La lección de Leñero
Por fin, luego de varios días de lluvias sin cesar, el sol salió ayer por la mañana en Xalapa. Un sol ligero, pero que templó buena parte del día. Llovió sólo un momento por la tarde. En general fue un día de respiro en la capital del estado que, también, luego de muchos días de bloqueos, por fin vio libre sus calles de manifestantes.
Lamentablemente, parece que este gusto no nos ha de durar más que unas horas pues hoy docentes inconformes vuelven a la carga, según tienen anunciada una gran movilización, y trastornarán la vida de la ciudad, además que han pronosticado que las lluvias retornarán con la cercanía de la nueva perturbación tropical que amenaza con convertirse en huracán.
Del riesgo de quedarse varado en algún punto por las movilizaciones de los manifestantes o de terminar empapados por las lluvias, si no hay necesidad de salir, mejor quedarse encerrado. Aprovecho para leer, y ahora rescato una lectura ilustrativa de cómo es posible eludir y amortiguar, incluso sacar provecho periodístico, de la mejor forma, del desdén o del amago del poder político sobre la prensa.
En su libro Sentimientos de culpa, Vicente Leñero, quien por muchos años fue subdirector de Proceso desde su fundación en 1976, publica una narración que titula “El día en que Carlos Salinas…”, que contiene un hecho sucedido en la realidad y sobre lo que, en su momento, publicó una crónica.
El también dramaturgo narra que conoció a Salinas a principios de 1988 cuando ya era candidato presidencial del PRI y Margarita González Gamio lo “entoriló” y lo trepó a un vehículo del “señor Candidato”, saliendo del Centro de arte dramático de Héctor Azar.
Leñero señala que Salinas de Gortari tenía una obsesión por Julio Scherer García, director de la revista. “—¿Qué le pasa a Julio?” –cuenta que fue lo primero que le preguntó “al iniciar una larga perorata contra la mala leche de Proceso, contra los cartones de Naranjo, contra las cabezas de nuestras portadas…”.
Era más que evidente que le irritaba la crítica periodística, como a todo político.
“—Hable con él –le dije”. Salinas insistió: “—¿Qué le pasa?”. Leñero: “—Hable con él –insistí porque no encontraba el modo de frenar su tono despectivo”.
En fin. Narra que Salinas lo “amenazó” con seguir platicando con él “en estos días”, y que unas semanas después “me invitaron –que de su parte– a acompañar al Candidato en una gira por San Luis”.
El autor de Los periodistas, quien narra el golpe de Luis Echeverría a Excelsior, texto que se convirtió en la historia oficial de aquél histórico hecho, escribe que aceptó “por la maldita curiosidad de estar en una farsa de aquéllas”, y entonces sucedió algo impensable que le podía suceder a la figura de un escritor, de un dramaturgo, de un periodista de la talla de Leñero.
“… pero a unas cuantas horas de mi llegada a San Luis, antes de asistir a la comida para invitados especiales, antes de intercambiar palabra alguna con Salinas, un achichincle de la campaña me montó en un autobús, me condujo al aeropuerto, y en un avión me regresaron a México como persona non grata sin la menor explicación”.
El escritor narra que “En lugar de emberrincharme escribí en Proceso una crónica del desaire, y al rato ahí estaba un tal Pedro Navarro, secretario del secretario particular del Candidato, o no sé qué, telefoneándome para que fuera a tomar un café con Salinas en su cuartel de Cracovia. La cita era para ese día de madres –10 de mayo de 1988– a las dos pe eme”.
La historia continúa, el texto es largo. Abreviando, ya en el café, Salinas aludió a la crónica del desaire, le preguntó por qué la había escrito, le dijo que no había necesidad y le terminó diciendo “la verdad” (la verdad de un político): “Todavía no sé por qué lo regresaron. No sé qué pasó”.
Yo siempre he pensado como Leñero y trato de actuar y de reaccionar como él lo hizo. No he estado exento del desdén del poder, del amago, de la amenaza velada, de la represalia, pero en lugar de reaccionar visceralmente, de quejarme, trato de hacer mi trabajo periodístico lo mejor posible con lo que busco ponerme por encima de quienes, cortos de mira, piensan que el poder es para siempre.
Leñero, con el paso del tiempo, se ha agigantado. Ocupa ya un lugar privilegiado en la historia literaria de México y del mundo de las letras, mientras que Salinas, una vez que dejó el poder pagó en parte (los políticos luego pagan en abonos sus malas acciones, hasta que se mueren) su borrachera y abuso del poder con el repudio popular que hizo que incluso se exiliara por muchos años en el extranjero. La historia todavía le cobrará cuentas.
Leñero, en lugar de “emberrincharse” con el agravio de Salinas, actuó como debe actuar un buen periodista: escribiendo una crónica de lo sucedido. Ya lo registra: viendo que su grosería a una figura emblemática de México le hizo lo que el viento a Juárez, Salinas se rindió y lo convocó de nuevo.
Su forma de desquitarse, si es que cabe hablar de un desquite, fue legándonos un texto que ahí ha quedado para siempre, para que las generaciones futuras sepan que existió en el país y en nuestra historia un político como Salinas, con todas sus miserias humanas; un texto que da dimensión de lo que tuvo que aguantar y sufrir el país y con él todos los mexicanos.
La caducidad del político siempre, inevitablemente, va en proporción al derecho que se reserva y tiene siempre quien escribe de actuar en su momento, llegado el momento, para desquitar el agravio sufrido y ajustar cuentas con la mejor arma y el poder con que cuenta: el de la palabra. Todo es cuestión de esperar, de dar tiempo al tiempo, como diría el inolvidable Renato Leduc.
Sobre el clima en Xalapa, y creo que en el resto del estado, pronostican lluvias para este jueves. Hay que seguir leyendo, taza de café, buen café, fuerte, cargado, aromático, de por medio.
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