para que empataran y ganaran. Y la magia del fútbol bañó ese estadio también mítico, el Santiago Bernabéu de Paseo de La Castellana, allí donde nomás tras lomita no se ve Dolores, Hidalgo, al que no le cabía un alma, según narran los cronistas gachupas, que lo hacen con el alma y corazón. En esa cancha los dos mejores jugadores del mundo: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, al final, cuando todos se estrechaban las manos a medio campo, este parcito ni se vieron ni se oyeron ni se saludaron, mucho menos se estrecharon en un abrazo. Parecían Yunes y Fidel. Signo de ser los dos mejores del mundo y alinear en campos contrarios.
EL OUT 27
Más tarde, el todo Veracruz, diría un cronista de sociales, se pegaría a la tele (me incluyo) para ver coronarse después de 42 años, decían los cronistas enterados, de no saborear la gloria, al Águila de Veracruz.
El Águila traía viento a favor. Algunas veces remaba desde atrás. A contracorriente. Su ADN iba identificado con el sufrimiento. Presagiábamos que, desde que hizo morder el polvo al equipo de Carlos Peralta, Tigres de Quintana Roo, se sospechaba y admitía que este equipo traía un plus, un algo extra que los llevaría a la final y a coronarse, al menos así pensaban los que han visto el juego desde hace muchos años.
Con el billete de Peralta y el gran apoyo del gobernador Borge, casi hermano de Duarte, el nuestro, esa era una barrera infranqueable, un muro perrón, además, llegaba de refuerzo con el hermano incómodo, Raúl Salinas de Gortari.
Contra eso, El Águila no se estrelló. Voló, voló, voló.
Les venció, primero, y luego fue a remar en contra con Aguascalientes.
Eran mejores afuera. Se había perdido en casa y se ganaba de visitante. De allí el apretar aquellito. Pero al llegar al rinconcito donde hacen su nido las olas del mar, dijeron ya basta, a ganar en casa y con dos al hilo mandaron al rival al carajo. A base de batazos.
En ese juego de señales misteriosas donde te agarras una oreja y hay que batear libre, o donde te jalas un cachete y hay que robarse la base, o te agarras una nacha y hay que dar toque de bola, más enigmático y confuso que las señales para conseguir titular del ORFIS, donde, al parecer, se han registrado 47 mil prospectos que quieren vivir la vida loca, como Ricky Martin, y que el Preciso no ha dado aún la señal si de: bateo libre o toque de bola.
Ahora el gobernador Javier Duarte de Ochoa no fue abucheado.
Bajó a esa grama del Beto Ávila, otra leyenda beisbolera, y con la gorra en la mano, como si fuera capitán de los Yankees de Nueva York, el gobernador sonreía y gritaba que éramos campeones.
Falta nos hacía eso. ¡Campeones!, tituló Notiver, el diario de los veracruzanos.
“Campeón tras 42 años”, Crónica de Tierra Blanca.
‘Veracruz, tierra de campeones’, El Sol de Orizaba, enmarcada la foto con Pepe Toño Mansur, todo sudado por la calor jarocha, y todas esas águilas que volaron muy alto. Al lado, Jean Paul, su hijo, viendo con orgullo al padre.
Pepe Toño se dejaba querer. Aparecía en la tele en las entrevistas minutos antes de que cayera el out 27. Se cocinaba el triunfo. De qué caía el out 27, caía. No había duda. La ventaja era buena, 8 carreras a 1, pero ese juego tiene una magia, en la última entrada se han visto perder juegos. El Aguilamanía llegaba a Veracruz.
A decirles a todos que aquí en Veracruz se juega pelota de la buena. De la caliente.
Ese juego que hace que los niños vayan acompañados de los padres a los estadios, por algo Yogi Berra dijo: “A todo niño le gusta el béisbol y si alguno no le gusta, no es un niño”.
BEISBOL DE TODOS
Ese béisbol al que alguna vez de hace un tiempo lejano, un veracruzano, empresario ligado a Miguel Alemán Valdés, padre de la criatura del canal de las estrellas, don Miguel Alemán Velazco, Jorge Pasquel, con la chequera en la mano (como lo hace ahora Alfredo Harp Helú, primo de Slim, el más rico del mundo, llegó y se metió como dueño de Los Padres de San Diego, una franquicia de las grandes del béisbol. Otro amante del deporte, Harp Helú, banquero, accionista y grande como Rico Mac Pato) compraba lo que se podía en el mercado americano, y llenó de estrellas el béisbol mexicano. Fue tanta la penetración de Pasquel, que crearon una ley para prohibir el exilio de tantos beisbolistas de grandes ligas. La llamaron los gringos ‘Ley Pasquel’. A ese grado. Ya saben ustedes como son los mexicanos adinerados, cuando se van de shopping a la venta de garaje, compran hasta el perico.
Del béisbol se han escrito historias. Ha parido a grandes cronistas. Ha creado frases que retumban en sus centros la tierra, al sonoro rugir del batazo. Como esa de Ernesto Jerez, cuando pegan un jonrón. “No, no, no, no, nooooo… díganle que no a esa pelota”.
O la misma que narran, al estilo Buck Canel, cuando entra el relevista de los Yankees, Mariano Rivera, y el locutor solo atina a decir: “Apaga y vámonos”.
Béisbol que parió a grandes de la narrativa, Ángel Fernández fue uno de ellos, primero en el béisbol, luego en el deporte del Soccer, el más famoso del mundo.
Este deporte de golpear la pelota con un bate tiene una cualidad, se apunta entrada por entrada y se puede narrar un partido completo. Sin fallas. Es el que no tiene reloj pero tiene un fin. Aquí, a diferencia de otros, no hay reloj que lo termine. No por algo, alguien dijo del béisbol: “90 pies entre el plato y la primera base es lo más cerca que ha estado el hombre de la perfección”. Pues ya hay campeón. Ahora a celebrarlo.
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