De Foglia: ‘Viajo para que los demás me pierdan la pista. Entonces les escribo para que vuelvan a encontrarme’. Camelot.
WOODLANDS (II)
Temprano me llama un amigo. Da la noticia. En México hay polémica. El presidente Calderón se transformó en el encuestólogo Mitofsky que todos llevamos dentro y se subió al ring electoral. Lo zarandean. Se defiende. Dice como Bora Milutinovich: “Yo respeto”. Es la mañana del primer día texano. Me levanto temprano. Me desamodorro. Voy a conocer este pueblo texano que es uno de los cuatro o cinco condados de Houston, que también es pueblo, y tiene astronautas y un centro espacial de la NASA, al que no conozco, porque volar no es lo mío, lo mío es la tierra, pegado al suelo. Alquilo un todo terreno. Un Jeep Sahara de llantas grandes. Rebeco, como James Dean en sus tiempos mozos. Una noche antes, al llegar, fui al pie de la autopista, la 45 que lleva a Houston a unas 20 millas de este pueblo, a comer a un lado de esa imponente autopista unas costillas de bar-b-q en Rudys. De poca. Como la hacen los texanos. Veo sus autopistas y me acuerdo de Capufe. Qué pena. Alguna vez acompañé al gobernador Fidel Herrera Beltrán a una de esas reuniones que tenía con el famosísimo Rick Perry, gobernador de Texas, que quería ser candidato presidencial y le dieron una patada por el trasero, el Peña Nieto de los texanos, porque le duele la cara de ser tan guapo. Rick Perry quería un trueque como lo hacían aquellos indios Siouxs con los soldados de la Unión; le proponía a Fidel que a cambio de petróleo ellos irían a construirnos las grandes autopistas: “Ya ves que nosotros tenemos fama mundial de hacerlas bien”, le presumió el texano. Fidel cabeceó. Perry no sabía que el petróleo no es nuestro, es de Romero Deschamps y pandilla que le acompaña y constitucionalmente pertenece a la Nación. Qué lastima. Llevarían a Nachón, aquel secretario de Obras de Miguel Alemán, a que viera cómo se hacen los libramientos, no que ese ingeniero de petatiux hizo dos puentes laberinticos en Veracruz, los que van al aeropuerto, que solo él le entiende cómo llegar y cómo salir.
CEMENTO Y ARBOLES
Si hay algún lugar en el mundo donde se pondría de ejemplo la convivencia de la Naturaleza y el cemento, es aquí en Woodlands. Impresionante. Se ve que los primeros pobladores, cuando llegaron, dijeron como Edwin, hagamos la modernización pero cuidemos el entorno ecológico. Uno baja de la 45 de Houston y entras a la ciudad y a los lados solo ves bosques (de allí su nombre), arboles por doquier que los parte el cemento. Al pie, los letreritos casi escondidos de las tiendas y los hoteles y los hospitales, los Walgreens y Wall Mart y toda esa comercialización que han creado, desde el concepto de las tiendas Sams que fueron texanos. Al pie, cuando se circula se ven zorrillos que han sido atropellados por los autos veloces. Pobres. Los perfumistas ya no tendrán un fijador. Desayuno en un I Hop. No sé quién inventó los Hot Cakes, pero estos desgraciados los patentaron, elevaron al cubo y los hacen como si se llegara al cielo, riquísimos.
EL BOSQUE
Tienen, en ese circuito de entrada a su pueblo, un gran respeto por los bosques y los animales. Esculturas de animales. Arboles de todos tipos, lástima que no venga Terrones, el arbolario terrablanquense, para que me los enumerara. Respeto a los animales porque es común ver atravesar conejos, ardillas siempre pegadas a los arboles, y hasta gatos monteses, que merodean viendo que los intrusos llegaron a invadir sus bosques. Por la noche da mello. Parece escena de Amityville o de Viernes 13, y solo se está a las vivas por si llegan algunos de esos malosos de películas como el tal Jason. Cruzo un campo de golf. Hay cuatro en Woodlands. Lago impresionante, los condominios lucen (aquí no tiene ninguno El Venao, un exalcalde tentón de mi pueblo, que se compró uno de 7 millones en una Torre de Veracruz con el sudor de sus tentonas manos). Lo inmobiliario fue una burbuja y una chispa que prendió. Mexicanos de todos los estados aquí viven. Es común oír el español, aunque no tanto como en Houston. Algunos han llegado de Puebla, D.F., Oaxaca y Veracruz por los sustos que ustedes ya saben han padecido. Desde aquí, a control remoto manejan sus empresas y de repente, en un pisa y corre como juego de béisbol, llegan a sus oficinas, trabajan un día y regresan a esto que es un lugar paradisiaco.
SUS MALLS
Mall impresionante. Tiene una característica, es como del tipo de los Outlet. No está todo en una mole (de allí su nombre de Mall), amontonado, no, las tiendas a la calle en un pueblecito que parece un set creado por Hollywood cuando filma sus películas vaqueras de antaño. Esas casas al pie del lago, al igual que los condominios, son donde viven los ricos-ricos, puro Rico Mac Pato, nada de que voy a sufrir por la quincena que viene o, como diría Perro Uribe, con eso como una semana. Me estaciono en la calle Six Pins (seis pinos), aquí todo es relativo al bosque, solo falta que salga Caperucita Roja y un pinche lobo nos aterrorice a todos. Maleza tras maleza, saldré a caminar por lamañana entre estos pinos y abedules y arboles antiquísimos, donde uno ve a unos trabajadores de compañías constructoras levantar una casa en un mes. Aquí no hay pobre leña de pirul, que no sirve pa' arder, nomás para hacer llorar. Las casas las hacen de cartones, pero de lujo, una de mis nietas brinca en una de dos pisos y se espanta, se mueve, se zangolotea, dice, nada que ver con el cemento de las nuestras. Por eso cuando les llega una tromba las levanta en vilo, o cuando arden arden como papel de estraza. En las noches da mello por el bosque, se me asemeja, cuando salgo a fumar al patio, que me saldrán esos monstruos hechizos que una secta aislada daba vida para asustar a sus pequeños y no salieran de la villa. Así más o menos. Por eso cuando dan las doce, a la camita, como Topo Gigio.
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