Definitivamente, este no es el año del Estado de Veracruz, tampoco para su población y por asociación lógica lo mismo le va a su gobierno, esto último se debe a que existe estrecha e indisoluble relación políticamente intrínseca entre esta trilogía. En una verdad que, independientemente de explicaciones teóricas, encuentra plena comprobación en los hechos.
En el amanecer del Estado Moderno, para justificar su existencia como entidad monopolizadora del poder y de la violencia, entre sus principales fines se tenía la obligación de velar por la salud, la educación y la seguridad de la población asentada en su territorio. Sin duda esos ramos en la administración pública siguen vigentes como fines del Estado, otros de no menor importancia se han agregado, la construcción de infraestructura es uno de ellos. Obviamente, existe una estrecha relación entre lo que es posible realizar con el dinero público recabado del esfuerzo de la población y la manera de ejercerlo, en ese contexto los valores de la honestidad, eficacia y eficiencia cobran particular importancia en el propósito de conferirle un mayor rendimiento.
Vayamos por partes. La ubicación geográfica del Estado de Veracruz convierte a su territorio en blanco fácil para fenómenos meteorológicos como los “nortes”, ciclones, tormentas y depresiones tropicales, etc., con recurrencia cíclica, agravada ahora por los fenómenos de El Niño, La Niña y el cambio climático. La forma en cómo nos impactan socialmente estos fenómenos naturales tiene que ver con el crecimiento poblacional y el desinterés e ineptitud de las autoridades para aplicar las leyes y reglamentos de asentamientos humanos; un claro ejemplo y su repercusión lo podemos constatar en que cada vez que llueve intensamente o sopla el viento con violencia resultan damnificadas cientos de familias.
Inundaciones, desgajamientos de cerros, caída de árboles, violentas marejadas siempre los ha habido, solo que ahora desafiamos sin respeto alguno a los elementos de la naturaleza y no hay autoridad que aplicando las leyes y los reglamentos lo impida: poblamos los cerros, construimos cerca del mar y hasta en cauce de ríos, y cuando la naturaleza reclama su curso entonces clamamos justicia divina. Cuando esto acontece entra en acción el Estado a través de su órgano operativo que es el gobierno.
En el Estado de Veracruz sufrimos los embates de la naturaleza según la estación del año, así ha sido siempre, solo que ahora, por las razones ya expuestas, azotan con mayor intensidad y frecuencia y sus efectos dañan a un mayor número de personas. Para citar lo más reciente recordemos aquella bárbara inundación de 1999 que asoló el norte del estado; lo siguieron, entre otros, el Stan, Karla y ahora Ernesto. No nos recuperamos de una cuando nos llega el otro,
Para atender a la población afectada por los embates de la naturaleza el Estado creó un Fondo económico, el FONDEN; su funcionamiento está regulado por reglas específicas, aunque las preferencias políticas y el humor presidencial han tenido todavía mucho que ver. Así se comprobó en los primeros dos años del gobierno de Fidel Herrera y los dos últimos del presidente Fox, a quien se le convenció habilidosamente para conseguir cientos de millones de pesos para “la reconstrucción” de Veracruz y supuestamente para ayudar a quienes resultaron damnificados. En aquel entonces hasta los fríos causaban desastres, con tal de allegarse dinero del FONDEN. Prueba sospechosa de la facilidad con la que se conseguían recursos de ese Fondo la apreciamos cuando nos enteramos que el responsable de administrarlos, una vez concluido el gobierno de Fox, fue nombrado asesor en Veracruz; obviamente, como todo asesor en el sector público que se respete, solo cobraba. Del destino que se le dio al dinero conseguido no hubo mucha constancia en la realidad veracruzana si juzgamos por la evidente ausencia de la “reconstrucción”.
Ahora, en 2012, segundo año de gobierno de Duarte de Ochoa, nos azota con la furia de un ciclón la tormenta tropical “Ernesto”, cuando a duras penas se reconstruye parte de lo dañado por Karla y Fidel; pero es una reconstrucción a cuentagotas, casi invisible, porque dinero no hay, solo deudas. Por eso salta el interrogante ¿Por qué creer en el discurso oficial que asegura la pronta reconstrucción de lo dañado por Ernesto si lo otro aún está pendiente? Las protestas de los damnificados en el sentido de que no reciben ni despensas es más que sintomática del anuncio de una reconstrucción solo cosmética, quizás mediática, aunque esto último es cada vez más difícil. De allí que se hable de falta de transparencia y de comunicación porque, como siempre, se intenta ocultar lo inocultable asegurando un “saldo positivo” teniendo enfrente la evidencia de un auténtico desastre.
Sobre la inseguridad pública que padece Veracruz inútil sería negarlo, la propia autoridad lo reconoce cuando se escucha decir al gobernador que “estamos hartos de la inseguridad”. Y le asiste la razón, solo que ese dicho procedente de una elevada instancia de gobierno no trasmite consuelo alguno a una sociedad que se sentiría inerme de no ser por el programa “Veracruz Seguro”. En materia de educación, en Veracruz hasta los maestros reprueban. En salud encabezamos estadísticas desalentadoras en sida, obesidad, dengue hemorrágico, cáncer de mama, cáncer cervico-uterino, diabetes etc., y para acabarla la población sin seguridad social se queja amargamente del desabasto de insumos de salud en hospitales de ese ramo, lo cual diseña un panorama nada alentador.
En este contexto, no estaría de más una detenida revisión de los métodos y procedimientos políticos que ayude a evaluar la relación y la comunicación entre gobernantes y gobernados, cuyo punto de partida debiera ser la honestidad en el desempeño de los cargos públicos. Los operadores que así lo induzcan ayudaran al gobernador Duarte de Ochoa en el difícil paquete que le tocó cuando resultó ganador en la rifa del tigre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario