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jueves, 15 de marzo de 2012

Camaleon "Horizontes borrascosos (parte II) " por:Alfredo Bielma Villanueva


En 1981, con el destape de Miguel de la Madrid como candidato del PRI a la presidencia de la república surgió la tesis de que los tecnócratas habían ganado la batalla a los políticos. Un tema este último que ocupó la atención de analistas y estudiosos de nuestro sistema político por algunos años, pero perdió relevancia con la derrota del PRI en 2000. Sin embargo, es indudable que al interior de la membrecía priísta el jaloneo entre la tradicional clase política y los recién llegados repercutió en las reformas estatutarias, una de trascendencia fueron los famosos “candados” que obligan a cumplir con ciertos requisitos a los candidatos a cargos de elección popular.
La siguiente gran ruptura, y sin duda trascendental, acaecida en las filas de la clase política priísta se produjo en 1987, cuando una parte del ala izquierda del PRI se desgajó del centro rector de su partido en protesta por lo que consideraban la derechización del gobierno de De la Madrid. (Era tal la desviación del PRI hacia la derecha que sus actitudes y omisiones hacían parecer al icono panista José Ángel Conchello como una avanzada de la izquierda mexicana). Por la integración de la Corriente Democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Navarrete, entre otros distinguidos priístas, que amenazaba seriamente con descomponer el entorno del proceso de selección de candidato a la presidencia, el presidente De la Madrid optó por expulsarlos del PRI, fue la gran ruptura que llenó el horizonte político del PRI de negros nubarrones. Sin embargo en 1988 ganó el PRI, no sin dejar una larga estela de dudas y conflictos.
La reñida elección federal de 1988 fue un auténtico parteaguas en el sistema político mexicano. Realmente, el gobierno temía a la candidatura de la derecha, pues el PAN había abanderado a Manuel J. Clouthier, un aguerrido empresario sin pelos en la lengua, cuyo discurso gustaba a la ciudadanía mexicana. Pero Cuauhtémoc Cárdenas, sin ser un dechado de ilustración política, ni siquiera un político de destacados méritos (que no fuera por su padre el General Lázaro Cárdenas) al interior del PRI cuando allí militaba, quizás por el recuerdo de su padre fue un fenómeno de su tiempo y logró mover la adormilada conciencia del mexicano que ya en mayo de aquel año clamaba por el cambio, de tal suerte que en los distintos sectores de la población votante corría la voz que favorecía al candidato del Frente Democrático Nacional. Pero, al igual que en 1940 y en 1952, en 1988 el Sistema lograría sacar adelante el triunfo del PRI.
Peter H. Smith, un avezado politólogo estadounidense, escribió un libro intitulado “Los Laberintos del Poder”, publicado en inglés en 1979 y en español por el Colegio de México en 1981. En el prólogo de esa obra para referirse a la elección federal de 1982, escribió: “También es posible que la actual sucesión pueda convertirse en la última de su tipo. La acumulación de presiones sociales en los ochenta puede imponer demandas sin precedentes al sistema. La posible aparición de un sólido candidato de la izquierda en 1988, si no es que en 1982, podría alterar tanto la función como la lógica de la política electoral. La incorporación de personajes ajenos al desarrollo político y la sobrevaloración del papel del ejército, pueden llevar a cambios trascendentales en la distribución de la influencia y los recursos”. 
La profecía científica -perdónese el término- de H. Smith se cumplió casi al pie de la letra; primero por lo del “sólido candidato de la izquierda” y, segundo, porque ya en el cargo Salinas de Gortari se vio obligado a realizar reformas trascendentales a la constitución en materia electoral creando el IFE, reformó el artículo 27 impactando al ejido y, para congraciarse con el factor real de poder que es la Iglesia, reformó los artículos constitucionales que ni el movimiento cristero de 1926-1929 había podido conseguir. 
La situación se complicó en 1994. La lógica del aperturismo económico había llevado a la firma de un asimétrico Tratado de Libre Comercio con economías desarrolladas a las que venderíamos lo poco que producimos y le compraríamos todo lo que nos vendieran. El horno estaba para bollos y el primero de enero de 1994 irrumpió en la realidad nacional el EZNL en Chiapas, secuestrando al ex gobernador de ese Estado, Absalón Castellanos Domínguez quien festejaba las fiestas de fin de año en su finca “El Momon”, en Las Margaritas, y atacando el cuartel de policía en Ocosingo, fuertementepertrechados con rifles de madera y máuseres de museo, en desuso desde la segunda guerra mundial.
Para acabarla, en el periodo de sucesión del gobierno de Salinas de Gortari, este decidió que el candidato fuera Luís Donaldo Colosio, ocasionando la encendida reacción de protesta de Manuel Camacho Solís, quien era considerado el precandidato con más experiencia política, teórica y administrativa que el delfín de Salinas, Luís Donaldo Colosio, cuya muerte, convirtiendo en realidad lo poetizado por Díaz Mirón (“El mérito es el naufrago del alma: ¡vivo, se hunde, pero muerto flota!”) ha hecho posible que lo ubiquen como un santón ideológico en el PRI y que, de vivir, el propio Luís Donaldo, no sin antes agradecer el amable gesto, hubiera soltado una sonora carcajada por semejante ocurrencia que relegaba a otro santón, él sí ideólogo, muy citado por los líricos del discurso priísta, don Jesús Reyes Heroles.  
Camacho no tomó el camino de Andrew Almazán, ni de Padilla Peñaloza, ni de Miguel Enríquez, ni de Cárdenas Solórzano, sino que protestó al interior, no del partido sino del grupo encabezado por Salinas que manejaba al partido, porque se consideraba el más apto, el mejor preparado para sucederlo. Quizás por lo mismo no fue candidato, “al jefe no se le rebasa” dice un retardatario refrán de los probadamente disciplinados políticos mexicanos. Y vaya que Camacho hubiera alterado el proyecto salinista de gobernar al país por 24 años…con Salinas a la cabeza por supuesto y con personeros ad hoc, manejables, según él. Una hipótesis a todas luces errónea, ignorante de la naturaleza humana que enseña que el poder no se comparte, simplemente se ejerce.
Trastabillando, el Sistema Político Mexicano sobrevivió a la problemática de 1994. Pero las circunstancias obligarían a un nuevo script y, Ernesto Zedillo, escogido en la emergencia como sucesor por su apariencia de hombre dúctil, ya en el ejercicio del poder previendo su propia defensa maniobró para hacer posible la transición. Gracias a esa circunstancia logra trascender en la historia de México como el presidente priísta más demócrata que ningún otro, el que permitió la alternancia en México. 
La presidencia no fue para la izquierda mexicana, a cuya tenaz lucha en la última década del siglo XX mexicano, luchando en contra de la mancuerna PRI-PAN, se debe que se establecieran las condiciones para el cambio y el camino a la alternancia y a la transición. La elección presidencial del año 2000 fue ganada ampliamente por el candidato panista Vicente Fox Quezada, cuyo discurso había levantado amplias expectativas de cambio en la ciudadanía mexicana. Desafortunadamente fue mucha cabalgadura para un inexperto jinete que, sin embargo, en 2006 logró mantener a su partido en la presidencia, aún con un candidato que no fue el suyo pero que por su experiencia partidista y política le ganó la partida viniendo desde el sótano de la desventaja. Así llegó en 2006 Felipe Calderón Hinojosa a la presidencia de la república mexicana.
Seis años después, en este 2012, México está en la encrucijada de su historia ¿logrará  como hasta ahora un cambio de presidente sin violencia y dentro de los moldes institucionales?
El panorama no es optimista pese a que contamos con instituciones como el IFE y los Tribunales Electorales enmarcados en una normatividad creada para darle certeza y crédito a los resultados electorales. Solo que el ingrediente de la inseguridad pública y el creciente protagonismo del presidente de la república en el proceso electoral no garantizan buenos vaticinios. Además, tiene el gobierno federal la sartén por el mango y amenaza con implementar una estrategia de sacar a la luz pública un extenso legajo de expedientes sobre políticos priístas con cola más larga que la de un cometa.
Para su mala fortuna el PRI está desgastándose aceleradamente. Gastó energías en defender infructuosamente a Humberto Moreira cuando este era su presidente; nombró a políticos desacreditados, como Fidel Herrera, en responsabilidades partidistas que pronto se vio obligado a remover para no asumir una indefendible causa, en caso de que esta se presente; qué decir de gobernadores neófitos en el arte de gobernar, como el de Nuevo León, entrampados en una crisis de inseguridad pública que no garantizan eficiencia electoral a la causa de Peña Nieto.
Andrés Manuel López Obrador no termina por despegar, a pesar de tener tras de sí una permanente campaña desde el 2006. Al menos hasta la fecha no se observa aquel fenómeno de 1988 cuando el nombre de Cárdenas levantaba polvaredas, habrá que esperar de aquí a mayo, para entonces se habrá definido en la percepción ciudadana cómo se comportará esta electoralmente en julio próximo y si el proceso será una competencia entre tres o se reduce a solo dos.
La pregunta flota en el aire, ¿si se cierra la elección el gobierno federal resistirá la tentación de maniobrar en contra de un resultado adverso? Felipe Calderón no es un novicio en la política, sabe por lo tanto que decir y qué hacer en tiempos electorales; por supuesto que conoce las leyes electorales y los riesgos a que se somete quien las viola. No pocos se han ido con la finta de la famosa encuesta que dio a conocer a los empresarios, calificándola como indebida ¿no lo sabía Calderón?
Por todo lo anterior, que son antecedentes de un sistema cuya evolución camina hacia una más radical transición, aún sin la visión analítica de que hace alarde Peter H. Smith en su libro “Los Laberintos del Poder”, es posible deducir un horizonte borrascoso. Que no sea así es asunto de quienes tienen a su encargo la responsabilidad de concluir un proceso con legalidad y certeza. Por supuesto, el protagonismo principal corre a cargo de la ciudadanía mexicana, que tiene la oportunidad de hacer valer su voluntad para decidir qué país quiere para las generaciones venideras.

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