ARTICULISTA INVITADO
En días recientes concluyó el proceso político y legislativo para realizar la Reforma Política que actualiza las reglas que rigen a nuestro sistema democrático. Significa un avance notable para la consolidación de nuestras instituciones y de la democracia mexicana.
Como es natural, hay opiniones diferentes y algunos políticos y analistas han expresado que es insuficiente el avance y que aún falta por hacer. No obstante, es indudable que lo alcanzado es producto del consenso mayoritario de las fuerzas políticas y refleja la opinión de la gran mayoría de mexicanos.
Cuando se cuestiona, por ejemplo, la renuencia del PRI a aprobar la reelección inmediata en los cargos de Presidente de la República y demás cargos de elección popular, se ha pretendido desinformar a la ciudadanía, tratando de hacerle creer que nos oponemos por la defensa de algún interés particular o intención poco clara. Por supuesto que no es así.
Nuestra posición se sustenta en el hecho de que la reelección ha sido un tema que históricamente ha suscitado la reprobación de la sociedad, porque en el inconsciente colectivo aún perdura el amargo recuerdo de la dictadura porfiriana de tres décadas. Además, con las reglas del juego democrático vigentes existen condiciones ventajosas para quien detenta el poder, de manera que puede servirse de éste para promover su reelección de manera inequitativa, propiciando con ello una involución del avance democrático alcanzado.
El problema para México parece situarse en una dimensión más amplia. Durante muchos años nuestro ideal fue la normalidad democrática propiciada por una transición que acabara con un sistema de partido dominante y diera paso a un mayor equilibrio entre los participantes del proceso político.
Sin embargo, nuestro avance democrático ha propiciado una paradoja: mientras más equilibrado ha sido el peso de cada fuerza política más difícil se ha tornado la relación entre los poderes del Estado, más complicada ha sido la gobernabilidad y, peor aún, más difícil ha sido lograr la eficacia en la gestión de gobierno. Según algunos estudiosos del tema, esto es algo directamente relacionado con el grado de desarrollo político, social y cultural de cada nación, además de que está en función de la falta de consolidación de las instituciones.
Es obvio que cuando un partido político tiene el predominio, por tener a su vez una mayor fuerza, la tarea de gobernar es menos difícil, porque no tiene el freno ni la complejidad que representa una oposición fuerte, en ocasiones paritaria o mayoritaria. Sin embargo, a menos que esto sea resultado de una amplia preferencia electoral, no es lo deseable; porque lo más conveniente para la sociedad es el sistema de frenos y contrapesos que surge del proceso político democrático. Así lo ha demostrado la historia.
Cuando uno se plantea, como expuso Norberto Bobbio, la disyuntiva entre el gobierno autocrático, es decir de un solo hombre o de unos cuantos, o el gobierno de muchos, es decir la democracia, debemos sin duda elegir la Democracia como sistema político.
El reto es lograr el avance en un esquema democrático. Lo ideal es el acuerdo político surgido de la deliberación y el consenso entre los partidos, respondiendo éstos siempre al interés de la sociedad. Cuando se logra la unidad respetando la diversidad, y se concluye en un proyecto común surgido del supremo interés nacional, la democracia se fortalece y adquiere una vigencia esplendorosa.
Hoy, el reto para nuestro país es consolidar nuestras instituciones para evitar que la fragilidad sea causa de quebranto en nuestra democracia. Es urgente seguir avanzando en la revisión no solo de nuestra legislación electoral, sino también en los mecanismos que existen para conducir el proceso político que soporta la tarea de gobernar y define la gobernanza y por ende propicia la gobernabilidad.
El sistema presidencial, sustentado en el predominio del Poder Ejecutivo, ha tenido sin duda una gran importancia en la vida de México, pero es deseable que hoy sea revisado a la luz del nuevo escenario existente en la nación. Es conveniente insistir en la búsqueda de nuevas fórmulas que actualicen la relación entre los poderes de la Unión, fortaleciendo la mecánica legislativa.
Asimismo, es deseable una revisión a fondo de la técnica legislativa vigente en el Poder Legislativo, para hacer más ágil y eficiente el proceso de discusión y aprobación de las reformas legales que necesita México.
En suma, pienso que el avance obtenido es de reconocerse, y que el trabajo de nuestros legisladores es una verdadera aportación para la vida democrática de México.
Los cuestionamientos son válidos y deben ser incorporados en el análisis y evaluación de lo alcanzado, sobre todo a la luz del efecto que produzcan en nuestra democracia. El avance alcanzado no debe ensalzarse, pero tampoco debe descalificarse. Es imprescindible tener en cuenta que cada nación define las reglas del juego democrático al interior de su propio sistema político con base en cuestiones históricas, políticas y sociales específicas, y México está haciendo lo propio.
Deseo que en el futuro, la deliberación política se desarrolle con madurez y rectitud de intenciones entre los partidos y entre los políticos. Creo que la sociedad mexicana ya está cansada de pleitos e intransigencias, por ello la Política enfrenta un gran descrédito y la profesión de político está muy mal calificada.
Creo también que la clase política de México enfrenta un gran déficit y no ha estado a la altura de lo que nuestro pueblo demanda. Por eso es tarea urgente ponernos a trabajar con seriedad, con responsabilidad y con mucho compromiso por México, en la reconstrucción de la nación. Esta será la mejor forma y el mejor camino para que los mexicanos recuperen su confianza en los políticos y fortalezcan su convicción y su vocación en la Democracia, como el mejor sistema político inventado hasta hoy por el hombre.
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