*De Kamalucas: La vida es como las naranjas: hay que sacarles el jugo a tiempo. Camelot.
Es viernes, toco Madrid unos días, periplo por esta tierra de conquistadores y uno no los puede dejar solos, porque hace un año que vine eran solo dos partidos los picudos: PSOE y PP, el bipartidismo en su excelsitud, aunque existen otros estos dos eran campeones en alternarse la presidencia, sucede ahora que se les metieron dos más, uno con fuerza llamado Podemos. Muy al tipo de Obama, con su lema quién dice que no se puede, o el Yes we can. No he leído mucho de este partido, que nació, al parecer, de la mano de unos chavos, como las grandes cosas que nacen en el mundo, como los inventos de los garajes del Silicón Valley, en California. Pero comienza el Roy Campos que todos llevamos dentro, y encuestaré a ver qué piensan. La tarde noche de ayer, al llegar al centro, a su Plaza Sol, crucé la calle por un libro. No traía que leer y urgía algo. Vi un mexicano al grito de guerra posando y su novia le tomaba la foto en la legendaria tienda del Real Madrid, la de la calle de Tetuán y El Carmen, visita obligada a la fotografía, si uno entra en ella exhiben los álbumes de todos los tiempos de grandeza, allí aparece Hugo Sánchez Márquez, el mejor mexicano que ha pisado estas tierras europeas, un referente de aquel tiempo. El gol de chilena al Logroñés aun lo siguen comentando, saboreando. “Era cojonudo ese chaval”, me dijo una vez un señor con su boina gachupa. Cojonudo, me imagino que era por hacer los goles así. Un garganta profunda de mi aldea me dice que se fue Audirac, se fue Audirac, se fue para Barranquilla. Ese hombre desde que llegó a esa oficina se vio desanimado, triste, ahí hay que tener cachaza y una poca de gracia y otra cosita, y el gobernador Duarte, que conoce esos escritorios porque una vez allí despachó y firmó y cobró sus quincenas, también tendría noches de desvelo, jugó en el tablero de ajedrez que juega. Sonaba Juan Felipe ‘Johny’ Aguilar de la Llave, un auténtico cerrador de 9 entradas, muy a la Mariano Rivera en los Yankees de Nueva York, el pitcher relevista que, cuando aparecía en el montículo, el cronista solía decir: “Entró Marianito: ¡Apaga y vámonos!”. Johnny cerró el sexenio de Alemán y el gobernador de las estrellas y Montano, su alabardero, se fueron locos de contentos. El mismo garganta profunda me dice que ya se metió otro a la sucesión, Flavino Ríos Alvarado. ¿Querrán llegar a once como en el pasado? ¿O solo a uno como en el presente? Héctor Yunes Landa, en tierras japonesas, en Sendai, me dijo que él y Pepe van con todo, que les toca por jerarquía (ambos senadores) y que serán las encuestas las que decidan. Que el que manda y paga está puesto. Y del otro lado, si se apuntan los otros tres, los Yunes azules: padre, hijo y espíritu santo, caray pues habrá cinco precandidatos de apellido Yunes. Para Ripley. Ni los Bush en su tiempo de grandeza. Ahora leí en el Wall Street Journal, edición para Europa, un tabloide de 28 páginas, que el otro chaval Bush, Jeb, gobernador de Florida, casado con una mexicana que frutas vendía, a quien conoció en Guanajuato, quiere ser candidato republicano a la presidencia del imperio, Estados Unidos, para, insólitamente, tres Bush hayan gobernado el país más poderoso de la tierra. Pero la Hillary Clinton les dice, momentito, me toca ir a ver el Salón Oral, perdón, Oval, donde mi marido hacia travesuras con la becaria. Flavino for governor, dirían los gringos. Veremos, dijo un ciego.
LLUEVE EN MADRID
Mañana de miércoles. Intento hacer en Madrid lo que antes no he hecho, caminar por el Paseo del Retiro, al que solo he visto cuando paso a su lado, con gran indiferencia. Pero el Diablo que nos llegó a México, según el Santo Señor argentino, o sea, el Papa, descompone las cosas. Llueve, hace frio, está a 4 grados la calle. Hay que taparse. En un kiosco compro un paraguas (8 euros, multiplíquelos por 18), lo abro y me siento madrileño. Paso la calle Tetuán y Carmen. Voy al Corte Inglés en busca de una chamarra, según ellos está todo barato porque celebran el Día del Padre. Qué va. Está todo caro, entre el precio y el euro que al convertirlo nos aniquila, se nos va la vida. Compro un sombrero padrotón a la Frank Sinatra, para que mi coco no se moje (15 euros), reviso sus ofertas, voy al mostrador de atención internacional y pido una tarjeta, acumulo diez por ciento en cada compra, buena mercadotecnia, te obliga a que compres todo con ellos. Reviso y me compro una chamarra, traje poca ropa. Salí de estampida a Japón y jalé con los tiliches que podía, como decía Jacobo Zabludovsky, eterno viajero, la pasta y el cepillo de dientes y lo demás en el camino. Subo el ascensor, voy al 7 piso, a la cafetería del Corte Inglés. Un café y un agua mineral. El café vale 1.45, solo, sin leche, y el agua 1.95. Multipliquen. Desayuno por la mañana en el restaurante del hotel Liabeny. Para mí el Liabeny es, respetando la comparación, como decía Ernest Hemingway del Ritz de Paris: “Cuando sueño en el paraíso, me siento siempre transportado al Ritz de Paris”. Así me ocurre. Desayuno y abro los dos diarios que leo. El País y El Mundo, ¡Sopas! El Mundo le tiene una sorpresita al presidente. Acusan a 8 columnas que un tal Gabino Fraga lavó dinero para la campaña presidencial en banco madrileño y lo tienen en la mira. Cuidado, no vaya a llegar otra Casa Blanca que bastante dañó la presidencia y al presidente. Además, en España no se andan con medias tintas, apañan al que delinca, traen al Vasco Aguirre en la mira por las apuestas futbolísticas. Saliendo del Corte pregunto a un vendedor de billetes qué temperatura había. No me di cuenta, hasta segundos después, que es invidente. Pero todo saben con palpar las cosas. A 4 grados, me dijo y aprovechó porque me vendió dos billetes de su lotería, que juegan por la noche, siempre le pego aunque sea a reintegro. La jugada no se me da, la ludopatía es rápida pero conmigo no me alcanza, soy más veloz. Son vendedores de lotería del ONCE (Organización Nacional de Ciegos Españoles), son listísimos y tienen trabajo, se agrupan en su asociación y lo hacen con singular alegría. Este me preguntó si era de México, me dijo que él estaba casado con una defeña. Y le felicité después de comprarle dos cachitos. Se suman al trabajo de España y sus invidentes ni crean lástima ni andan pidiendo limosna, sumados al trabajo. Tocan el billete o la moneda y saben lo que reciben. No ocurre como aquella frase de Francisco de Icaza, cuando llegó a Granada, tierra ensangrentada, y vio a un ciego: “Dale una moneda mujer, dale limosna que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”.
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