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lunes, 15 de octubre de 2012

A LA TIERRA DE DUARTE Por: Gilberto Haaz Diez


Acertijos



De Shakespeare: “El pasado es un prólogo”. Camelot:
A LA TIERRA DE DUARTE
 
Mañana Cordobesa, suelo ir cada que se puede a reunión de cordobeses. Córdoba y Orizaba son dos ciudades que son como hermanas, como México y La Habana, y unos orizabeños (2) vamos en desventaja contra casi 7 cordobeses.
A platicar lo platicable. Hay de todo en esa mesa del Señor. Un notario, Alejandro Herrera Marín, un político retirado a la agricultura como Pancho Villa en sus tiempos revolucionarios, Juan Herrera Marín, exalcalde de Córdoba, elección que le ganó a Dante Delgado en 1980. Creo. Un Ministerio Público Federal, Alberto Linares, un Vocal del IFE, cuyo nombre no rescaté, dos comunicadores periodistas, Alfredo Ríos Hernández, director del Sol del Centro de Córdoba y Orizaba y Sabás Flores, el primer jefe de prensa del primer gobernador panista, Ernesto Ruffo Appel. Miguel Mina, abogado, el gordo Luis Stadelmann, empresario orizabeño y un empresario más, Christian Betancourt. Faltó el Johny (Juan Felipe Aguilar de la Llave), pero ahora dice que tiene que trabajar porque el refrigerador de casa anda vacio, y por eso no llegó. En torno a esa mesa se habla de varios tópicos. Las elecciones cordobesas.
Llega uno a Córdoba, tierra de Javier Duarte, y se nota la obra pública y privada, tan solo dejar la autopista cara y mala de Capufe, en la entrada a la ciudad cafetera se vislumbra una inversión privada, al parecer es Home Depot, y más adelante por la calle once el pavimento se levanta para meterle concreto. Desayuno rápido, de pisa y corre, cuando tomé mi automóvil compacto, chiquito pero picoso, por el rumbo de Los Portales, cerca del Palacio Municipal encontré a Paco Portilla Bonilla, su alcalde, el orgullo del barrio 2 de abril de Tierra Blanca.
Detuve el auto y platicamos un poco. Quedamos de desayunar la próxima semana porque hacía tiempo no nos veíamos, vamos, desde la última vez que Javier Duarte vino a Córdoba en ese gobierno itinerante donde traía a sus dos mosqueteros: Juan Manuel de Castillo, secretario particular que va rumbo a la candidatura a la diputación local, y Betty del Toro, eficiente, leal y lista secretaria privada del gobernador.
 
LOS VIAJES
 
Un lector comentó y sugirió que escribiera sobre los viajes y las anécdotas de los presidentes. Cuando van al extranjero. No tengo mucho en mi coco de eso, pero recuerdo con singular alegría que a Adolfo López Mateos le decían ‘López Paseos’, porque no dejaba de viajar. Me late que fue el primer presidente viajero, mucho más que Miguel Alemán Valdés, padre del excachorro de Televisa.
Cuentan las anécdotas que a López Mateos, querendón como era y tigre para las faldas, a su secretario particular, Humberto Romero, le preguntaba todas las mañanas: ¿Qué toca hoy, Humberto, viaje o viejas?
Echeverría fue sublime. Una vez de su reinado, entre 1970 y 1975, llegó con los judíos y los árabes pues quería apaciguar esa guerra que tenía nomás la friolera de dos mil años sin llegar a ningún arreglo. Árabes y judíos han sido sentados en La Casa Blanca y en Campo David, lugar de descanso de los presidentes americanos, y no han podido hacer la paz. Desde Eisenhower hasta Obama, pasando por JFK, los Bush y Clinton.
El secretario de Relaciones exteriores era Emilio Oscar Rabasa, y ahí lo tenéis en el avión presidencial volando entre Jerusalén y algún país árabe para el arreglo.
El mundo reía de esas locuras. Creo que ni siquiera lo dejaron aterrizar. Pobres. Enloquecíamos.
Otro que enloqueció fue José López Portillo. De su esposa, doña Carmen Romano, se escribieron varias leyendas urbanas, decían que en la zona de la Cantabria, en San Vicente de la Barquera o Santillana del Mar quiso un día meter el piano de cola y quería tirar un muro de esos de mil años. Por poco la linchan. Aunque más bien creo que fue leyenda urbana. La compañera María Esther Zuno de Echeverría, folklórica, llevaba hasta mariachis y caballos a Europa.
López Portillo un día llegó a Caparroso en busca de sus raíces. El pueblo navarro enloqueció. La villa de Caparroso está situada en la cabecera del valle del Ebro y regada por el río Aragón, en una comarca, la Ribera, muy rica y de gran productividad agrícola. Desde 1472 es uno de los llamados pueblos congozantes. Su población en aquel tiempo no excedía los mil habitantes. Todos felices aplaudieron al nuevo Quetzalcóatl mexica, que llegaba en busca de sus ancestros. Revolotearon y escudriñaron archivos, museos, catastros, todo dónde hubiera papeles, en el Ayuntamiento un equipo de investigadores llegó y al parecer no encontraron nadita de nada, pero el pueblo se vio beneficiado.
Les puso luminarias a la calle, les dotó de implementos agrícolas, vamos, hasta estampas de la Virgen de Guadalupe les llevó para que los cuidara.
 
EN BUSCA DEL PASADO
 
Esto de ir en busca de sus raíces es algo perrón. A mí me tocó una vez, sin ser presidente de nada, sacar el López Portillo que todos llevamos dentro, husmear en busca de un tío abuelo que había sido cura sacerdote por 40 años en España. Hermano de mi abuelo, Jesús Diez Fernández, padre de mi madre. En una comarca llamada Ara de Radas y en un pueblito conocido como San Pantaleón busqué la tumba del tío-abuelo, Darío Diez Fernández. Dimos con ella, al pie de la iglesia estaba su tumba sepultado con dos hermanas solteras. Luego partí al panteón en busca de sus padres. No los encontré, pero vi cientos de nombres en las lápidas. Juan Rulfo solía ir a los panteones en busca de nombres raros para personajes de sus novelas. Con mi esposa y mi suegra, doña Matilde, recorrí esa parte que fue de mis ancestros, dimos con su vieja casa, ahora con otros dueños. Allí entendí muchas cosas de esos lenguajes campiranos. “Su tío-abuelo tuvo terrenos de 20 carros”, dijo un lugareño cuando preguntaba por él. 20 carros era la medida que el terreno daba para 40 carros de cosechas. Medidas de los agricultores. Algo dejó de herencia el curita cuando murió y a México, donde quedaba su única familia, mandó su pequeña y modesta herencia. Se vivían los años de la pobreza en España y ser cura era algo que ni la Tarjeta Master Card podía comprar. Orgulloso del tío-abuelo.
Comentarios: haazgilberto@hotmail.com

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